¿El consumismo es capaz de afectar la misión de la iglesia?
Gasto excesivo hoy es un estilo de vida orientado por lo que es superfluo y por la cultura de lo descartable.
El economista y sociólogo americano Thorstein Veblen nació en 1857, en los primeros años de la segunda revolución industrial, y murió en 1929, año de la gran depresión, el período más largo de recesión económica de la historia. Conviene que un crítico tan importante de cierto tipo de consumo ostentatorio como fue Veblen tenga su trayectoria de vida ligada a esos dos momentos históricos del capitalismo. La segunda revolución industrial, entre los años 1850 y 1870, presentó al mundo una clase nueva de ricos, resultado del desarrollo de la industria química, eléctrica, del petróleo y del acero.
El análisis de esa nueva clase social inspiró a Veblen a producir su estudio más famoso: La teoría de la clase ociosa. En ese texto reflexiona sobre una forma hasta enconces innusitada de demostrar éxito, partiendo del consumo de bienes y servicios como estatus social. Los gastos no buscaban atender a una necesidad específica. Peor todavía, no había equilibrio entre el consumo y la producción. El fin era solo uno: ostentar riqueza. Comenzó con una clase adinerada y se extendió después a otras clases menos pudientes. Era el inicio de lo que hoy conocemos como consumismo.
El consumismo es hoy un estilo de vida orientado por lo superfluo, por la cultura de lo descartable, por el deseo incesante de estar siempre a tono con la nueva onda. Se creó un presente perpetuo. El pasado no sirve más como orientación, el futuro no importa más. El consumismo es el deseo de vivir el aquí y el ahora, con todo lo que eso tiene para ofrecer, con el mejor slogan, energizado por los mejores anuncios publicitarios, empaquetado por las campañas de marketing más creativas. Internet y las redes sociales elevan esa sensación a niveles estratosféricos. Es el tiempo cuando lo que se consume ya no importa; lo que ese consumo puede ostentar y lo que puede proporcionar para el estatus del consumidor, para su imagen, es lo que cuenta.
Es la era del Culto a las Marcas, título de un libro fundamental, escrito por Douglas Atkins. O, para usar una expresión del filósofo francés Jean Baudrillard (lo leí y recomiendo la lectura de sus libros A Sociedade do Consumo [La sociedad del consumo] , À Sombra das Maiorias Silenciosas e Simulacros e Simulação [A la sombra de las mayorías silenciosas y Simulacros y Simulación): es el tiempo en que ya no consumimos cosas. Ahora, lo que consumimos son signos, que se expresan por la intensificación de la imagen, de los deseos, de las sensaciones. La necesidad terminó siendo lo que menos importa en esta era de culto al consumismo.
La cultura consumista provocó un comportamiento económico irracional y confuso. No tiene en cuenta el ideal del consumo, que es la producción de bienes y servicios esenciales para el desarrollo económico de las sociedades. Provoca la mercantilización de segmentos sociales, especialmente mujeres y niños. Afecta la capacidad de empatía y de generosidad. Hay quien señala conexiones entre el consumismo y la violencia por detrás de situaciones de criminalidad.
El consumismo afecta a uno de los principios más nobles del cristianismo, que es la compasión. Las personas que se dedican de modo ciego a un comportamiento consumista tienen dificultades de actuar de modo solidario y ayudar a las personas que están en necesidad. Llego a esta conclusión después de leer textos como el de la escritora Elena de White, que fue contemporánea de Thorstei Veblen durante un cierto tiempo; al pensar sobre el consumismo mucho antes de que esa palabra tuviera la connotación que conocemos hoy, ella escribió:
“Hay que cortar todo gasto innecesario. Que los ayudantes comprendan que el consumo no debe exceder la producción. […] La economía es una ciencia muy valiosa. Muchos malgastan demasiado al no guardar los residuos. En muchas familias se malgasta lo que podría sostener a una pequeña familia” (El ministerio médico, p. 230).
Existe un papel que los líderes de la iglesia deberían destacar en la actualidad, la necesidad de reflexionar sobre el consumismo y cómo puede perjudicar al seguidor de Cristo en particular, y a la Iglesia en forma general. ¿Hasta donde afecta el consumismo los valores cristianos como la misericordia, la compasión y la fe? ¿De qué forma el consumismo se expresa actualmente en las iglesias? ¿Cómo puede ser explorado ese asunto en nuestras iglesias al punto de formar una concientización capaz de orientar sobre ese estilo que es tan evitente en la sociedad posmoderna?
En la próxima columna podremos pensar un poco más en estas preguntas. Lo invito a enviar su comentario. Tal vez usted pueda ser de ayuda y dar ideas para el próximo artículo que concluirá esta reflexión. ¡Participe!