Un himno en el tren
Atlanta, capital de Georgia, Estados Unidos. Los trenes de la línea roja del tren procedentes del aeropuerto corrían llenos a las ocho de la mañana. Pero ese sábado 3 de julio había algo intrigante: las personas parecían conocerse, aunque el idioma,...
Atlanta, capital de Georgia, Estados Unidos. Los trenes de la línea roja del tren procedentes del aeropuerto corrían llenos a las ocho de la mañana. Pero ese sábado 3 de julio había algo intrigante: las personas parecían conocerse, aunque el idioma, la vestimenta, o la actitud fueran muy diferentes. En la estación Five Ponits, que integra la línea azul, más gente, más conversaciones, más etnias. Al embarcar en el nuevo tren, se confirma: todos los pasajeros van al Georgia Dome, donde 70 mil personas de más de 200 países participarán del cierre de la 59ª sesión del Congreso mundial de la Iglesia Adventista, en el 2010.
Al descender, algunas estaciones después, cientos de personas invadieron las estrechas escaleras rodantes. De repente, sin aviso o indicación, alguien comienza a cantar: “A Sión caminamos”. Cesan las conversaciones. Lo que era una mezcla de idiomas y dialectos, ahora son voces unidas en alabanza: “cantando todos marchamos, de Dios a la bella mansión”. Miré el reloj y vi que eran las nueve de la mañana, horario de la Escuela Sabática.
La música tiene ese poder de conectar, trascender y lograr que lo diferente, se una; sí, anula individualidades. La belleza del canto congregacional de esa mañana en el tren era que cada persona cantaba en su propio idioma, timbre y regionalismo. Esto no se constituyó un impedimento o barrera. En verdad, esa participación individual dio a lo grupal el significado más profundo, porque cuando la expresión individual es sincera, el resultado del todo será siempre inusitado, impresionante e impactante. Aquí está lo importante de la cuestión: cuando alabe, hágalo en espíritu y en verdad.
Unas tres horas más tarde, la emoción estallaba. Ahora eran miles y miles de personas que se levantaban para cantar: ¡Una esperanza! (Himnario Adventista, Nº 181). Lo más indescriptible no era escuchar, sino participar. El Georgia Dome vibra: “Una esperanza arde en nuestro ser, la del retorno del Señor. Esta es la fe que solo Cristo da, fe en la promesa del Señor”. En un compás de cuatro por cuatro, la orquesta marca el ritmo: “Muy cercano el tiempo está, cuando la humanidad jubilosa cantará: ¡Aleluya! ¡Cristo es Rey!”. ¡Qué manera más extraordinaria de vivir la fe!
El canto congregacional tiene un mérito: mantiene el ánimo de los cristianos mientras caminan rumbo a la Patria Celestial. “Si hubiera mucho más alabanza al Señor y mucho menos tristes relatos de desánimos, se ganarían muchas más victorias” (Elena de White, El evangelismo, p. 364). En este contexto, los himnos desempeñan un papel importante por ser escalones por donde los hombres y mujeres ascienden al trono de la gracia. No hay alguno que no recibió ánimo a través de un canto preferido o retenido las lágrimas ante un himno sobre cómo Dios nos perdona, acepta, redime y transforma.
Hay todavía algo mayor para vivir: llegar a la iglesia y unirse al canto colectivo. Es en ese momento que la atmósfera del Cielo toma posesión del lugar. El clima de unidad, de comunión, de seguridad no se puede describir. Se trata de una experiencia personal e intransferible. La alabanza de hoy no es una costumbre más, sino una orden de Dios para usted. Ore y experimente.