La fe que mueve montañas y misioneros
Los misioneros surgen cuando reconocen su dependencia de Dios.
Desde pequeño, cuando el asunto es “fe” me viene a la mente la parte más famosa del versículo 20 de Mateo 17: “si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”. ¡Qué poder! Si usted se parece a mí, habrá mirado a una montaña imaginando cómo sería moverla por la fe.
Aparentemente, el versículo bíblico llama la atención al lado débil de esa relación. Decir que los discípulos [nosotros] tenemos una fe pequeña, y en seguida afirmar que si fuera minúscula como la semilla realizaríamos milagros, fue una manera poética de decir que, en verdad, no tenemos nada de fe. Es difícil mirar esa comparación y no frustrarse. Nos sentimos tan lejos del mínimo aceptable. Al final, nunca logré mover una montaña por medio de mi fe.
Quiero pedirle que vuelva a pensar como un niño. Imagine que las montañas realmente se muevan. Ese es el punto principal al hablar de fe en quien tiene poder sobre todas las cosas. Jesús está hablando de la grandiosidad del poder que tiene y lo deja a nuestra disposición. Basta tener una puntita de fe y él hará maravillas a través de nosotros. Sencillo de presentar, un gran desafío para vivir. En esa “puntita” de fe también se encaja la orden: “deja atrás todo lo que tienes y sígueme”. Para un pescador, sin muchos bienes, tal vez sería deshonrar y abandonar a los padres y los negocios que mantienen a la familia. Para un joven rico, deshacerse de muchas posesiones, prestigio, estabilidad económica.
Cuando comenzamos a considerar la jornada de la fe demasiado complicada, Jesús hace otra comparación para ayudarnos. Él nos pide que seamos como los pequeñitos, no solo en la pureza de corazón, sino en la capacidad de entregarse al otro, de confiar y depender plenamente de alguien. ¿Cuánto perdemos por dejar de confiar en el Padre con los ojos cerrados al punto de arrojarnos de la rama más alta, cuando él dice “confía, yo te voy a sostener”? ¿Hace cuánto tiempo que usted no da un paso de fe?
Hemos reflexionado sobre las características de una persona que hace la diferencia en el mundo, lo que traducimos como “un misionero”. Actitud, fe y estructura fueron tres aspectos que decidimos destacar. Desarrollar la fe en Dios es un paso enorme para mover las montañas de las dudas, de las preguntas, de la inseguridad e incertidumbre y todo lo demás que se pone en nuestro camino cuando decidimos servirlo como misioneros.
Reconocer que somos pequeños, así como nuestra fe, nos coloca en una posición de humildad. Necesitamos ejercitar una dependencia total en que él moverá la montaña por nosotros. A partir de la minúscula porción de fe genuina, se cumplirá la promesa que también es parte del mismo versículo de Mateo: “Nada les será imposible”. (17:20). La fe en Dios es un don precioso que debemos buscar diariamente. Es por los ojos de la fe que observamos los caminos que Dios quiere que transitemos. Usted puede haber decidido ser un misionero, usted puede tener muchos talentos y dones para el servicio, su vida puede haber sido planificada para eso. Por los ojos de la fe, puedo garantizarle que Dios no necesita nada de eso para usarlo, él quiere que en primer lugar tenga fe en él.
Sin fe es imposible realizar el trabajo de Dios. Esa es la forma más legítima de reconocer la soberanía de nuestro Dios, testificar de su existencia y propósitos etenos. Decida vivir por fe y verá moverse montañas y mares bajo sus pies para honra y gloria de Dios y el cumplimiento de su Palabra.