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¿Cuál puede y debe ser nuestra reacción ante una secuencia de tragedias y catástrofes que nos asombran y nos causan mucha tristeza?


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Si lo que tenemos, a nuestro alrededor, es perplejidad y preocupación por el futuro, Dios tiene una perspectiva diferente. Foto: Shutterstock

La reserva de lágrimas se terminó. Y la semana parece no terminar. Un avión se  desplomó del aire en Etiopía  y dejó 157 muertos. Un edificio escolar se derrumbó y mató a ocho personas. En Mozambique y Malawi, un huracán afectó a más de 1 millón de habitantes, con un saldo de 122 muertos. El municipio de Suzano presenció el terror en el colegio Raúl Brasil con el asesinato de ocho vidas seguido de suicidio de dos más. En Nueva Zelanda, la reciente masacre dejó 49 personas muertas y otros 48 heridos.

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¿Qué hacer cuando el fin parece no tener fin? Noticias así sumergen el corazón de todos en un abismo de luto, dolor, llanto y cuestionamientos. Pero la pregunta no debería ser “por qué”, ni “para qué”. ¿Ha visto gente así, que busca siempre una razón mientras todos flotamos absortos en lo imponderable? Soy de los que rechaza con fuerza toda y cualquier explicación sobre un mini dios masoquista. Me rehúso a aceptar pasivamente que “Dios lo quiso así”. ¿Quiere saber? La pregunta correcta es: “¿hasta cuándo?” ¿Hasta cuándo la nostalgia de la separación será mayor que el abrazo del consuelo? ¿Hasta cuándo un Conquistador que dibujaba será baleado por colocarse entre el asesino y una desconocida? ¿O hasta cuándo la intolerancia religiosa devastará mezquitas y adoradores? Aun no se ha secado la cordillera de barro que arrastró sueños y parece que lo de Brumadinho sucedió hace décadas atrás.

Escribo hoy menos ON y más OFF. Soy humano, soy padre e hijo de Dios. Días así estremecen mis fundamentos de la fe, pero jamás los destruyen. Permanezco firme, aunque tembloroso; porque nada de extraordinario olvidó ser revelado por la alerta profética. Está en la Biblia: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Tim. 3:1). Solo que, en verdad, pensamos que no sería tan grave. Paremos con eso. El pecado es terrible, el enemigo es monstruoso y, desde el Edén hasta la pequeña nube en el cielo, vivir en este mundo es sobrevivir en un submundo los sueños de Dios distorsionados.

Permítame ser bien específico en algunas consideraciones.

Atrévase a confiar. El Dios que sufre nuestro dolor también murió nuestra muerte para gritar delante de las galaxias: “¡Hijos, YO vencí al mundo!”. Eso basta. No se acostumbre a esto, en el peor lugar del Universo, pues el Señor ya puso un punto final a todo esto.

Pague el mal con oración. ¿Cobardía? Jamás, eso es grandeza del tamaño del amor de Dios. Lejos de ser cómplice con la desgracia, postrarse delante del Padre del Cielo es reconocer que la tragedia, por más dolorosa que sea, es menor que su poder capaz de restablecer todo. Muy pronto.

Bendiga con la empatía. Ponerse en el lugar del otro es noble y divino. Cristo nos dio el ejemplo. Cuando cambiamos nuestro zapato por el del otro, la dimensión del dolor cambia dramáticamente. Y las actitudes que sigan serán más humanas y menos insensibles.

No destaque el mal. Dé un homenaje a las víctimas y valorice a los sobrevivientes, pero no ponga reflectores sobre los agresores. Hay criminales enfermos olfateando vitrinas para exponer sus hechos diabólicos. Haga silencio sobre ellos; menos nombres, menos detalles. No lo merecen.

No comparta la desgracia. Los actos enfermizos y terribles no deben ser divulgados en las redes sociales. Una cosa es el alerta pedagógico, otra el canibalismo de rebajar el valor humano con videos, audios e imágenes que asustan.

Difundaesperanza. ¿Por qué solo la maldad, las noticias falsas, la sangre, las bromas y los memes ganan el mundo digital? Existen muchos más valores que eso. Pero, hasta que las piedras hablen, el silencio del bien parece ser contagioso. ¡Basta! Es hora de que las promesas bíblicas ganen las primeras páginas; que la visión profética invada los grupos de WhatsApp; y de llenar nuestra vida de lo mejor que está por venir. Si no anunciamos lo que vendrá, el mundo padecerá por lo que ha sido hasta aquí.

Finalmente, la Biblia y sus más de dos mil citas sobre el futuro eterno continúan más actuales que nunca. El llanto no desaparecerá por ahora, pero la promesa se cumplirá pronto. Que las lágrimas derramadas rieguen y hagan madurar nuestra fe. Jesús volverá, porque ya vino una vez; y Apocalipsis 21:4 se cumplirá para que nada de eso vuelva a ser necesario. ¡Sucederá! Yo vivo en esta verdad, ¿y usted? Por esto creemos, no porque sea la última opción, sino porque es la única. Hasta que todas las primeras cosas hayan pasado.

Volví a estar ON nuevamente.

 

 

 

 

 

 

Odailson Fonseca

Odailson Fonseca

ON

Innovación joven bajo una perspectiva inteligente

Teólogo y publicitario, dirige el departamento de Comunicación de la Iglesia Adventista para el estado de Sao Paulo, Brasil. @odailson_ucb