Serie Discípulos: Capítulo 2 – Misión
Recomiendo a quienes no leyeron el capítulo 1 de esta serie, que lo hagan antes de proseguir con esta lectura. Aprendemos que la conversión es un cambio completo de paradigma, que cuestiona las bases más profundas del pensamiento, por más arra...
Recomiendo a quienes no leyeron el capítulo 1 de esta serie, que lo hagan antes de proseguir con esta lectura.
Aprendemos que la conversión es un cambio completo de paradigma, que cuestiona las bases más profundas del pensamiento, por más arraigadas que estén en nosotros. Aprendemos también que ese tipo de conversión solo puede suceder entre personas que comparten un mismo contexto. Solamente una amistad sincera y comprometida con el otro es capaz de cambiar una visión del mundo por otra al presentar a Jesucristo. Puedo hablar de Jesús, explicar y enseñar acerca de él, pero solo una relación es capaz de mostrar cómo lo vivo, cómo él me transformó, cómo confío en él más allá de lo que digo de la boca para afuera, etc.
Con esto en mente, podemos comprender de una manera más profunda el proceso de misión al que ingresamos cuando nos convertimos.
Cuando vi que este es un mundo en guerra en el cual todos estamos irremediablemente involucrados, seamos conscientes o no, todo cambió de lugar. Cuando descubrí que nací condenado a muerte, pero que Dios por su inmensa gracia proveyó lo necesario, gratuitamente, para que yo pudiera ser libre de esa condenación…Y también descubrí que la guerra ya está vencida y camina hacia su fin, donde seremos verdaderamente liberados de esta vida afectada por el mal… Decidí de qué lado de esta guerra estaría. También decidí que no podía vivir los beneficios de esa maravillosa liberación, solo. Necesitaba ayudar a otros a percibir esas cosas y a recibir la misma esperanza y gracia. No es posible ser liberado del mal y permanecer callado sin transformarnos en cómplices de la maldad.
Es como descubrir agua en el desierto y no contarlo a nuestros seres queridos y amigos sedientos. Aún dentro de la metáfora de la conversión, es ir en dirección equivocada todo el tiempo y cuando se descubre la dirección correcta, avisarles a todos los demás que lo que siempre buscamos, la verdad, el amor, la justicia, la paz, el alivio, la vida, está hacia el lado opuesto. A quien encontró la otra dirección, le resulta imposible no contarlo a los demás.
Es recibir un par de anteojos que revela lo que estaba oculto y desear que todos vean la maravilla que sus ojos pueden contemplar ahora. Es imposible no querer seguir a alguien que concedió esos mismos anteojos reveladores gratuitamente.
Seguir a Cristo es seguir su camino, su dirección, imitar sus acciones, tener sus pensamientos, abrir nuestra mente para comprender lo que él nos enseñó, es esparcir la buena nueva, es traer el bien a una realidad deteriorada, aunque esto le cueste su propia vida.
Los iluminados se transforman en responsables de quienes andan en tinieblas. Apercibidos por la verdad, por una cuestión ética y filosófica se posicionan como nadadores en un naufragio. La conversión llega con una misión. Puedo afirmar sin miedo a equivocarme, que no existe conversión sin la arrebatadora conciencia de una misión. Quien realmente entiende esto, solo tiene dos caminos: o vive con culpa por su inutilidad en el Reino, o vive la misión del Reino.
También están los que no se convirtieron y continúan engañándose en las filas de iglesias cristianas, buscando beneficios para sí mismos y manteniendo su antiguo modo de pensar. Incluso pueden hasta aventurarse a hacer “misión” e intentar traer a otros a “su iglesia”. Pero no pasan de “ciegos guías de ciegos” (Mateo 15:14), que no conocen a Cristo, por lo tanto no pueden presentarlo a nadie; solo hablan de doctrinas y enseñanzas que muchas veces no entienden; enseñan a pensar como ellos y creen que eso es fe. Enseñan, acompañan, crean procesos, pruebas de fe, juzgan quién puede o no considerarse convertido, en fin… hacen lo que Cristo señala: “recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:15).
Cuando estamos en el Reino de Dios y no vemos más las cosas como antes, entendemos que, en esa guerra, todos tenemos un papel que desempeñar en la salvación de los otros. No hay tregua; períodos de descanso tal vez en algún momento, pero la guerra no se detiene jamás. No hay tiempo que perder con lo que es fútil. Hay muchas y muchas personas para transformar a imagen de Cristo. Hay un mundo para conquistar y una visión de mundo para enseñar a otros a medida que vean a Cristo en su vida. Más que hablar de él, necesitamos mostrarlo en nuestra vida de misión.
En cada conversión nace un nuevo discípulo, alguien que replicará a otros y por otros lo que Cristo hizo para nosotros y por nosotros.
No puedo ser reconocido solo como un pastor, un profesor, un médico, un albañil, un empresario, un ingeniero, un motociclista, una modista, un abogado; soy mucho más que eso. Era esas cosas cuando vivía desapercibido. Ahora soy un cristiano y tengo una misión. Nada es más importante que eso cuando mi visión cambia.
O entonces, nada cambió.