Noticias Adventistas

Comportamiento

"Es un dolor de muerte", revela madre que perdió a dos hijas

Mujer relata su experiencia al perder a dos hijas en un trágico accidente y su vida con el luto


  • Compartir:
Deisy Moura transformó su dolor por la pérdida de sus hijas en ayudar a otros a enfrentar el luto y encontrar esperanza. (Foto: Shutterstock)

Era enero de 2019 cuando Deisy Moura recibió la llamada que cambiaría su vida. Sus dos hijas, de siete y trece años habían sido víctimas de un accidente de tránsito que les quitó sus vidas inmediatamente. Ella entonces vivió el mayor sufrimiento que podría imaginar.

Lea también:

Esta experiencia la llevó a ser consejera voluntaria para personas enlutadas del Ministerio Adventista de las Posibilidades (MAP), ayudando a otros a resignificar sus sentimientos con relación a la muerte y todo lo que sucede en estas situaciones.

¿Qué ocurrió para que usted asumiera la función de consejera para enlutados?

En enero de 2019 ocurrió una tragedia que llevó a mis hijas a la muerte. Eso me desoló, eso quitó todo de mí, yo realmente no sabía cómo continuar. Del fondo de mi corazón no sabía si duraría más de seis meses. Tenía miedo de volver a tener crisis depresivas, no sabía lo que Dios haría de mi vida. El único cuestionamiento que tenía el valor para plantearme era: ¿qué hará Dios de mi vida? Yo no tenía valentía para preguntar por qué él había hecho eso, sino lo que él lograría hacer del resto de mí a partir de ese día. Las cosas se fueron sucediendo y yo solo quería encontrar un motivo para continuar, me aferraba a cada milímetro de fuerza que encontraba. Todas las mañanas le pedía a Dios un par de muletas para lograr levantarme de mi cama. Cada mañana era una gotita de fuerza que venía, y pasaba el día, pero de noche estaba postrada de nuevo.

Fue el pastor Maicon y su esposa Juliana (consejera de MAP para personas con deficiencia visual), que vieron en mí el potencial. Me gusta mucho el trabajo en el área social, por eso ellos me delegaron ese trabajo en la región. En medio de eso, conocí al pastor Alacy Barbosa, director del MAP para Sudamérica. En 2020 hicimos una reunión y él me hizo la invitación para esa función. Una vez más me vieron a través de un filtro que yo no entendía. Pero ese enero de 2019 le dije a Dios que lo que él quisiera, yo lo haría. Algún propósito tenía para que existiera en todo eso. A pesar de toda aquella tragedia, él todavía tenía objetivos para mi vida. Y a mí me gustaría vivir esos propósitos. Desde entonces, estoy en esa función que amo, que es hablar de mi vida, de mi experiencia, y no solo de enlutados.

Generalmente el luto viene en fases. ¿Cómo fueron esas etapas para usted?

Mira, yo diría que no viví ninguna de las fases del luto. Y no tuve la negación, no pasé por la ira, por la rebelión. Y usted me preguntará: ¿entonces usted no sintió nada, no tuvo ninguna experiencia desagradable?

Claro, siempre la tengo. Hasta hoy tengo y las tendré hasta que Jesús vuelva. Tal vez no lo sepa definir con la terminología especializada que usa la psicología, pero tengo mis fases de luto.

En ese primer momento, lo que sentía era el vacío, la falta de las charlas, de los sonidos de mis hijas en casa. Por eso, no quería quedarme dentro de casa, buscaba el bullicio de los niños. Llamaba a la casa de mi hermana después de la hora de la escuela porque era el momento en el que más sentía ese vacío: llegar a casa y oír como había sido el día de mis hijas. Entonces hacía videollamadas para escuchar la conversación de mis sobrinos, para que eso llenara mis oídos. Pero ellos no sabían que ese era el motivo.

Después vino el momento de deshacerme de las cosas. Yo me di tiempo para eso. Ya hace cuatro años y hasta hoy me deshago de las cosas. Hay personas que dejan el cuarto y las cosas como están. Yo no hice esto. Yo desarmé todo, pero hay cosas que todavía guardo y sé que con el tiempo voy a lograr dejar. De tiempo en tiempo abro las valijas y digo: es hora de deshacerme de esto. Mi luto todavía está en proceso y yo sé que ese proceso aun llevará tiempo.

Yo tuve otro hijo, Saulo, gracias a Dios. Eso fue para mí un regalo de Dios. Mi esposo y yo oramos y le dijimos a Dios que si fuéramos padres nuevamente sería una bendición. Pero si no, nosotros aceptaríamos su voluntad. Mi hijo cumplió un año hace poco. Pero la gestación y todo eso me trajo momentos, recuerdos, miedos de cómo sería, de cómo me comportaría. Me preguntaba: ¿y si fuera una niña, será que voy a compararla?

En diciembre mi hija mayor tendría dieciocho años. Y me imagino cómo estaría al lado de una hija adulta ahora. Me pongo a proyectarlas, miro a los amigos de ellas y me pregunto cómo estarían, qué altura tendrían, cuáles serían sus gustos, qué curso de la universidad elegiría.

Entonces, decir que yo no viví las fases del luto es real, por lo menos no en la intensidad que muchas personas las viven, y yo agradezco mucho a Dios por eso. Pero eso no significa que no viví y todavía vivo momentos de luto con mucha intensidad. Yo sé cómo son varias de las fases del luto por oír, aconsejar, recibir, pero no por haberlo vivido.

Existe el dolor del momento de la tragedia y existe el dolor de cada día, de la falta, de las cosas que no se piensan en el momento. ¿Cómo entiende usted esos dos momentos?

Obviamente: el dolor del momento, cuando recibí la noticia, es un dolor de muerte. Ese dolor, creí que me iba a matar. Yo le decía a mi marido: yo no voy a aguantar, me voy a morir.

Las personas suelen decir que el dolor pasa y queda la nostalgia y los recuerdos. Yo no digo que eso es mentira, pero todavía no viví eso. Esos recuerdos, una nostalgia agradable. Yo nunca tuve nostalgia buena. El dolor que siento ahora es el del sentimiento de “Señor, estás demorando mucho, ven pronto”. Afirmándome en lo que creo, está demorando mucho para el reencuentro con mis hijas. Me preparo todos los días para reunirlas con el hermano, con la familia.

La tragedia de mis hijas no fue mi primera tragedia. A los once años perdí a mis padres. Mi padre asesinó a mi madre y se suicidó. Tal vez en una proporción diferente, no mayor o menor, sino el dolor de una niña abandonada en el mundo, que no sabía dónde comer y dormir,  ese fue el mismo dolor que sentí con la muerte de mis hijas.

¿Existe la superación? ¿O es solo una forma en la que las personas intentan encontrar consuelo?

Yo no lo definiría como superación. Creo que la palabra que mejor define eso es “resignificar”. Es lo que estoy aprendiendo desde el 2019. Cuando ellas se fueron, la primera necesidad que tuve fue de conocerme a partir de ese momento. Yo necesitaba conocer a esta mujer. Después de todo eso, desde mi infancia, necesitaba saber quién soy yo. Necesitaba resignificar muchas cosas en mi vida.

Yo recibo muchos mensajes, sobre todo cuando hago charlas, diciendo que soy un ejemplo de superación, pero no estoy de acuerdo. Yo he resignificado esa tragedia, especialmente la última, para esperar mi reencuentro con mis hijas. Yo resignifico esa pérdida trabajando en función de otros, de personas que también sufren, mientras yo espero. Mientras tanto, yo trabajo para quién estoy esperando.

¿Usted entiende que su dolor está hoy más relacionado a la falta que siente de sus hijas o de lo que ustedes deberían haber vivido, y estuvieron impedidos?

Es una mezcla de los dos. Yo no tengo remordimiento de cosas que no hice. Suelo decir que amo la maternidad, es un papel que ejerzo con todo mi ser, así que no pienso: yo podría haber hecho más. Sino que pienso: ¿será que lo que hice, lo hice bien? Esa pregunta queda dentro de mí. ¿Será que fui una madre de la manera que ellas lo merecían? Pero al mismo tiempo pienso: si ellas estuvieran aquí ahora, ¿sería la hora de llevarlas a conocer la universidad? ¿A dónde estaríamos yendo ahora? El luto es eso. Termina siendo una cantidad de preguntas, que deben ser respetadas, porque es un derecho de la persona que está pasando por este proceso.

¿Usted cree que la experiencia del luto puede activar gatillos de otros traumas?

Sí, y es lo que necesité y todavía trato. Cosas que yo nunca imaginé en pautas de tratamientos psicológicos. Y uno descubre que el luto abre las gavetas de esa cajita tan perfecta y compleja.

En ese primer momento yo tomaba antidepresivos. Y comencé a descomponerme cuando los tomaba, y me costaba entender lo que estaba pasando. Fui con urgencia a mi médico. Él me dijo: “usted no está con depresión, usted está pasando por el proceso del luto”. En otro momento usé medicamentos, pero no fueron los antidepresivos. Muchas veces no respetamos ni prestamos atención a lo que nuestro cuerpo nos dice.

El dolor del luto produce muchas cosas y eso es muy importante para quien está al lado de un enlutado. Los familiares y amigos a veces hacen que la persona esconda los sentimientos del momento. “No llores, no hables, eso pasará, ese dolor pasará, quedarán solo los recuerdos buenos”, dicen. Uno tiene también los recuerdos buenos, pero, desgraciadamente, para quién pasa por la pérdida es muy difícil decir que quedará solo eso. Y así uno va dejando mareada a la persona, y ella ya no tiene fuerzas para buscar ayuda profesional.  Uno termina quitándole el valor para pedir lo único que la persona necesita en ese momento, que es un hombro amigo. Entonces la persona se cierra dentro de sí misma y se va muriendo de a poco.

Usted habla mucho acerca de la terapia y de la fe. ¿Cree que estaría viviendo hoy sin esas dos cosas?

De ninguna manera. Esas son mis muletas de todas las mañanas. Y me atrevo a decir más. Mi fe es la única cuerda lanzada todos los días al fondo del pozo. Jesús lanza la cuerda todos los días y me rescata y me atrae, me levanta. Porque es algo diario. Ni yo lo creo, porque no puedo. Entonces, honestamente, lo que me sustenta es solo la misericordia de Dios.

A veces uno está muy bien, pero a veces en fechas como el cumpleaños de mis hijas intento tener el día libre porque es una fecha que me gusta mirar fotos y pasar tiempo imaginando, me gusta imaginar, y ahí lloro, lloro. Y me gusta llorar sola. Y cuando no puedo, me pongo la armadura para salir y me la quito al llegar a casa. Lloro una madrugada entera, y al día siguiente me visto de nuevo con mi armadura y voy a trabajar. Porque es mi dolor. Yo no condeno a quien dice que pronto podré tener recuerdos y nostalgias buenas, pero yo creo que nunca llegará el día en el que podré sentir eso. Yo creo en el día cuando voy a abrazar a mis hijas de nuevo y decir: se terminó. Se terminó para siempre esta distancia.


También puedes recibir este y otros contenidos directamente en tu dispositivo. Inscríbete en nuestro canal en Telegram o WhatsApp.

¿Quieres conocer más sobre la Biblia o estudiarla con alguien? Haz clic aquí y comienza ahora mismo.