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La singularidad de Daniel

Un panorama completo sobre el libro bíblico de Daniel en la columna del teólogo Diego Cavalcanti.


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El libro de Daniel es sigular en las Escrituras hebreas (Foto: Divulgación)

Muchos desconocen las profecías de Daniel, mientras otros rechazan su naturaleza predictiva. Una interpretación popular sitúa la fecha de la escritura del libro en el segundo siglo a.C. Desde ese punto de vista, el libro habría surgido en la época de la opresión del rey seléucida Antíoco Epifanio (175-164 a.C.), que invadió Judea, prohibió la religión judía, decretó la adoración a Zeus con sacrificios impuros en el templo, prohibió la observancia del sábado y las fiestas e inició una matanza de miles de hombres, mujeres, ancianos, niños y bebés.[1]

Para los adventistas, el libro de Daniel es legítimo y tiene importancia crucial. En él encontramos profecías fundamentales para nuestros días.[2] El libro responde a las principales conmociones del fin del Antiguo Testamento y constituye un puente al Nuevo Testamento, y en especial, al Apocalipsis.[3]

No se sabe el origen de Daniel, quienes eran sus padres o cuál es su genealogía. El texto bíblico indica que pertenecía a la realeza o a la nobleza de Judá (Daniel 1:3), que fue llevada a Babilonia en la primera de las tres deportaciones, en el año 605 a.C. El nombre también se menciona en Ezequiel (14:14, 20). Según Josefo  (Antiguidades, x.10, §1), Daniel tenía parentesco con el rey Sedequías, información que se encuentra en el Talmud Babilónico (Sanhedrim i.3.).[4] Sin embargo, la falta de informaciones sobre Daniel y su vida en las cortes, aparentemente distanciado del pueblo, hizo que no sea clasificado entre los Nebi’im (Profetas) en el canon judío, por ser considerado como un discípulo de los profetas, de los cuales habría dependido para escribir su libro (Jeremías 9:2).

Para algunos eruditos críticos, Daniel no existió. Sería una idealización de un hombre piadoso, pues hay un mito sobre ese nombre en la literatura ugarítica anterior.[5] El autor, por lo tanto, habría sido alguien bien intencionado que intentó relacionar los hechos del presente con sus estudios de las Escrituras y que tambén trató de hacer una proyección del futuro. Otros ni llegan a hacer esa “concesión” y (des) clasifican completamente el libro de Daniel como una simple forma de contar hechos actuales como si hubieran sido profetizados (vaticinia ex-eventum). Para ellos, el libro no tuvo un autor, sino dos o varios.

Respuestas

Ante esas objeciones sobre el libro de Daniel, en primer lugar, su mensaje y lenguaje complejo trascienden preocupaciones locales e inmediatas supuestamente relacionadas a Antíoco Epifanio. Se proyectan a miles de años en el futuro, en favor del pueblo de Dios, la mayor preocupación de Daniel. La ansiedad del anciano profeta recibió respuesta por medio de un mensajero de Dios en el capítulo 9, quien le aseguró la preservación de su pueblo, pero con la revelación de un camino largo de luchas y dificultades (Daniel (9:26), lo que no parecía tener sentido para Daniel, que estaba atento a la profecía de Jeremías la cual afirmaba que el cautiverio duraría solo 70 años (Daniel 8:27; 9:2). Aun así, después de las explicaciones del ángel, Daniel continuó con dudas (Daniel 12:6, 8, 9). Al fin de libro, él no entendía parte de lo que había escrito según las instrucciones recibidas.

A pesar de eso, él se muestra un profeta auténtico, pues, además de recibir sueños y visiones de parte de Dios como un profeta (Números 12:6), visiones que tienen fundamento en la Biblia y en la historia, él se preocupó profundamente con el pueblo del pacto e intercedió fervorosamente por él (Daniel (;1-19), así como lo hizo Moisés, el profeta modelo del Antiguo Testamento.

Desde la perspectiva literaria, el libro de Daniel es sigular en las Escrituras hebreas. El único bilingüe,[6] fue escrito en esta secuencia: hebreo (1:1-2:4ª), arameo (2:4b-7:28), hebreo (8:1-12:13). La sección aramea se inicia después de las palabras: “Entonces hablaron los caldeos al rey en lengua aramea” y termina en el capítulo 7:28, marcado por una frase de conclusión:  “Aquí fue el fin de sus palabras”. En cuanto a su forma, el libro también es el único que combina las narraciones literales (capítulos 1-6) y narraciones simbólicas (capítulos 7-12). Sin embargo en la parte literal se encuentra un trecho simbólico (2:31-35, la visión de la estatua de Nabucodonosor) y en la parte simbólica se encuentra un trecho literal (9:1-19). En la primera parte, las referencias a Daniel se hacen en tercera persona, mientras en la segunda, él es el narrador en primera persona.

William Shea, erudito adventista ya fallecido, doctor en medicina y en estudios del Antiguo Oriente Medio, destacó otro aspecto importante de Daniel: su orden temático. Los capítulos 7 y 8, por ejemplo, se datan antes del 5 y 6. Según Shea, eso indica que “por más que los eventos registrados en Daniel sean históricos en el sentido de que realmente hayan sucedido, ellos fueron dispuestos de cierta manera para cierto propósito”. Para Shea, Daniel sigue um orden de pensamiento.[7] Las narraciones inteactúan entre sí, complementándose mutuamente y formando un reflejo literario. En ese orden, Shea clasifica como “inversa”, la estructura de libro y construida en forma de un quiasma (de la letra griega qui, que se parece con la X). Los capítulos 2 y 7 tratan sobre los imperios; el 3 y 6, de la persecución en el exilio; el 4 y 5, de los juicios divinos contra dos reyes babilónicos.[8] Ese paralelismo temático entre los seis capítulos mencionados ocurre en la sección aramea del libro, que se concentra más en las naciones, mientras los capítulos de las secciones hebreas tratan más del pueblo de Dios.

En la sección apocalíptica (capítulos 7 al 12), Shea destaca que el orden no es inverso, sino reverso. Los eventos de los capítulos 7 y 9 fueron revertidos, partiendo del efecto a la causa, o sea, del establecimiento final del reino de Dios a la primera venida del Mesías. Primera en orden cronológico, la venida del Mesías fue presentada por último, siguiendo una línea de razonamiento peculiar a la mentalidad oriental, pero extraño al pensamiento occidental.

El libro de Daniel está completamente entrelazado, una pieza literaria sin igual. Aun sus críticos, que proponen autores multiples del libro, reconocen en su unidad literaria un tremendo desafío que les hace a algunos de ellos reducir el número de autores a dos o hasta a uno. En cuanto al elemento predictivo, aunque la fecha del libro fuera registrada en el tiempo de Epifanio, todavía señalaría con precisión el año de la primera venida de Jesús (9:24-27), lo que confirma la naturaleza profética del libro y la veracidad de todo lo que éste afirma ser.

Daniel inaugura el género apocalíptico. Ante las fallas del pueblo, la amenaza de aniquilación de su identidad religiosa en el cautiverio, la profecía apocalíptica indica la dirección de las acciones divinas a largo plazo. No se trata de las profecías clásicas que, como vimos, son relativas a circunstancias y personas en un nivel más local y restringido. La profecía apocalíptica presenta eventos que son incondicionales, que “deben suceder” (Apocalipsis 1:1), relativas a la macroestructura del plan divino y de su visión omnisciente a la cual no escapa el futuro más lejano. Revela a un Dios fiel a la alianza, que asegura la prevalencia final de su voluntad en favor de su pueblo.

Un último aspecto a considerar aquí, entre otros que se podrían mencionar, es la experiencia personal de Daniel con Dios, que fue un modelo. Según Shea, la dimensión experiencial no puede ser desestimada en detrimento de otras.[9] La experiencia de Daniel con Dios es tan importante como sus profecías. Para quien estudia las profecías, una relación viva con Dios no es menos necesaria. Es lo que da sentido al conocimiento teórico, aproximando al estudiante a Dios, en una conexión más viva y personal. El libro de Daniel se muestra verdadero como Escritura que inspira a una vida espiritual más profunda y comprometida con el Señor en su reino. Para quien descubre la singularidad del libro de Daniel, es un tesoro inestimable que tiene un peso enorme en la comprensión de toda la Palabra de Dios.


Referencias:

[1] Ver 2 Macabeos 5 e 6.

[2] Se pueden destacar las profecias: De los 2.300 años, sobre la purificación del santuario celestial (cap. 8), de las 70 semanas y el tiempo de la primera venida del Mesías (cap. 9) y la de los 1.260 años, que denuncia el poder blasfemo y perseguidor del anticristo (cap. 7:25; 12:7; comparar con Apoc 11:2; 12:6, 14; 13:5; Mat. 24:15; 2Tes. 2:1-4).

[3] Sobre más informaciones introdutorias al libro de Daniel, ver White, Elena de, Profetas y Reyes, (Buenos. Aires, Asociación Casa Editora Sudamericana, 1999), p. 351-360. Nichol, Francis D. (ed.). Comentario Bíblico Adventista. (Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, 1995), t. 4, p. 771-781. Sobre la historia de la interpretación de Daniel, ver p. 26 a 64.

[4] Hirsch, E. G. y otros. “Daniel”. Jewish Encyclopedia.

[5] Hartman, Louis F.; Di Lella, Alexander A. The Anchor Bible. The Book of Daniel, Nova York: Doubleday, 2005, p. 7.

[6] El libro bíblico de Esdras también contiene secciones en arameo: 4:8-6:18;7:12-26, pero estas se refieren solo a la transcripción de los decretos reales, que no llegan a caracterizarlo como bilingüe  como el libro de Daniel, en el que los dos idiomas se complementan.

[7] Shea, William H. Daniel: A Reader’s Guide. Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association. 2005, p. 13.

[8] Ibid., p. 14.

[9] Ibid., p. 13.

Diogo Cavalcanti

Diogo Cavalcanti

Apocalipsis

El universo de las profecías bíblicas y sus respuestas para la inquietudes actuales

Graduado en Teología y en Comunicación Social, con posgraduación en Letras, trabaja en la redacción de la Casa Publicadora Brasileira (CPB). Es uno de los editores de libros, entre ellos, el Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día en portugués.