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El solitario camino del mérito y la promesa de paz

Además de tener presente a Dios en su vida, es necesario confiar plenamente en él para alcanzar la perfecta paz.


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Además de tener a Dios presente en su vida, debe confiar plenamente en Él para lograr la paz perfecta. (Foto: Shutterstock)

 

Pensamos que la solución para una vida feliz es el éxito y la conquista. Pasamos la vida buscando las cosas que nos traerán satisfacción y el dinero está en el primer lugar de la lista. Creemos que encontraremos paz cuando tengamos cosas, pero nos olvidamos de los recados que la propia vida ya nos dio. Cuando sentimos la vida ligera y brillante; cuando sentimos todos sus colores; cuando nuestro corazón se calienta y sentimos la paz de quien va paseando tranquilo por la vida; cuando leemos que hay más bien que mal en la existencia. Esos son siempre momentos cuya experiencia olvidamos repetitivamente.

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En general, son momentos en los que no nos sentimos solos en el universo, cuando confiamos que alguien mayor nos está cuidando. Los niños sienten eso muchas veces, confiando que sus padres están cuidando de ellos. Esa sensación de presencia y seguridad les da paz y una perspectiva positiva de futuro. No se trata de tener todo lo que se quiere, porque los padres no nos dan todo lo que queremos, pero ellos proporcionan todo lo que necesitamos. Y, aun sin tener todo lo que queremos, somos llevados a sentirnos en paz por el cuidado recibido y la confianza entregada.

Para el victorioso, el camino del mérito es solitario. Aunque gane algunas luchas o incluso la mayoría de las que se atrevió a pelear, él lucha contra el resto del mundo y todos sus problemas. No, no va a ganar todas, las pérdidas son inevitables y algunas, irreparables. Cuando está en la cima, está inseguro, pues muchas cosas quieren sacarlo de allí. Está en constante alerta, estresado por todas las posibilidades y luchando todo el tiempo contra un mar revuelto y caótico.

No hay paz, solo momentos ilusorios de confort y escapismo. Él ya no sabe ni recuerda lo que es confiar en alguien que lo conduzca suavemente por los altibajos de la vida. Eso porque luchó solo por sus logros. Los que son consumidos por la ambición pierden el ritmo de la paz, ansiosos por dominar el indomable futuro.

El diferencial

La presencia de un Padre y la confianza en él es lo que hace toda la diferencia. Confiar en que él cuida de nosotros, que es mayor que nuestros problemas, que su conducción es correcta, nos da el sentimiento de comodidad que necesitamos. Confiar en Dios es como un día de verano o una mañana de primavera. Las perspectivas parecen más coloridas y brillantes, el futuro exhala optimismo mientras usted sonríe seguro que está a salvo. No sin tropiezos, sino a pesar de ellos.

Me parece que quien no confía en Dios (y hablo tanto de los creyentes como de los no creyentes) jamás tendrán paz y felicidad plena en esta vida. Continuarán buscando el dinero y las cosas materiales en esta búsqueda inútil. Aunque sueñen con victorias y logros, junto a cada uno de ellos se sumarán cicatrices permanentes y pérdidas aun mayores. No es una plaga, es una constatación.

La felicidad y la paz están en creer que Dios es nuestro Padre. Su cuidado está sobre nosotros, nuestra vida será conducida y asegurada, si así lo permitimos. Pero para permitirlo, tenemos que confiar. No hablo de la fe ciega o de creer que todo saldrá bien. ¡Eso no es así! Hablo de confiar en él, sea cual fuere el camino que él nos muestre. Y, aun cuando él nos permite decidir, confiar que, en nuestro rumbo, él nos acompañará; eso es PAZ.

Su promesa

Cuando Jesús dice que son “dichosos los humildes, porque recibirán la tierra como herencia” (Mat. 5:5), está informando que la Tierra no será conquistada por el mérito, sino por herencia. No será ganada por la determinación, raza, fuerza, valentía, resiliencia, inteligencia, creatividad o cualquier otra herramienta humana. Sino que será dada gratuitamente a aquellos que son hijos.

Aquellos cuya confianza no está en sí mismos, sino en aquel que los creó. Es en paz y mansedumbre que la Tierra nos es entregada. Por eso cuando Jesús dice esta frase, en realidad no la inventó allí en el momento, estaba citando Salmos 37:11 que dice “Pero los mansos heredarán la tierra y se recrearán con abundancia de paz”. La paz no está en los logros o victorias, ni en el conformismo de “dejar que la vida pase” (aquí no estoy predicando el conformismo). La paz está en la vida con Dios.

Lea el resto del capítulo 37 del libro de Salmo y entienda la palabra “impío” como aquel que vive sin confiar en Dios (nuevamente, creyentes y no creyentes, por lo tanto, puede ser usted o yo). “Maquina el impío contra el justo y rechina contra él sus dientes. El Señor se reirá de él, porque ve que viene su día” (v. 12,13). Vea que el que vive por sí mismo lucha, abusa y sufre, pero no importa cuánto logre, su fin será siempre el mismo.

“Los impíos desenvainan espada y tensan su arco para derribar al pobre y al menesteroso, para matar a los de recto proceder. Su espada entrará en su mismo corazón y su arco será quebrado” (v. 14,15). No importa cuánto luche y qué armas utilice, siempre habrá aquellos que, como él, luchan con las mismas armas y un día lo vencerán.

Es un ciclo que se construyó, que en su giro natural destruyó a quien lo ayudó a construirlo. Por eso, el texto referencia el hecho de que la propia espada le atravesará el corazón. Su búsqueda de victoria creará su propia derrota. El volumen de voluntad en alcanzar los blancos es el volumen de fuerza aplicado en el arco, tanta fuerza que lo quiebra.

“Mejor es lo poco del justo que las riquezas de muchos pecadores” (v. 16). ¿Cómo pueden los que tienen poco estar mejor que quien tiene muchas riquezas? ¿Cuál es la diferencia entre esos dos? Uno confía en Dios, el otro en sí mismo. “Porque los brazos de los impíos serán quebrados; mas el que sostiene a los justos es Jehová” (v. 17). La fuerza de uno viene de sí y esa es una fuerza limitada, frágil. La fuerza de quien confía en el Señor viene de algo más allá que él mismo.

“Conoce Jehová los días de los íntegros y la heredad de ellos será para siempre” (v. 18). Dios está presente. Al contrario del meritócrata, este tendrá la victoria permanente, mientras que el hombre cuya fuerza está en sí mismo, luchará para siempre, intentando inútilmente mantener su posición en la cima. “No serán avergonzados en el tiempo de dificultad, y en los días de hambre serán saciados. Mas los impíos perecerán, los enemigos de Jehová serán consumidos; como la grasa de los carneros, se disiparán como el humo” (v. 19,20).

Dios nos da seguridad. La vergüenza es la caída del orgullo. Solo los que luchan por ascensión sufrirán ese dolor. Los días malos vendrán, pero no sacarán el brillo de la existencia, porque lo más necesario para vivir será provisto en abundancia. Los que no confían, no ven eso porque quieren siempre más, y lo necesario ya no los satisface. La dádiva de la vida se convierte en una carga, un regalo rechazable. Se entregan a las búsquedas propias hasta hacerse “humo”, deshaciéndose en el camino, componiendo el escenario que, para el que confía continuará siendo apreciado como bello.

Diego Barreto

Diego Barreto

El Reino

Vivir ya el Reino de Dios mientras él todavía no volvió. Una mirada cristiana al mundo contemporáneo.

Teólogo, es coautor del BibleCast, un podcast sobre teología para jóvenes, y productor de aplicaciones cristianas para dispositivos móviles. Hoy es pastor en los Estados Unidos.