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Comportamiento

La importancia de la disciplina en la vida de un niño

La disciplina y la corrección hacen parte de la relación entre padres e hijos en el proceso de crecimiento y desarrollo.


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Una vida disciplinada es fundamental para una vida de éxito. Pero ¿por qué es tan importante la disciplina? Y ¿de qué manera esta nos permite construir ciudadanos mejor preparados y más maduros? De modo más específico: ¿Por qué la disciplina es esencial para los niños?[1] Quiero presentar cinco respuestas a esas preguntas.

  1. La disciplina es parte de la educación infantil

Inicialmente, la disciplina es parte de la educación, y la educación en la infancia determina el carácter del adulto. En ese sentido, la disciplina no es un mero capricho de los padres o maestros, y sí un componente inherente del proceso educativo. Además se verá reflejado en la vida joven y adulta, según leemos en la siguiente declaración:

Las disposiciones y hábitos de la juventud se manifestarán con toda probabilidad en la edad madura. Podéis doblar un árbol joven dándole la forma que queráis y si permanece y se desarrolla como lo habéis doblado, será un árbol deformado, testimonio constante del daño y abuso recibidos de vuestras manos. Podéis, después de años de desarrollo, intentar enderezarlo, pero todos vuestros esfuerzos resultarán infructuosos. Será siempre un árbol torcido. Tal es el caso de las mentes de los jóvenes. Debiera enseñárseles cuidadosa y tiernamente en la infancia, porque en su futuro seguirán el curso en que se les encaminó en la juventud, sea debido o indebido. Los hábitos formados entonces se arraigarán y vigorizarán al crecer y adquirir fuerza el niño, y serán generalmente los mismos en la vida ulterior, con la diferencia de que se fortalecerán constantemente.[2]

El proceso de disciplinar es difícil y, por lo tanto, poco agradable, ya que por momentos se muestra en contra de la naturaleza infantil que tiende al deseo de libertad ilimitada. La siguiente cita aclara esa idea:

El descuido de la educación en los primeros años de la vida del niño y el consecuente fortalecimiento de las malas tendencias dificulta su educación ulterior y es causa de que la disciplina sea, con demasiada frecuencia, un proceso difícil. Tiene que ser penosa para la naturaleza baja, pues se opone a los deseos y las inclinaciones naturales, pero se puede olvidar el dolor si se tiene en vista un gozo superior.[3]

Balter y Shreve afirman que, aunque hace algunas décadas atrás se descuidaba la educación infantil, con los avances posibilitados por el psicolanálisis se hizo claro que las experiencias de la primera infancia desempeñan “un papel significativo y profundo en las relaciones adultas. Por lo tanto, el temperamento, la edad, las necesidades y el desarrollo de un niño deberían tenerse en cuenta durante su educación”.[4]

Sin embargo, los beneficios de la disciplina no deben considerarse solo en términos del futuro. James Dobson, por muchos años profesor de pediatría de la Facultad de Medicina del Sur de California, en Estados Unidos, afirma que los niños crecen “mejor en una atmosfera de amor genuino, circundada por disciplina racional, coherente”.[5] Y con respecto a la necesidad de disciplina en el universo infantil, el profesor Dobson completa:

En días de uso de drogas, inmoralidad, enfermedades de transmisión sexual, vandalismo y violencia, no debemos depender de esperanza y suerte para moldear las actitudes críticas que valoramos en nuestros hijos. La permisividad no solo fracasó como enfoque en la educación infantil, sino que ha sido un desastre para quien lo probó.[6]

La disciplina es fundamental en la infancia, para moldear la vida del adulto. Además, podemos pensar que el deseo de “libertad ilimitada”, además de ser de naturaleza infantil, niega la propia noción de la libertad humana. Y, como ya lo hemos visto, la libertad no es autosuficiencia y ni independencia. Diríamos entonces, que ese deseo ilimitado que toma control del ser humano es una forma de esclavitud. Y esclavitud es justamente lo que el ser humano no quiere, pero a la que corre peligro de quedar sujeto, pues si bien la libertad permite la no sujeción (y por eso es libertad), la esclavitud no contempla la libertad (y por eso es esclavitud).

  1. La disciplina prepara al niño para una buena convivencia

En segundo lugar, la disciplina prepara al niño para que pueda convivir mejor con otras personas. O sea, el niño debe ser disciplinado porque eso facilita la convivencia social. En este sentido:

Una de las primeras lecciones que necesita aprender el niño es la obediencia. Se le debe enseñar a obedecer antes que tenga edad suficiente para razonar. El hábito debería establecerse mediante un esfuerzo suave y persistente. De ese modo se pueden evitar, en extenso grado, esos conflictos posteriores entre la voluntad y la autoridad que tanto influyen para crear desapego y amargura hacia los padres y maestros, y con demasiada frecuencia resistencia a toda autoridad, humana y divina.[7]

Al hablar sobre los objetivos de la disciplina en el contexto escolar, Imídeo Nérici afirma que posibilitar una convivencia social positiva, con el mínimo posible de molestias, en un ambiente de cooperación y altruismo, es una de las metas a ser alcanzadas por la disciplina.[8] Y como sabemos que “no se puede vivir con otras personas sin normas comunes”, [9] es, entonces, importante respetar las reglas en el proceso de socialización. Con relación a esto, Victoria Camps, catedrática de Filosofía Moral de la Universidad Autónoma de Barcelona, afirma:

La finalidad de las normas es el autodominio, el hecho de que las normas sean interiorizadas y sea el sujeto mismo quien se las imponga a sí mismo. A eso le damos el nombre de “libertad”, que no es la ausencia de normas, sino la aceptación autónoma y libre de lo que se debe hacer.[10]

En síntesis, convivir con otros exige vivir de manera organizada, no solo por una cuestión de orden, sino también para sentirse seguro entre otros y saber a qué atenerse.[11] Y aunque la libertad no sea un absoluto, “no podría darse si carecemos de restricciones, que son lo que la hacen posible”.[12]

  1. Un niño indisciplinado no sabe usar su libertad

Un tercer aspecto es que un niño indisciplinado (que vive sin restricciones) no sabe usar su libertad. O sea, la disciplina colabora en el aprendizaje del uso de la libertad. El niño disciplinado aprende a admitir las restricciones que otros le imponen y, como consecuencia, puede disfrutar más de su propia libertad. Preste atención a la siguiente cita:

No habiendo aprendido jamás a gobernarse, el joven no reconoce otra sujeción fuera de la impuesta por sus padres o su maestro. Desaparecida ésta, no sabe cómo usar su libertad, y a menudo se entrega a excesos que dan como resultado la ruina.[13]

Un resultado del mal uso de la libertad es el riesgo de ser esclavizado por los malos hábitos. La disciplina posibilita que el niño viva lejos de los hábitos destructivos y se someta a las orientaciones de las leyes de Dios:

El mayor mal que se le puede hacer a un joven o a un niño es el de permitirle que se someta a la esclavitud de un hábito malo. Los jóvenes poseen un amor innato a la libertad: La desean. Y necesitan comprender que la única manera de gozar esa bendición inestimable consiste en obedecer la ley de Dios. Esa ley preserva la verdadera libertad. Señala y prohíbe lo que degrada y esclaviza, y de ese modo proporciona al obediente protección contra el poder del mal.[14]

  1. La disciplina ayuda a enfrentar la vida

La disciplina es importante porque ayuda al niño a enfrentar los problemas que trae la vida. Un niño disciplinado está siendo preparado para una seria e inexorable realidad que enfrentará a lo largo de su existencia: la vida le impondrá disciplina severa y si el niño aprende eso en la infancia, no tendrá dificultades para vivir una vida adulta responsable. En ese sentido, creo que es significativa la siguiente declaración:

Después de la disciplina del hogar y la escuela, todos tienen que hacer frente a la severa disciplina de la vida. La forma de hacerlo sabiamente constituye una lección que debería explicarse a todo niño y joven. Es cierto que Dios nos ama, que obra para nuestra felicidad y que si siempre se hubiese obedecido su ley nunca habríamos conocido el sufrimiento; y no menos cierto es que, en este mundo, toda vida tiene que sobrellevar sufrimientos, penas y preocupaciones como resultado del pecado. Podemos hacer a los niños y jóvenes un bien duradero si les enseñamos a afrontar valerosamente esas penas y preocupaciones. Aunque les debemos manifestar simpatía, jamás debería ser de tal suerte que los induzca a compadecerse de sí mismos. Por el contrario, necesitan algo que estimule y fortalezca, y no que debilite.[15]

  1. La disciplina colabora con una vida de éxito

Finalmente, la disciplina permite una vida de éxito. Es porque “todo error, toda falta, toda dificultad vencida, llega a ser un peldaño que conduce hacia las cosas mejores y más elevadas”. De manera que “Por medio de tales vicisitudes han logrado éxito todos los que han hecho de la vida algo digno de ser vivido to”.[16] El psicólogo Yves de La Taille afirma que la existencia de límites restrictivos forman parte de la “buena vida” y son necesarios para alcanzarla y disfrutarla. En este caso, la educación y los educadores deben ayudar a los niños a construir y valorar tales límites.[17]

Los cinco factores mencionados anteriormente deben ser comprendidos en la perspectiva de que “el objeto de la disciplina es educar al niño para que se gobierne solo. Se le debería enseñar la confianza en sí mismo y el dominio propio”.[18] Por eso, es importante que el niño participe del proceso disciplinario para aprender a autocontrolarse, pues se entiende que la persona que solo confía en el juicio de los demás, tarde o temprano será corrompida y recibirá influencia negativa.[19] La enseñanza del autocontrol le puede otorgar autonomía al niño, lo que puede ser decisivo para que ella aprenda a tomar buenas decisiones, así como a administrar sus decisiones y a asumir la responsabilidad por ellas.

Disciplina y autonomía

Sabemos que el autocontrol tiene que ver con la autonomía, porque solo un niño autónomo puede ejercer el autocontrol adecuado. Y es Paulo Freire quien afirma la importancia de “estimular la necesidad de autonomía o de autoafirmación a un niño tímido o inhibido”.[20] Podemos sostener, entonces, que el niño estimulado adecuadamente puede ejercer autocontrol. Y eso es fruto del proceso de disciplina.

Por otro lado, el niño que es abandonado a su propia voluntad tendrá problemas más adelante cuando enfrente pruebas y frustraciones, porque puede llegar a demostrar el hábito de actuar por impulso. La impulsividad es uno de los grandes males que resultan de la falta de disciplina o límites. Lo que vemos en el siguiente párrafo es una especie de resultado de una educación que concede “libertad absoluta”, en la que el niño se comporta como quiere, sin ninguna especie de control:

Es imposible describir el mal que resulta de dejar a un niño librado a su propia voluntad. Algunos de los que se extravían por habérselos descuidado en la infancia, volverán en sí más tarde por habérseles inculcado lecciones prácticas; pero muchos se pierden para siempre porque en la infancia y en la adolescencia recibieron una cultura tan sólo parcial, unilateral. El niño echado a perder tiene una pesada carga que llevar a través de su vida. En la prueba, en los chascos, en la tentación, seguirá su voluntad indisciplinada y mal dirigida. Los niños que nunca han aprendido a obedecer tendrán caracteres débiles e impulsivos. Procurarán gobernar, pero no han aprendido a someterse. No tienen fuerza moral para refrenar su genio díscolo, corregir sus malos hábitos, o subyugar su voluntad sin control. Los hombres y las mujeres heredan los errores de la infancia no preparada ni disciplinada. Al intelecto pervertido le resulta difícil discernir entre lo verdadero y lo falso.[21]

Un niño sin autocontrol puede ser un niño impulsivo, que no tiene dominio sobre sus acciones, lo que le puede traer graves perjuicios, pues no sabrá tratar apropiadamente con su libertad.

Cuando se habla de disciplina, el propósito no es simplemente afirmar que la persona debe someterse a un código de conducta. Lo que se enfatiza es la necesidad de que cada persona desarrolle el autocontrol para ser capaz de tomar sus propias decisiones. En este proceso, la escuela y el hogar son muy importantes y poseen el desafío no solo de ejecutar un proceso pedagógico, sino también de suscitar un estilo de vida. Toda esta preocupación va en el sentido de ayudar a tener cuidado con “la libertad ilimitada permitida a los hijos hoy en día”, que ha “mostrado ser la ruina de miles”.[22] Permanece el desafío de que padres y escuelas practiquen una educación suficientemente autónoma y al mismo tiempo responsable, ya que es mucho más fácil defender “viejas o nuevas certezas y decidir, sin matices, colocar severamente incontables límites o, al contrario, abdicar para siempre de ese papel”.[23]

De algo podemos estar seguros: la disciplina de manera equilibrada colabora en el desarrollo de niños y jóvenes maduros, ya que el niño “que no sabe cuáles son sus límites de comportamiento, se siente también inseguro y no amado. Encuentra libertad cuando conoce esos límites con seguridad”.[24] Este conocimiento personal da como resultado el autocontrol, posible gracias a una educación que centra su atención en la libertad humana.

[1] En este artículo, tomo como referencia los escritos y la perspectiva de Elena de White, pionera de la Iglesia Adventista del Séptimo Día; ella fue una prolífica escritora, que trató diferentes temas. Uno de sus enfoques más instructivos es el que tiene que ver con el tema de la disciplina. Básicamente, este análisis se basa en su principal libro educativo, llamado La Educación.


Referencias:

[2] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 21.

[3] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 295, 296.

[4] BALTER, Lawrence y SHREVE, Anita. Quem Controla Quem: Pais ou Filhos? [Quién controla a quién: ¿padres o hijos?] 2ª ed. Tradução de Lila Spinelli. São Paulo: Saraiva, 1991, p. 10.

[5] DOBSON, James. Ouse Disciplinar [atrévase a disciplinar]. São Paulo: Vida, 2004, p. 10.

[6] Ibid.

[7] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 287.

[8] NÉRICI, Imídeo G. Didática: Uma Introdução [didáctica: una introducción]. São Paulo: Atlas, 1992, p. 238.

[9] CAMPS, Victoria. O Que se Deve Ensinar aos Filhos. São Paulo: Martins Fontes, 2003, p. 90.

[10] Ibid.

[11] Ibid, p. 92.

[12] Ibid, p. 96.

[13] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 288.

[14] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 291.

[15] Ibid., p. 295.

[16] Ibid, p. 296.

[17] LA TAILLE, Yves de. Limites: Três Dimensões Educacionais [límites: tres dimensiones educativas], p. 61.

[18] WHITE, Elena G. de, La educación, p. 287.

[19] Ibidem, p. 231.

[20] FREIRE, Paulo. Pedagogia da Autonomia [pedagogía de la autonomía], p. 34.

[21] WHITE, Elena G. de Consejos para los maestros, p. 112, 113.

[22] WHITE, Elena G. de Fundamentals of Christian Education, p. 63.

[23] LA TAILLE, Yves de. Limites: Três Dimensões Educacionais [límites: tres dimensiones educativas], p. 65.

[24] DRESCHER, John M. Sete Necessidades Básicas da Criança [Siete necesidades básicas del niño]. São Paulo: Mundo Cristão, 1999. p. 81.

Adolfo Suárez

Adolfo Suárez

Escuchando la voz de Dios

Reflexiones sobre la teología y el don profético

Teólogo y educador, es el actual decano del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT) y Director del Espíritu de Profecía de la DSA. Máster y doctor en Ciencias Religiosas, con posdoctorado en Teología, es autor de varios libros y miembro de la Sociedad Teológica Adventista y de la Sociedad de Literatura Bíblica.