Medallas ingratas
¿Sabía que la felicidad se mide por el presente en las manos más que por el pasado que no vuelve o por el futuro que no llegó? Reflexione con este artículo.
Solo puedo escribir ahora; ya que la fiesta terminó, el presupuesto se superó y las medallas coronaron a los mejores. No hay dudas, las Olimpíadas Río 2016 quedarán en la memoria. Fueron imágenes coloridas, hinchadas enardecidas, una piscina verdosa, un nadador dorado, un corredor inalcanzable y mucho más.
¿Pero, sabe lo que más me llamó la atención? El podio.
Porque las ceremonias de entrega de premios revelaron gloria, lágrimas, aplausos y contradicción. Eso mismo, CONTRADICCIÓN. Más que nunca, mis ojos comprobaron la incómoda sensación de un disturbio comportamental en aquellos escalones épicos. ¿Usted lo notó? ¿Vio cómo el que obtenía el primer lugar era siempre el más feliz? Ah, eso es obvio, ¿verdad? Sí, lo sé. ¿Y cómo explicar los otros?
Deje que lo explique: ¿usted se dio cuenta cómo las emociones de celebración de los demás, plata y bronce, siempre eran contradictorias? El tercer lugar parecía mucho más feliz que el segundo. ¿Vio? Las sonrisas amarillentas, que deberían ser plateadas, contrastaban con las carcajadas bronceadas de los más cercanos de abajo. ¿Y cómo podría el “último del podio” estar más feliz que el “vice del mundo”?
Respuesta: el punto de vista.
En las pruebas de duelos (cuando en la competencia hay un empate entre dos partes, como en el fútbol, esgrima o tenis), la última emoción sobrepone a todo el resto. Explico: la alegría del bronce viene de la conquista de la medalla con la victoria, pero la frustración de la plata se da por el lugar en el podio alcanzado por una derrota. ¿Entiende la importancia? Mientras uno festeja la oportunidad de que finalmente llegó hasta allá, el otro está descontento por la posición que no consiguió. Uno festeja “qué bueno que estoy aquí”, el otro frustrándose con “qué pena que no estoy allí”.
¿Conoce gente así? ¿Hasta en su espejo? Hay gente que sobrevive menos por lo que no tiene, que los que viven más por lo que tienen. Eso incluye a TODOS, sin excepción, en algún momento de la vida. ¿Recuerda la promoción que fue para el otro? ¿O la muchacha que la dejó como vice? ¿O la prueba que le faltó un décimo? ¿O hasta la elección del equipo que pasó raspando por culpa suya?
En la Biblia, también hubo un escenario así. Está en Mateo 20:1-16. ¿Recuerda? Los trabajadores contratados por todo el día ganaron lo combinado, pero se revelaron por no recibir lo no combinado. Mientras los que llegaron por último vibraron por la oportunidad de haber trabajado, los que llegaron antes se lamentaron por no haber llegado después. La infelicidad de “no estar donde les gustaría” opacó el pago justo que llenaba sus bolsillos. Es extraño, ¿no? Si hay gente feliz por lo que ya tiene, existe mucha gente triste por lo que no consiguió.
¿Sabía que la felicidad se mide por el presente en las manos más que por el pasado que no vuelve o por el futuro que no llegó? “[…] estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8). Si la Palabra de Dios nos alerta de la importancia del contentamiento es porque existen muchos descontentos deambulando por ahí. ¿Qué tal si miramos a nuestro alrededor y valoramos haber llegado hasta aquí, en vez de frustrarnos con la cumbre de allá? Una cosa es la motivación de superación dando el máximo de sí, y otra es la insatisfacción por comparar que nuestro máximo está por debajo del máximo de otros. Resumiendo: no deje que su sueño se transforme en delirio, ni la gratitud se pierda por la obsesión.
Por lo tanto, celebre la vida, disfrute cada momento y huya de las amarguras del alma. Mejor es tener un bronce con mucho orgullo que una plata con envidia del otro. Y cuando Cristo regrese, ahí sí solo habrá un lugar en el podio, y para todo el mundo. Hasta allá, “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Y sin comparaciones con el lugar de los demás, sino con la alegría de saber que la mejor medalla está en el pecho: la Gracia.
¡Viva!