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El papel del movimiento millerita en la construcción de la identidad adventista

En el siglo 19, el movimiento iniciado por Guillermo Miller despertó a millones para el estudio de la Biblia.


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Guillermo Miller fue un estudioso de la Biblia en profundidad (Foto: Reproducción)

Este artículo fue preparado para recordar los 176 años del episodio ocurrido el 22 de octubre de 1844, que pasó a ser conocido como “el gran chasco”. El análisis que haremos propone un viaje en el tiempo para regresar al comienzo del adventismo con el objetivo de recordar que la Iglesia Adventista del Séptimo Día no surgió de la nada, no apareció de casualidad, ni fue establecida por voluntad humana, sino por la dirección divina.

Veremos cómo el Señor guió el surgimiento de este movimiento y qué influencia tuvo la manifestación moderna del don profético sobre esos acontecimientos, según como se identifica en la vida, el ministerio y la obra de Elena G. de White, reconocida por los adventistas como pionera, cofundadora, mensajera y profetisa. “Y por un profeta Jehová hizo subir a Israel de Egipto, y por un profeta fue guardado” (Oseas 12:13).

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En este versículo se ven claramente dos de las principales funciones de un profeta: guía y protección. Se puede constatar que, de la misma manera en la que Dios protegió y guió al pueblo de Israel al salir de Egipto en dirección a la tierra prometida, él ha protegido y guiado a los adventistas del séptimo día desde su surgimiento y hasta la eternidad.

El escenario socio religioso de los Estados Unidos en el siglo XIX

Esta travesía comienza con los datos del censo de 1840[1], que fue el sexto realizado por el gobierno norteamericano desde 1790. En él se revela a los Estados Unidos con una población de 17 millones de habitantes. Solo tres ciudades tenían más de 100 mil habitantes. Nueva York era la mayor de ellas, con una población de 312.710 habitantes. Ese era el panorama de la población en los días áureos del movimiento iniciado por Guillermo Miller.

Al buscar una comprensión más clara del escenario religioso espiritual de las primeras décadas del siglo X1X, se encuentran seis fuertes corrientes de influencia en el protestantismo norteamericano[2]. LA REFORMA PROTESTANTE, que por más obvio que pueda parecer, todavía hacía sonar sus “olas” a un sonido bien alto y bueno; a la Reforma se le suma el RESTAURACIONISMO, cuya misión era completar el trabajo iniciado por la Reforma. Ellos tuvieron una fuerte influencia de los anabaptistas, que pretendían un regreso completo a los ideales de la “Sola Scriptura”.

EL METODISMO WESLEYANO fue otra corriente de influencia fuerte. Ellos destacan el libre albedrío, la salvación en Cristo para todos y la santificación, en contraste con la predestinación calvinista.

Además de la Reforma, del restauracionismo y del metodismo, otras tres corrientes religiosas ejercieron una fuerte influencia sobre el protestantismo norteamericano del siglo XIX. El DEÍSMO, que rechazaba las manifestaciones sobrenaturales y los relatos milagrosos de la Biblia y acentuaba el papel de la razón y del enfoque lógico; la INFLUENCIA PURITANA, que enfatizaba la autoridad de la Biblia, creía en la educación, predicaba la obligación cristiana de la obediencia a la ley, de la conducta moral, incluyendo la observancia del sábado, que era considerado por ellos el primer día de la semana.

Y, finalmente, el MILENIALISMO, que creía en la inminencia del fin del mundo y predicaba que la humanidad viviría los últimos días de su historia, pues pronto el mundo sería transformado para recibir la implantación del reino de Dios. Ese era el panorama religioso del siglo XIX.

Se puede agregar todavía que los excesos de la Revolución francesa, las propuestas del iluminismo, una reacción a la aparente dominación elitista e intelectual del deísmo y algunos acontecimientos naturales, como el terremoto de Lisboa (1755) y la caída de las estrellas (1833) ayudaron a promover un reavivamiento espiritual conocido como el Segundo gran despertar, que comenzó a partir de 1790 y se extendió hasta mediados de la década de 1840[3], haciendo que toda una generación de norteamericanos se transformaran en practicantes de la fe cristiana y con características bien conservadoras.

De ese período son el surgimiento de muchos movimientos reformadores, de las Sociedades bíblicas y la manifestación de un entusiasmo misionero jamás igualado en la historia. Muchos creían que ese fervor espiritual precedería al inicio del milenio bíblico.

Movimiento Millerita

En ese escenario Guillermo Miller, un hacendado bautista, comenzó a estudiar la Biblia, en 1816, año de su conversión, solo con la ayuda de una concordancia bíblica[4]. Lo hizo de una manera intensa y extensa. En 1818, ya había llegado a la conclusión de que Jesús volvería a la Tierra en más o menos 25 años.

La compresión sobre la fecha del regreso de Jesús fue el resultado de un intenso análisis de las profecías (Foto: Reproducción).

Al principio compartió sus conclusiones solo con sus amigos más cercanos. Pero en 1831 hizo un pacto con Dios de que, si lo invitaban a predicar, aceptaría. Treinta minutos después el sobrino, quien vivía a 26 km de distancia, llegó a casa de Miller. Había salido antes de la oración de Miller. A partir de ahí, llegaron otras invitaciones, y Miller se transformó en un orador itinerante. Se calcula que predicó más de 3.200 veces sobre el regreso de Jesús a lo largo de 13 años (un promedio de 250 sermones por año).

Después de conocer a Josué Himes, en 1839 Miller comenzó a predicar en las ciudades más grandes y a imprimir mucha literatura. Se estima que cerca de un millón de personas escucharon sus mensajes, y que posiblemente hasta cien mil[5]hayan esperado el regreso de Jesús para el 22 de octubre de 1844.

Elena de White expresó una gran consideración por la vida y obra de Miller. Le dedicó cinco capítulos del libro El conflicto de los siglos. Ella escribió que “los ángeles velan sobre el precioso polvo de este siervo de Dios, y resucitará cuando sea tocada la última trompeta”[6].

Cálculos

Los primeros cálculos hechos por él indicaban que el regreso de Jesús ocurriría en algún día entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844[7], período que se conoció como “el año del fin”. Aunque no se cumplió, esa primera decepción parece no haber impactado tan negativamente la predicación de Miller.

En agosto de 1844, en una reunión en carpa realizada en Exeter, New Hampshire, Samuel S. Snow, quien era un millerita desconocido hasta entonces, presentó argumentos extraídos de la tipología bíblica sobre la purificación del Santuario. Ese mensaje fue conocido como “el clamor de media noche”, según la nueva interpretación de la parábola de las diez vírgenes de Mateo 25. Muchos salieron de allí convencidos de que Jesús volvería precisamente el 22 de octubre de 1844. Ese fue el punto máximo del millerismo. La fecha específica y la confianza sin restricciones en los cálculos proféticos servirían solo para intensificar el chasco que vendría.

El día llegó y pasó, lo que incentivó a los escarnecedores y cobardes, pero golpeó profundamente a los milleritas. La decepción y la tristeza fueron indescriptibles. Nunca sabremos lo que habrá sido soportar el profundo dolor de la decepción, las burlas, el escarnio y, lo peor que todo, las dudas crueles sobre lo que en realidad había sucedido.

Josias Litch, uno de los pilares del millerismo, escribió a Miller y a Himes el día 24 de octubre: “Aquí es un día nublado y oscuro, las ovejas estén dispersas y el Señor todavía no vino”[8].

Divergencias interpretativas

Como resultado del chasco, se estima que muchos creyentes abandonaron la fe y los que permanecieron con el grupo millerita estaban sumergidos en completa confusión y desorientación[9]. El resto del año 1844 y durante todo 1845, los milleritas tuvieron como tarea principal intentar entender qué había o qué no había sucedido el 22 de octubre.

Estaban básicamente divididos entre “los adventistas de la puerta abierta” y “los adventistas de la puerta cerrada”[10]. Esos títulos surgieron de la manera como interpretaban Mateo 25:10, que describe a las vírgenes prudentes que entran con el novio a las bodas mientras se cierra la puerta para los demás.

Los adventistas de la puerta abierta adoptaron la idea de que estaban en lo CORRECTO en cuanto al EVENTO del regreso de Cristo, pero creían que los cálculos proféticos estaban equivocados y que por eso no había sucedido nada el 22 de octubre. Pero los adventistas de la puerta cerrada siguieron creyendo que algo había sucedido el 22 de octubre de 1844. Creían que los CÁLCULOS PROFÉTICOS ESTABAN CORRECTOS, pero disentían en cuanto a lo que realmente había sucedido. Adoptaron la convicción de que solo serían salvas las personas que habían aceptado el mensaje del regreso de Cristo hasta el 22 de octubre de 1844.

Como una rama más radical del adventismo surgieron los espiritualistas[11]. Ellos defendían la idea de que el regreso de Cristo había ocurrido, pero de manera espiritual, y eran defensores de la doctrina de la puerta cerrada. En medio de ellos sucedieron las más absurdas y vergonzosas manifestaciones de fanatismo. Adoptaron una forma nueva de leer e interpretar las Escrituras que condujo a numerosas creencias y formas muy extrañas de comportamiento.

Algunos milleritas fueron atraídos a comunidades espirituales, como los shakers[12], en donde todos tenían todo en común y con eso podían vivir apartados de las ciudades, donde para ellos la vida se había vuelto hostil. Hoy en día no hay registro de la existencia de ninguna representación religiosa que haya surgido directamente de esos movimientos más radicales del millerismo [13].

Movimiento fragmentado

A principios de 1845, los milleritas se dividían y esparcían cada vez más. Los extremistas espiritualistas parecían dominar las acciones. Por otro lado, un grupo más moderado, al cual pertenecía la mayoría de los creyentes adventistas y los principales líderes del movimiento, incluyendo a Miller, insistían en marcar nuevas fechas para el regreso de Cristo, como sucedió con el 23 de marzo y el 23 de abril de 1845[14], aumentando más todavía la incredulidad y la confusión.

Se convocó una asamblea para el 29 de abril[15], en la ciudad de Albany, estado de Nueva York. Todos los que creían en la doctrina de la puerta cerrada fueron excluidos de la reunión. Josué Himes, brazo derecho de Miller, sentía que era necesario hacer algo; era necesario asumir una posición clara contra el fanatismo de los espiritualistas e intentar salvar lo que quedaba del movimiento millerita.

Como resultado de esa asamblea[16], 1) se estableció una plataforma de diez creencias relacionadas con el advenimiento y la salvación. 2) Armaron un plan de acción de evangelismo para buscar nuevos conversos, ya que eran defensores de la doctrina de la puerta abierta; 3) asumieron posiciones claramente contrarias a los demás grupos adventistas; 4) prepararon el camino para una forma congregacional de gobierno eclesiástico; 5) demarcaron claramente el terreno del adventismo; o pertenecían al grupo de Albany o eran opositores.

Se organizaron otras asambleas con el propósito de expandir las decisiones de Albany [17], pero después de la muerte de Miller, el 20 de diciembre de 1849[18], los adventistas de Albany tuvieron desacuerdos y terminaron dividiéndose en cuatro denominaciones.

Hasta hace poco tiempo, tres de esas cuatro iglesias todavía se mantenían activas; la mayor de ellas era la de los “Cristianos del Advenimiento”, con solo 25 mil miembros[19]. En el próximo artículo, continuación de este, veremos cómo se formó el grupo de adventistas sabatista, precursores de los adventistas del séptimo día.

Así, se cumplió una vez más la profecía bíblica con impresionante exactitud: “Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre” (Apocalipsis 10:10).

Para comprender más sobre el “gran chasco”, vea la película Cómo comenzó todo:

 


Referencias

[1] Censo de los Estados Unidos de 1840, encontrado en www.wikiwand.com.

[2] Fortin, D. y Moon J. (ed). Enciclopedia, Elena G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña, 2018, p. 270.

[3] Knight, George R. Introducción a los escritos de Elena G. de White. Buenos Aires: ACES. p. 359.

[4] Fortin, D.ye Moon J. (ed). Enciclopédia Elena G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña, 2018, p. 512.

[5] Ibíd.

[6] White, Elena de. Primeros escritos. Florida, Buenos Aires, ACES. p. 258.

[7] Knight, George R. En busca de identidade. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña. p. 50.

[8] Ibíd., p. 53/54.

[9] Ibíd., p. 55.

[10] Ibíd.

[11] Knight, George R. Adventismo. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña. p. 230.

[12] Ibíd., p. 240.

[13] Ibíd., p. 248.

[14] Ibíd., p. 252.

[15] Ibíd.

[16] Ibíd., p. 253/254.

[17] Ibíd., p. 256

[18] Fortin, D. y Moon J. (ed). Enciclopédia Ellen G. White. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña, 2018, p. 513.

[19] Knight, George R. Adventismo. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileña. p. 306.

 

Helio Carnassale

Helio Carnassale

Manteniendo la visión

La importancia de la manifestación moderna del don profético

Teólogo, y magíster en Ciencia de las Religiones por la Universidad Metodista de São Paulo, Brasil. Fue pastor de iglesias y fue orador de la Voz de la Profecía. Trabajó en la Casa Publicadora Brasileña, Superbom, Unasp y fue director de Libertad Religiosa y Espíritu de Profecía de la sede sudamericana adventista.