De Chile a Togo: Un emotivo relato del voluntariado en África.
“Yo nunca pensé en traer una niña desde tan lejos. Nunca fue mi objetivo, pero de todo lo que pude hacer allá yo sé que quedaron huellas en muchas personas”.
Dejar de lado nuestros sueños y anhelos, nuestra vida cotidiana y embarcar, viajando miles de kilómetros lejos de casa para ir en ayuda de otros, es una de las mayores muestras de amor que podemos hacer. Esto bien lo saben nuestros Voluntarios Adventistas, quienes aceptan este llamado y sirven a Cristo en el lugar donde son llamados.
Llevar el mensaje
Contrario a lo que perseguimos muchas veces como sociedad, un éxito basado en bienes materiales, el dinero y la exacerbación del cuerpo, la Biblia nos habla de un amor sin límites, que deja el egoísmo centrado en el yo para mostrar el amor de Cristo a otros.
De esta manera, la Iglesia Adventista prepara a jóvenes y adultos en el voluntariado. Guerreros dispuestos a mostrar el evangelio a otros a través de su profesión, de su tiempo y sus fuerzas. Así, proclamamos a Cristo crucificado, quien murió por cada uno de nosotros.
El año 2018 en la ciudad de Temuco y con 29 años, se levantó una de ellas. Daniela Yévenes, quien estaba recién egresada de la universidad, con planes y sueños por delante, dio un paso al frente y aceptó el llamado del voluntariado. De esta manera, salió de casa, cruzó el mundo entero para servir como odontóloga en Togo, un país ubicado en África Occidental.
“Yo quería servir en algún lugar. No sabía específicamente que iba a tener que hacer. No sabía dónde iba a dormir, donde iba a vivir. Pensaba que mi voluntariado sería en una ciudad, pero terminé en un campo a dos horas de la capital (Lomé)”. Añadió Daniela.
Una nueva realidad
Así comenzaba esta aventura, donde descubriría una cultura muy diferente a la nuestra. Una sociedad muy espiritual, unida, comunicativa, solidaria y muy apegada a las creencias populares. Un nuevo país, una nueva realidad, donde el calor es tan sofocante, que es normal que las personas duerman fuera de sus hogares. También un espacio que destaca por la evidente pobreza.
Daniela tendría que vivir con esta realidad día tras día, haciendo voluntariado en un país desconocido, brindando atención odontológica a personas de todas las edades. Sin embargo, los que más acudirían a este espacio, serían niños, con quienes formaría una fuerte relación.
Comenzó a observar el diario vivir de muchos de estos pequeños. En el país se acostumbra a que las familias tengan varios hijos, ya que en Togo es signo de prosperidad. Esto da pie a una cruda costumbre: niños son abandonados constantemente, ya que los hogares no dan abasto.
Un escenario terrible para los menores, ya que como lo percibió Daniela, los niños no son prioridad. “Yo me daba cuenta de que, cuando hacían comida para mucha gente, comían los más grandes, las personas importantes y lo que quedaba era para los niños”. Generando inquietud en ella.
Es así como, poco a poco, Daniela comenzó a forjar una amistad especial con un grupo de niños. Algunos de ellos habían aprendido a hablar español y solían interactuar con la comunidad adventista del lugar. Dentro de este grupo, estaba Sofía, una pequeña de ocho años. Ella cambiaría la vida de Daniela para siempre.
Acercándonos a Sofía
La pequeña llamó mucho la atención de nuestra joven voluntaria, ya que no había nadie cercano a Sofía que velara por su educación y alimentación. Pese a tener padres, hermanos y amigos, nadie se preocupaba por ella. Por lo cual, Daniela comenzó a acompañarla y apoyar su desarrollo.
Con el tiempo, un poderoso vínculo se formó. Una relación de interdependencia. Un lazo construido en base a la preocupación y mucho amor. Una relación cercana, un cariño que trascendió las barreras culturales y que bien fueron entendidas como un vínculo cuyo lenguaje es universal: el amor.
Volveré por ti
Cuando Daniela está pronta a terminar su periodo de voluntariado, debía volver a Chile. No quería alejarse de Sofía y muchas preocupaciones rondaban en su mente. Intentó, sin éxito, que ambas pudieran emprender ese viaje y evitar dejar a la pequeña a su merced.
“Yo le dije que iba a volver cuando se dieran las condiciones, pero ya había pasado un tiempo… más de un año con la pandemia a todo. Pude dejarla encargada con una red de apoyo para que pudiera seguir estudiando y comiendo. Entonces cuando volví no me lo podía creer” agrega Daniela.
Daniela volvió a Chile y el Señor obró en la vida de ambas. Sofía logró emitir un pasaporte y Daniela, motivada por esta señal divina, hizo los trámites necesarios para volver a Togo y traerla a Chile, a un nuevo hogar donde todas sus necesidades serían atendidas.
Sofía no podía dimensionar lo que sería este cambio para ella. Sólo sabía que iba a ser una realidad diferente a lo que ella conocía. Una vez viviendo ya unos meses en territorio chileno, logró darse cuenta de que el cambio era inmenso.
“Yo nunca pensé en traer una niña desde tan lejos. Nunca fue mi objetivo, pero de todo lo que pude hacer allá yo sé que quedaron huellas en muchas personas”. “Como misionera para mí fue una súper buena experiencia, no solamente de conocer otras culturas, sino de crecimiento personal. Puedo darme cuenta de que crecí y que tengo una perspectiva diferente de las cosas” Comenta con emoción Daniela.
Un acto de amor y valentía
Sin duda la mano de Dios obró en esta bella historia, conduciendo la vida de Daniela a cruzar el mundo entero para impactar directamente en la comunidad de Togo. Especialmente la vida de Sofía, quien hoy goza de todos los cuidados, participando activamente como alumna de una de nuestras casas de estudio en Temuco.
Dios permitió cada uno de los acontecimientos, direccionando cada acción para tocar corazones y que su amor, su evangelio, impacte la vida de otros. Valoramos también profundamente la valentía de Daniela, quien desinteresadamente, dejó todo de lado para poder servir y apoyar a Sofía. Cristo nos permita siempre tomar decisiones que impacten con su amor en la vida de otros, en nuestro entorno.