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Misión

Todos pueden ser misioneros 

Lo que aprendí sobre misión en medio de la selva amazónica.


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Esta fue la primera experiencia misionera de la mayoría de los voluntarios. (Foto: Archivo personal)

Eran las 5:30 de la mañana cuando comenzó nuestra travesía. Con un grupo de profesionales y más de 20 estudiantes del Centro Universitario Adventista de São Paulo (UNASP), campus Engenheiro Coelho, embarcamos en junio de este año rumbo al Amazonas para vivir una experiencia misionera durante diez días en la Escuela Técnica Adventista de Massauari (ETAM).  

Después de algunas horas de vuelo, llegamos a la base del Instituto de Misiones Noroeste, ubicado en Manaos, que es el responsable de realizar misiones en la región. Allí conocí y me instalé en el barco que sería mi casa temporariamente. Dormiríamos en el mismo lugar, cada uno en su hamaca, algo nuevo y emocionante para mí. 

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Navegamos por más de 24 horas hasta llegar a la comunidad ribereña de Nueva Jerusalén. Todavía no habíamos atracado cuando los niños de la ETAM poco a poco se acercaron en compañía de algunos de sus profesores para darnos la bienvenida. Al ver la enorme sonrisa y cómo los alumnos saltaban de alegría, comprendí la magnitud e importancia del trabajo que realizaríamos en los próximos días. En ese momento, solo logré pedir: “Dios, ayúdame a hacer alguna diferencia aquí”. 

Barco Joás Silva XII, que hospedó a los voluntarios durante la misión. (Foto: Eduardo Oliveira)

Visitamos la escuela y escuchamos la historia detrás de la construcción de cada una de las aulas, como llegaron los primeros misioneros, entre otros testimonios y relatos que solo pueden describirse como “milagros”.  Por estar tan lejos de los grandes centros urbanos, las comunidades ribereñas como Nueva Jerusalén no tienen acceso a servicios básicos, como educación. La Escuela Técnica, mantenida por la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA), apoyada con donaciones y equipos de voluntarios, existe para suplir esa necesidad. 

Al día siguiente, nos involucramos con actividades en la iglesia local, conduciendo varias partes del culto de la mañana, desde la alabanza hasta la historia para los niños. Y a la tarde, conocimos los miembros de la comunidad que nos recibieron con mucho cariño y juntos participamos de un programa bendecido.  

Trabajo en equipo 

Durante la semana trabajamos arduamente. Divididos en grupos, comenzamos a pintar las aulas de la escuela y dos casas. Uno de los grupos fue responsable de la construcción de un cerco para el lugar donde las personas de la comunidad preparan harina, que es la base de su alimentación. También se instalaron cinco puntos de agua en el patio central de la institución. 

Me impresionó la actitud de los voluntarios que, sin importarles el calor, siempre tenían una sonrisa en el rostro y se ofrecían para ayudar. Siempre animados y enfocados en realizar un trabajo bien hecho, buscaban terminar lo más rápido posible para jugar con los niños y nadar en el río. 

A nuestras actividades de reforma se sumaron horarios de talleres profesionales y clases del Lenguaje Brasileño de Señas (Libras) con los alumnos de la escuela. El objetivo era motivarlos a continuar estudiando y seguir una carrera en el futuro. Diariamente los voluntarios presentaban principios básicos de sus áreas de estudio, como ingeniería, arquitectura, publicidad y propaganda y medicina veterinaria. En mi caso, describí un poco sobre cómo es el trabajo de un periodista. 

Nuestras explicaciones tenían que ser didácticas para que entendieran la importancia de esas profesiones y cómo pueden hacer la diferencia en la sociedad. Después de una breve parte teórica, dos estudiantes de comunicación más y yo caminamos por los alrededores con los alumnos de enseñanza básica y fundamental I para registrar, a través de la pintura, lo que veían y sentían. Queríamos que aprendieran que existen muchas formas de comunicarse. Y con los del fundamental II realizamos dos reportajes sobre la celebración del aniversario de la escuela. Algunos eran tímidos, pero aceptaron el desafío y entrevistaron a personas, presentaron y, aunque sin tener mucho conocimiento, se hicieron camarógrafos.  

Fue gratificante y conmovedor ver el resultado del desafío. Cada dibujo fue hecho por los niños con empeño, creatividad y cariño. Las memorias formadas durante esas grabaciones están registradas en mi mente y mi corazón. 

Grupo responsable de pintar una de las casas de los profesores voluntarios de la ETAM. (Foto: Archivo personal)

El último día finalizamos las aulas y participamos de una programación especial para celebrar el aniversario de la ETAM. Mi corazón se conmovió al escuchar cantar a esos niños. La lluvia formó parte de nuestra despedida y cubrió nuestras lágrimas y nuestro sentimiento de no querer volver a casa. Caminé una última vez por las calles de la escuela observando nuestro trabajo terminado, llena de gratitud por haber podido ayudar por lo menos con un pequeño grano de arena a esa institución que transforma la vida de muchos niños de diferentes comunidades de la región.

Una experiencia transformadora 

Antes de esta misión, me sentía incapaz y poco preparada para servir fuera de mi zona cómoda. Pensaba en cuestiones como "voy a participar de un proyecto misionero después de terminar la facultad”, “todavía tengo mucho tiempo”, “no es mi área de trabajo”. Pero esta experiencia me enseñó que todos, independientemente de la edad, situación académica, profesional o económica, pueden servir. 

Durante ese corto período en el campo misionero descubrí habilidades que no sabía que tenía. Aprendí a mantener el buen ánimo frente a las situaciones inesperadas, a ser paciente, a adaptarme de acuerdo con las necesidades y a confiar más en mi trabajo. Eso me inspiró a continuar preparándome para hacer mucho más. Sin embargo, este tiempo no debe utilizarse como una excusa para no hacer nada. 

La misión que Dios nos confió en Marcos 16:15 continúa siendo la misma: “Id por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura”. Y si usted acepta ese llamado, créalo: será transformado y su vida nunca más será la misma.  

No sé si esos niños se acordarán de mí dentro de algunos meses, o si las aulas que reformamos continuarán lindas con el pasar de los años, pero todo lo que viví en aquella misión, aunque haya durado pocos días, me marcó profundamente. En cada abrazo que recibí, cada risa en el barco, cada momento compartido sentí el amor de Dios. 

Nunca es demasiado tarde para servir. Permita que Dios lo use. 


Cristina Levano es estudiante de Periodismo y actualmente participa del programa de pasantía en la Asesoría de Comunicación de la Sede Sudamericana Adventista.