La erosión del cerebro apela al rescate del sentido de comunidad
La vida detrás de las pantallas está dejando a las personas solitarias y enfermas.
¿Recuerda cuando creíamos que la tecnología sería nuestra redención? ¿Que el Zoom, el WhatsApp y el TikTok nos salvarían de la soledad pandémica? Bien, aquí estamos en el 2024, y nuestra idea de comunidad está tan viva como un modem discado de los años 90. El cerebro humano, esa máquina pulsante de creatividad y conexión, se está derritiendo lentamente bajo el brillo azul de las pantallas. Llama la atención la elección de la expresión “brain rot” como la palabra del año por el Oxford English Dictionary, práctica que ocurre anualmente. La expresión, literalmente, quiere decir “cerebro podrido”. Deriva de una posible atrofia cerebral o intelectual de la persona expuesta al consumo excesivo de material (principalmente contenido en línea) considerado trivial o poco desafiante.
“Brain rot” no es solo una metáfora: es el estado mental colectivo de una generación que cambió la realidad por la simulación. La soledad que resulta de ahí ayuda a explicar el estado en que nos encontramos. El sociólogo americano Robert Putnam, autor del libro Bowling Alone, alerta sobre eso desde la década de 80, cuando dejamos de participar de comunidades reales, algo muere dentro de nosotros. Salimos de la pandemia, pero todavía estamos presos en un confinamiento emocional, ilusionándonos con los “me gusta” y los emoticones como si fueran abrazos de verdad.
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No es una exageración: la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó en 2023 que la soledad es tan letal como fumar quince cigarrillos por día. La ciencia confirma lo que la Biblia siempre dijo. Allá en Génesis 2:18, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo […]”. Y aquí está el punto: fuimos creados para estar conectados. Sin eso, no solo nuestras almas se debilitan, nuestros cerebros se atrofian.
La Biblia está repleta de invitaciones a la comunidad. En Hebreos 10:25 se nos incentiva a no dejar de reunirnos. Y Hechos 2:42 nos da la fórmula de la comunidad saludable: enseñanza, comunión, partir el pan y oración. No es un feed infinito de posteos. Es la vida real. Es mirar a los ojos.
Las redes no son el problema, nosotros lo somos
Las redes sociales, por sí solas, no son el problema, nosotros lo somos. Antes de demonizar a Mark Zuckerberg, dueño de la Meta, que controla Facebook, WhatsApp e Instagram, vamos a ser honestos: la tecnología solo amplió el deseo humano de conexión, pero sin la sustancia que la relación requiere. Criticar las redes sociales es tan fácil como reclamar del tránsito mientras se conduce un SUV o auto cero km. El problema no es solo la pantalla; es el vacío que dejamos crecer cuando dejamos de invertir en relaciones reales.
Vale la pena escuchar lo que la investigadora Sherry Turkle tiene para decir. Autora de un libro esencial sobre el asunto, llamado Alone Together, ella describe como estamos “conectados, pero solitarios”. No necesitamos solo de un detox digital. Necesitamos de un “detox” de nuestra apatía comunitaria. Las iglesias, escuelas, clubes, parques, esos son los “servidores” que deberían estar siempre en línea.
El papel de las iglesias en el antídoto contra el “brain rot”
Y aquí entra la parte emocionante: las iglesias no son solo edificios con bancos. Son la incubadora de la pertenencia. Fueron hechas para eso. Jesús, en Mateo 18:20, deja claro: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Cuando una iglesia promueve actividades comunitarias, estimula conversaciones reales y crea espacios para el apoyo mutuo, está literalmente luchando contra el “brain rot”. Y no necesita de wifi para eso. Es como el grupo de Hechos 2: todos juntos compartían sus vidas, sus dolores y sus victorias.
Si queremos recuperar nuestra mentes y corazones, necesitamos resucitar el sentido de comunidad. ¿Y cómo podemos hacerlo?
Para la Iglesia Adventista del Séptimo Día, la tarea se vuelve más fácil, considerando la inversión de tiempo y recursos en actividades como el Club de Conquistadores, Club de Aventureros, Sociedades de Jóvenes… Aquí va una lista con sugerencias de lo que las iglesias pueden hacer:
- Motivar la práctica de deportes: Las iglesias y escuelas pueden motivar la adopción de programas extracurriculares que integren niños, padres y educadores en un ambiente de colaboración. Menos PowerPoint, más trabajo en equipo.
- Iglesias activas: Grupos pequeños, almuerzos comunitarios, acciones solidarias – todo lo que saque a las personas de sus casas y las ponga en contacto directo tiene que ser estimulado.
- Vida al aire libre: Imagine promover caminatas y el voluntariado en huertas comunitarias. Es poner el cuerpo en movimiento para que la mente salga del modo zombi.
- Cultura asociativa: Las iglesias pueden estimular a las personas a involucrarse en asociaciones y proyectos que ofrezcan propósito y conexión.
El "Brain rot" no es el fin: es un llamado
Un cerebro atrofiado no tiene que ser la sentencia final. La cura está en los pequeños pasos: extender la mano, iniciar una conversación, participar de algo mayor que nosotros mismos. Como escribió Pablo en 1 Corintios 12:27, somos el cuerpo de Cristo, cada uno es parte de él. Sin usted, sin mí, el cuerpo está incompleto. Por eso, levántese, muévase, reconéctese. El mundo está esperándolo, no en el feed, sino del otro lado de la puerta.