La voz que me llamaba
Hace unos años atrás regresaba de mis clases del décimo ciclo de Ciencias de la Comunicación, estaba muy cansada, eran los últimos exámenes, del primer trimestre, que tenía que rendir y debía estudiar mucho más para poder graduarme como miembro del t...
Hace unos años atrás regresaba de mis clases del décimo ciclo de Ciencias de la Comunicación, estaba muy cansada, eran los últimos exámenes, del primer trimestre, que tenía que rendir y debía estudiar mucho más para poder graduarme como miembro del tercio superior universitario. Aquella noche recuerdo que llegué a casa, coloqué mi bolsa con mis libros encima de mi mesa de estudios, fui a cenar y estaba muy cansada; de pronto, me acordé que me faltaba terminar un trabajo para el día siguiente a primera hora, me levanté de un salto, y tuve que quedarme terminándolo hasta un poco más de media noche. Cuando lo terminé me fui a dormir con el deseo de no levantarme más, sin embargo, hace unos meses atrás venía pidiéndole a Dios escuchar su voz, pero en realidad no tenía idea de la magnitud de lo que estaba pidiendo.
Aquella madrugada fui a dormir como si no hubiese dormido 2 días. Ahora creo que debí organizar mejor mi tiempo, para que eso no suceda, e ir a descansar más temprano, con el objetivo de levantarme a hacer mi culto personal, como es hábito.
Silencio… Todo estaba oscuro, hasta que...“Cárolyn, Cárolyn, levántate”, a propósito mi sueño es sensible, pero no pensé que lo era tanto cuando escuché aquella voz, se suponía que no debería escucharla estaba demasiado cansada. ¡Cómo era posible que alguien me llamara a esa hora de la madrugada! (4:00 AM). Entonces me volví tapar con el cobertor, hacía mucho frío. Minutos después...“Cárolyn, Cárolyn, levántate”, ¿papi eres tú?, pregunté, pensando que era mi papá biológico, y nadie me contestó en lo lóbrego de la noche. Parecía un sueño real. Segundos después, un silencio profundo invadió mi habitación...“Cárolyn, Cárolyn, levántate”; en seguida tuve temor y dije: “¿Quién eres y por qué me llamas?” Reaccioné y respondí: “¿eres tú, Señor?” Y un deseo de orar muy fuerte se apoderó de mí y una voz que resonaba en mi mente: “Sí, Yo Soy”. Entonces respondí a aquella voz: “Papito (así me gusta llamarle a Dios), estoy demasiado cansada, tengo frío, ¿te parece si en dos horas me levanto y hablo contigo?”.
¡Qué lástima! El sueño me impidió perder esa tremenda oportunidad. Cuando vi la hora, en mi celular, eran las 04:30 am, y me volví a tapar con el cobertor.
Gran tristeza inundó mi corazón, dos horas después, cuando la alarma del celular sonó y supe que había perdido la oportunidad de mi vida. No podía superar haber hecho esperar a Dios, por unos buenos meses, me culpaba a mí misma y pedía misericordia y la oportunidad de poder escuchar que me llamara nuevamente.
Seis años más tarde
Mi vida transcurría lejos de casa, aparentemente “sola”, en un departamento, pero mucho más madura espiritualmente. Aprendí desde aquel entonces que desobedecí a aquella voz a organizar mejor mi tiempo. Había comenzado a darle mucho más valor a mis encuentros diarios con Dios cada mañana y eso me hacía feliz. Me sentía inmerecida de que el Señor se haya fijado en mí.
Un sábado de mañana, saliendo de casa, una vecina se ofreció a llevarme a la iglesia y alegremente acepté la invitación, sin saber que aquel día cambiaría, más aún, el rumbo de mi vida. Recuerdo que el pastor que tuvo a cargo el culto divino predicó para mí, nunca antes había entendido que era abandonarse en los brazos de Jesús. Él contó una alegoría:
“Imaginen que van dirigiendo su auto, y su auto es su vida, y al lado va Jesús, cuando ves que te pueden atropellar dices: Señor toma mi vida, pero no le das las llaves de tu auto (de tu vida), entonces como pretendes que Jesús te salve o tome tu vida, cuando no estás dispuesto a dejarte guiar por él, ¿a alguien ya le pasó esto?”, respondí para mí, “sí”. El pastor siguió diciendo: “Entonces es momento de que te abandones en Jesús. Tal vez tengas miedo de perder lo que más te gusta o amas de tu vida, piensas que te irá mal, que tendrás que sufrir; pero confía, siempre lo que Dios quiere para ti será lo mejor de todo. Abandónate en los brazos de Jesús, déjale tus cargas, deja que el guíe el timón de tu vida. Ofrécete como ofrenda ante su altar”. Lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas y desde aquel sábado decidí abandonarme en los brazos del maravilloso Redentor. Así, al regresar a casa, doblé mis rodillas y lloré como una niña desconsolada ante la presencia de Dios y me abandoné en él.
Tres días después
Colocando mi vida sobre el altar me fui a descansar con felicidad y paz en el corazón.
¿Será que la historia acaba aquí? Esperen un próximo capítulo (sonrisa); está bien terminaré mi historia en este texto, escuchando un trueno bastante fuerte, y con deseo de ir a la cama.
Una noche menos para que Cristo regrese. En la oscuridad, abandonada, otra vez, en el regazo del Todopoderoso, le pedí que me dijera que debía escribir para mis queridos lectores, hasta que sucedió.
“Cárolyn...”, y la última sílaba se prolongó un poco más y el llamado fue tan claro que recordé mi experiencia pasada y respondí: Aquí estoy papito, haz lo que quieras de mí. Te amo”. Me levanté de un salto de la cama y con frío y todo vi la hora y eran exactamente las 04:30 am, hora donde el Señor solía levantarme hace algún tiempo, pero esta vez con voz fuerte y aguda. ¡Qué maravilloso! Nuevamente, el Señor había contestado mi oración, volví a escuchar su voz y oré con un poder sin igual, poder que descendió del Espíritu Santo.
En los últimos días de la historia de este mundo Dios está llamando a seres humanos como tú y como yo, ¿cuán dispuesto estás a obedecer la voz de Dios? Su llamado es para que al fortalecer tu vida espiritual salgas a proclamar las buenas nuevas de una vida eterna junto a Cristo, ¿irás?
La famosa escritora Ellen White escribió: “Se llama a cientos de hombres y mujeres jóvenes para que se eduquen y se preparen para el servicio. —Manuscrito 21, 1908. {El Evangelismo 291.3}
“El tiempo de gracia no permitirá largos años de preparación. Dios llama; oíd su voz mientras dice: “Ve hoy a trabajar en mi viña”. Mateo 21:28. Ahora, precisamente ahora, es el momento de trabajar...” {CM 400.1}