Cómo las iglesias pueden combatir el desperdicio de alimentos y ayudar a quien más lo necesita
Acciones prácticas pueden contribuir con la reducción del hambre alrededor del planeta
Imaginen la escena: una multitud de más de cinco mil personas reunida, hambrienta y sin tener qué comer. Un niño ofrece a Jesús cinco panes y dos peces. Lo que parecía ser un problema imposible de resolver, Cristo lo transforma en abundancia, en lo que la Biblia describe como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces.
Ustedes ya deben haber oído sermones y leído devocionales sobre el milagro y sobre cómo Dios provee en la adversidad. Pero hay un aspecto de la historia que me gustaría abordar aquí: Jesús se preocupó por el desperdicio de alimentos.
Lea también:
- La Biblia y la justicia social
- Crisis globales desafían a fieles e iglesias a una liberalidad humanitaria
Él no solo multiplicó la comida, sino que también instruyó a los discípulos a recoger los pedazos que sobraron. El texto describe: “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada. Recogieron, pues, y llenaron doce cestas de pedazos, que de los cinco panes de cebada sobraron a los que habían comido” (Juan 6:12, 13).
Actualmente, el desperdicio de alimentos es una realidad crítica y cruel. Un informe presentado este año por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente mostró que el mundo desecha más de mil millones de comidas por día. Mientras tanto, casi 800 millones de personas son afectadas por el hambre en el planeta, y un tercio de la humanidad enfrenta inseguridad alimentaria.
Entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible establecidos por la Organización de las Naciones Unidas, el punto doce propone, hasta 2030, reducir el desperdicio de alimentos a nivel minorista y del consumidor, y reducir la pérdida de alimento a lo largo de las cadenas de producción y abastecimiento. La sede regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) creó el Día Internacional de Concientización sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, recordado el 29 de septiembre.
Es un problema económico, social, moral y ético, y también ambiental. Los alimentos que se pudren en basureros sanitarios producen una cantidad significativa de metano, un gas de efecto invernadero más poderoso que el dióxido de carbono. Solo en los Estados Unidos, la cantidad de comida desperdiciada tiene un valor aproximado de casi USD$ 218 mil millones, el equivalente a 130 mil millones de comidas.
Contribución activa
Son datos dolorosos de leer. Para las iglesias, debería ser un llamado a la reflexión. La comida es un tema significativo en la Biblia desde el comienzo hasta el fin. Adán y Eva recibieron la invitación de comer del fruto del jardín (Génesis 2:15-17). El triunfo contra el mal está retratado como un banquete (Isaías 25:6). Jesús comió con los vulnerables de la sociedad (Marcos 2:15; Lucas 15:1, 2). Después de la resurrección, sirvió panes y peces a sus discípulos en una playa (Juan 21:1-14).
El Salmo 104 muestra la presencia de Dios en la cadena alimentaria. Dios actúa en todos los aspectos del alimento que comemos: el suelo, las semillas, el sol, la lluvia, el crecimiento de las plantas y los árboles fructíferos, y el nacimiento y la vida de los animales. Entender el cuidado de Dios hacia el proceso de producción de alimentos ayuda a respetar lo que consumimos: conservando, compostando y compartiendo generosamente, porque Dios se preocupa por los hambrientos (Isaías 58:10; Mateo 25:34-40). Una de las grandes tragedias del desperdicio de alimentos es que la Tierra produce suficiente para todos, pero millones de personas pasan hambre. Peor que el desperdicio de alimentos es la ausencia de empatía y compasión.
Las iglesias, como pilares de la comunidad, tienen un papel esencial en la solución de ese problema al optar por el discipulado y seguir el ejemplo de Jesús. Existen muchas acciones que pueden realizar. Vea algunos ejemplos:
Organizar workshops de reaprovechamiento de alimentos. Las iglesias pueden movilizar a nutricionistas y chefs locales para enseñar a las familias como transformar sobras en nuevas comidas sabrosas y nutritivas.
Trabajar en conjunto con mercados y ferias. Muchos establecimientos desechan alimentos que todavía están en buenas condiciones. Las iglesias pueden ofrecer su colaboración, garantizando que esos alimentos lleguen a las familias que más lo necesitan, evitando así el desperdicio.
Realizar campañas de concientización. Una iglesia puede ser un poderoso canal de comunicación. Puede realizar campañas para educar a los miembros sobre cómo almacenar alimentos correctamente y reducir el desperdicio diario.
Apoyar huertas comunitarias. Las iglesias pueden incentivar a los miembros a plantar sus propios alimentos, reduciendo la dependencia de grandes supermercados y promoviendo la sustentabilidad. Los templos con espacio físico pueden iniciar una huerta comunitaria y distribuir los alimentos a la población.
Estas son soluciones sencillas, pero poderosas. Imaginen el impacto que su iglesia puede tener en la vida de las familias que luchan diariamente contra el hambre. Además de cuidar del prójimo, al reducir el desperdicio de alimentos, la iglesia está promoviendo la sustentabilidad y honrando el mandamiento de cuidar de la creación de Dios.