La primera base de la cosmovisión cristiana
Entienda cómo impacta la creación descrita por la Biblia en la comprensión del mundo.
La cosmovisión es la forma como una persona ve el mundo. Vimos los detalles de ese concepto en el artículo anterior. Y una de las mejores metáforas para comprenderlo son los anteojos o lentes. El que necesita usarlos sabe cuánta diferencia hacen a la hora de ver el mundo. Cuando usted necesita corrección visual y se rehúsa a usar lentes, tiene dificultades para ver las cosas con nitidez. Los objetos y las personas quedan “desenfocados” ante sus ojos y eso puede causar accidentes. Otra cuestión es usar los lentes incorrectos. Así, no podrá ver la vida de manera correcta.
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Con los “lentes de la vida”, o la cosmovisión, funciona de la misma forma. Si usted se pone lentes con vidrios rojos, verá la vida roja. Si usa los lentes con vidrios verdes, verá la vida verde. En el caso que use lentes inadecuados, verá la vida de manera distorsionada.
Los lentes más seguros para ver la vida son los lentes del cristianismo. Esos lentes tienen el “grado adecuado” para que usted no tropiece en los obstáculos del mundo o caiga en pozos filosófico-religiosos profundos y difíciles de salir. En otras palabras, la mejor forma de ver la vida es a través de la cosmovisión cristiana.
Fundamento
El fundamento de la cosmovisión cristiana es la Biblia. No existe visión cristiana verdadera que desprecie las Escrituras. Lógicamente, estoy hablando de una visión teológicamente conservadora sobre la Biblia, que la considera como “la Palabra de Dios”; por lo tanto, autoritativa sobre las cuestiones más fundamentales de la vida, como el origen de la humanidad, la sexualidad humana, la esencia del hombre, entre otros asuntos.
La cosmovisión cristiana tiene tres columnas sobre las cuales se sustenta. Todas ellas, lógicamente, oriundas del texto bíblico. Ellas son: la creación, la caída y la redención. Esas son las tres camadas de lentes a través de los cuales un cristiano ve el mundo. Cuando un cristiano se enfrenta con tragedias, o el pecado, las tergiversaciones teológicas o cualquier otra cosa, lo juzga a partir de la visión de que Dios creó todo perfecto, el pecado arruinó la creación, pero pronto todo será restaurado. Pensemos un poco más detenidamente sobre cada una de esas camadas.
La creación
Hoy es relativamente común oír explicaciones alternativas para el origen de la vida y del universo. Por ese motivo, parece ser muy correcta la frase que dice: “El mensaje cristiano no comienza con “Acepte a Jesús como su Salvador”, sino con “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.[1] Es consenso entre los estudiosos de la cosmovisión cristiana que todo comienza con la comprensión de la creación divina.
Algunas de las justificaciones, inclusive intentan mezclar la explicación bíblica con el modelo evolucionista, creando lo que se conoce como evolucionismo teísta, que sería Dios conduciendo el proceso a lo largo de la evolución. El relato bíblico del libro de Génesis, capítulo 1, sin embargo, afirma que Dios creó todo en seis días, y en el séptimo descansó, y que las cosas se hicieron por la fuerza de su Palabra. Esa visión da sentido a los estudios cristianos de la cosmovisión y al propio cristianismo. Pearcey indaga y responde de manera clara sobre ese asunto, diciendo: “¿Cómo comenzar a construir una cosmovisión cristiana? El pasaje fundamental es la narración de la creación en Génesis, porque es el punto que debemos examinar a fin de aprender cuál era el propósito original de Dios al crear la raza humana”.[2]
La negación de la visión creacionista del origen de la vida causa, inclusive, una disminución en el valor ontológico de los seres humanos. No es poco común oír generalizaciones, diciendo que en todos los aspectos hubo una evolución del pensamiento humano durante la transición de la Edad Media a la Moderna. Sin embargo, no es exactamente así que se observa esa relación. La cuestión del valor de la vida humana, por ejemplo, fue nítidamente tratada de manera menos importante a partir de la modernidad. “Para los europeos medievales, la vida era significativa, plena en propósito e infinita. Para los modernistas, los seres humanos son accidentes, del producto temporario y de la casualidad de una naturaleza ciega y sin propósito”.[3]
En ese aspecto, el pensamiento medieval retrata muy bien el pensamiento de la cosmovisión cristiana. Esa noción del valor de la vida solo puede sustentarse a partir del concepto creacionista del origen. A partir de la narración bíblica de que Dios creó todo en seis días y en el séptimo descansó, se encara tanto el valor que tiene el ser humano, como su función en la Tierra. Hay un mandato cultural dado por Dios a los seres humanos en el libro de Génesis. “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:28). Esa orden de Dios a los humanos no es una autorización de explotación predatoria, sino una tarea de cuidado con la naturaleza.
El mandato cultural recibido por el ser humano no significa que tengamos el derecho de hacer lo que mejor nos parezca con la naturaleza, sino que corresponde a la capacidad que se le concedió como algo potencial, recibida para dar continuidad a la historia recién creada. O sea, el ser humano, de cierta forma, daría continuidad al acto creador de Dios, desarrollando cultura a partir de la creación original.
Creación y cultura
El teólogo Andrew Sandlin hace una diferenciación entre creación y cultura. Para él, creación es todo lo que salió de las manos de Dios y cultura es todo lo que el ser humano produce a partir de la creación de Dios. En ese sentido, el limón no es cultura, sino la limonada. El mandato cultural fue dado a los seres humanos cuando el mundo todavía era perfecto, o sea, es parte de la voluntad de Dios que los seres humanos produzcan cultura.
El Creador hizo una naturaleza perfecta, pero no impidió la posibilidad de que fueran desarrolladas cosas nuevas a partir de lo que él ya había creado (cultura). Era parte de la tarea del ser humano, en el mundo perfecto, modificar y crear a partir de lo que Dios creó. Esa posibilidad de crear era parte de la imagen de Dios puesta en los seres humanos. Sobre el mandato cultural, Sandlin explica:
“El hombre interactúa con la creación de Dios para imponer la voluntad de Dios en ella con amor. El hombre no la abandona: él interactúa, agregando su creatividad y habilidad concedida por Dios, para perfeccionarla. Eso significa que, aunque la creación procedente de la mano divina fuera muy buena (Génesis 1:31), esta todavía no era todo lo que Dios pretendía. En definitiva, la creación no era suficiente; Dios también quería cultura”.[4]
En ese sentido, el mandato cultural es algo intrínsicamente religioso. Al producir cultura, el ser humano solo está cumpliendo la voluntad de Dios. Es lógico que la cultura producida en un mundo perfecto sería perfecta y la cultura producida en un mundo imperfecto sería imperfecta. En ese prisma, la cultura producida por el ser humano debe estar sometida a los principios establecidos por Dios en su Palabra. En un mundo imperfecto, la Biblia llegó a ser la regla para clasificar la cultura que agrada a Dios.
El ser humano debería producir en la “Tierra” y para la “Tierra”. Sin embargo, esa producción no sería penosa. En otras palabras, el ser humano debería producir cultura.[5] Dios hizo a los seres humanos con la intención de que ellos fueran productivos y usaran la naturaleza de manera consciente y en beneficio propio. En ese sentido, la cultura es algo divino. “Para tener cultura no es necesario saber apreciar la música clásica, ni poder recitar poemas de memoria, ni conocer historia y geografía. Para tenerla, basta ser humano, porque no se puede ser humano sin cultura”.[6] A partir de ese pensamiento, comprendemos que toda producción cultural que no hiere los principios bíblicos es una vislumbre del mandato cultural de Dios a los seres humanos.
Sin la creación literal, conforme está relatada en Génesis, no existe fundamento para el cristianismo. Podemos afirmar que no existe cristiano de verdad que no sea creacionista, porque el concepto de creación está presentado en toda la Biblia y de él depende toda la Biblia.
Referencias
[1] PEARCEY, Nancy. Verdade Absoluta: libertando o Cristianismo de seu cativeiro cultural. Rio de Janeiro-RJ: CPAD, 2017, p. 49.
[2] PEARCEY, Nancy. Verdade Absoluta: libertando o Cristianismo de seu cativeiro cultural. Rio de Janeiro-RJ: CPAD, 2017, p. 15.
[3] HIEBERT, Paul G. Transformando cosmovisões: uma análise antropológica de como as pessoas mudam. São Paulo: Vida Nova, 2016, p 181.
[4] SANDLIN, P. Andrew. Cultura Cristã: uma introdução. Brasília, DF: Editora Monergismo, 2016, p. 45.
[5] La referencia a la cultura es en el sentido de decir que ella se refleja en todo lo que produce el hombre, sean cosas materiales o inmateriales.
[6] GONZALEZ, Justo L. Cultura e Evangelho: o lugar da cultura no plano de Deus. – São Paulo: Hagnus, 2011, p. 39.