El viento no sopla contra el texto
¿Cómo entender la idea del viento del Espíritu en relación a la soberanía de la Palabra de Dios en la vida de los cristianos y las enseñanzas de Jesús?
¿Es correcto invocar la figura del “viento del Espíritu” para justificar posturas contrarias a las Escrituras?
Es verdad que “el viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; pero ni sabes de dónde viene, ni a dónde va” (Juan 3:8), pero no hay discordancia entre el Espíritu y la Palabra. Durante su ministerio en la tierra, “Jesús fue llevado por el Espíritu […]” (Mateo 4:1), y prometió que el Espíritu guiaría a sus discípulos a toda verdad (Juan 16:13).
Jesús usaba la expresión “palabra de Dios” para referirse al texto sagrado (Mateo 15:6; Juan 10:35; 17:17). La Palabra de Dios es “la espada del Espíritu” (Efesios 6:17), por lo tanto, hay una relación íntima entre el texto sagrado y el Espíritu. Si él es el Espíritu de verdad (Juan 15:26), y la verdad es la Palabra de Dios (Juan 17:17), uno de los principales efectos del soplo del Espíritu es llevarnos al texto inspirado.
Por lo tanto, no parece correcto apelar a la acción misteriosa del Espíritu Santo para justificar el abandono de las Escrituras. El viento no sopla contra el texto. El viento sopló y el texto surgió. Continúa soplando, y lanzando luz y comprensión sobre el texto.
No todo viento es soplo del Espíritu
Existe otro viento actuando: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento [ánemos] de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14).
Los vientos de doctrina [ámenos] tienen que ver con enseñanzas equivocadas, humanas, astutas. No podemos confundir la acción del Pneuma con la agitación de ámenos: “Y como el Espíritu de Dios fue quien inspiró la Biblia, resulta imposible que las enseñanzas del Espíritu estén jamás en pugna con las de la Palabra […]” (Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 11).
La promesa de que el Espíritu “los guiará a toda verdad” (Juan 16:13) no significa que debemos esperar nuevas revelaciones contrarias a la Escritura. La realidad de Dios es infinita, pero él se reveló de manera objetiva, suficiente y lo registró en los textos inspirados.
¿Pero la Palabra no es Jesús?
Dios se reveló por medio de los profetas (Escrituras), y de forma especial en Jesús (Hebreos 1:1-3). Pero la revelación suprema en Cristo no vino a contradecir la Palabra escrita. Por el contrario, es la confirmación de lo que está escrito. El misterio de Cristo fue “revelado a sus santos apóstoles y profetas, por el Espíritu” (Efesios 3:5), y registrado en las Escrituras. A su vez, las Escrituras testifican de Jesús (Juan 5:39), y “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3).
Jesús y la Biblia no son dos cosas opuestas, competentes, dos caminos alternativos. Presentar a Jesús y el texto sagrado como adversarios va contra el ejemplo de Jesús mismo. Después de su resurrección, en el camino a Emaús, “les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían” (Lucas 24:27). Si Jesús en persona, después de la cruz, no desconsideró el texto ¿cómo puede un cristiano sentirse autorizado a hacerlo hoy?
La iglesia está edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Por eso, tenemos que recordar siempre “para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles” (2 Pedro 3:2). Esas palabras están registradas en la Biblia.
El soplo del Espíritu no hace apología del pecado
Uno de los papeles del Espíritu es convencer de pecado (Juan 16:8), y los que viven por el Espíritu “Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne” (Gálatas 5:16, 17).
O sea, el viento del Espíritu no puede ser invocado para justificar interpretaciones que justifiquen “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas” (Gálatas 5:19-21). La apología a la satisfacción de los deseos de la carne no puede considerarse “soplo del Espíritu”.
El nuevo nacimiento es atribuido al Espíritu y a la Palabra (Juan 3:5-7; 1 Pedro 1:23), y resulta en sumisión a ambos. La santificación es un proceso que pasa por el texto sagrado, pues “las Sagradas Escrituras […] te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:15). El evangelio predicado por los apóstoles es la “palabra de verdad” (Efesios 1:13; Colosenses 1:5), y se define como lo que Jesús hizo “conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3, 4). Por eso, no hay predicación del evangelio genuina donde se desprecian las Escrituras.
Conclusión
En verdad, las acciones y enseñanzas de Dios no se limitan a lo que está escrito en la Biblia, pero lo que está escrito es suficiente, y las revelaciones divinas extrabíblicas jamás contradicen el texto canónico. Dios no es solo un texto, y los desdoblamientos de las acciones y enseñanzas de Dios van más allá del texto, pero jamás contra el texto. De hecho, el viento sopla donde quiere, en lugares y a través de voces inesperadas. Pero él nunca sopla contra su propia Palabra.