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La tercera persona de la Trinidad también tiene una naturaleza divina


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Se cuenta que una niña y su abuela estaban en la iglesia una mañana. La niña estaba ocupada dibujando, aparentemente ajena a lo que decía el predicador. Sin embargo, estaba escuchando. En un momento, tiró de la manga de la blusa de la abuela y le preguntó:

–Abuela, ¿el pastor dijo que Dios vive en nosotros?

–Sí, querida. Vive en nosotros.

La niña continuó dibujando por algunos momentos más hasta que hizo otra pregunta que necesitaba una respuesta urgente.

–Abuela, ¿el pastor acaba de decir que Dios es mayor que nosotros?

–Claro, princesa. Dios es más grande que nosotros.

–Si él es más grande que nosotros y vive dentro de nosotros, una parte de Dios, ¿no debería salirse para afuera de nosotros?1

La niña tiene razón. Realmente debería salirse para afuera. Una experiencia real y genuina con Jesús permite que se lo vea “por fuera” de nuestra vida. A eso le llamamos dar testimonio. Eso es lo que el Espíritu Santo, manifestado mediante el fruto y los dones, puede hacer por intermedio del pueblo de Dios y por la obra de Dios. Y el Espíritu Santo solo puede hacer eso en nosotros y por nosotros porque es Dios y no solo una fuerza impersonal que actúa en algún lugar.

La divinidad del Espíritu Santo

La enseñanza bíblica es clara: El Espíritu Santo es Dios, tanto como el Padre y el Hijo. En la Biblia hay varias pruebas de eso. Mencionaré solamente siete:

  1. Se lo llama Espíritu Eterno: “¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?” (Hebreos 9:14).
  2. El Espírito piensa las cosas profundas de Dios: “Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Corintios 2:10-11).
  3. El Nuevo Testamento le atribuye a la persona del Espíritu Santo lo que el Antiguo Testamento presenta como obra de Dios. Compare, por ejemplo, Hechos 28:25-26 con Isaías 6:8-9 (“Y como no estuviesen de acuerdo entre sí, al retirarse, les dijo Pablo esta palabra: Bien habló el Espíritu Santo por medio del profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: ‘De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis’” /// “Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo: Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, mas no comprendáis”). Como se observa, el Espíritu Santo del Nuevo Testamento es el Señor del Antiguo. Otro ejemplo es el de Hebreos 3:7-9 con Éxodo 17:7.
  4. El Espíritu Santo es omnipresente. El salmo 139:7 dice: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?”
  5. El Espíritu Santo es omnisciente. En 1 Corintios 2:10 leemos: “porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios”. Como afirma John Miley, nadie puede conocer las cosas secretas que hay en la mente de otras personas, pero el Espíritu sondea y conoce todas las cosas. “El énfasis más profundo está en el hecho de que él busca y conoce la mente de Dios. La búsqueda es el conocimiento más absoluto. Este es el sentido de ἐρευνᾷ, como se usa el término en otros textos. No hay expresión más fuerte de una omnisciencia absoluta en las Escrituras. Esta es la omnisciencia del Espíritu Santo”.2
  6. El Espíritu Santo es omnipotente, al punto que distribuye los dones según su criterio. En 1 Corintios 12:11 leemos: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”.
  7. Porque se le da adoración divina: en la fórmula bautismal (Mateo 28:19) y en la bendición apostólica (2 Corintios 13:14 y Apocalipsis 1:4). En 1 Corintios 6:20, recibimos una advertencia: “…glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo”, pero es el Espíritu Santo el que habita en el cuerpo como su templo (verso 19). En Hechos 4:23-31, la iglesia apostólica está en oración y adoración y el Espíritu Santo es central en este proceso (versículos 25 y 31).3

Además de los versículos bíblicos que ya mencionamos, vale la pena citar Hechos, capítulo 5 que “proporciona evidencia persuasiva en favor de la divinidad del Espíritu. Pedro le dijo a Ananías que este le había mentido al Espíritu Santo (Hechos 5:3), lo que implica que Ananías practicó falsedad delante de Dios Espíritu Santo, y no en relación al Dios Padre o […] al Dios Hijo”.4

También es fundamental comprender, como nos recuerda Charles Hodge, que “las obras del Espíritu son las obras de Dios. Él creó el mundo (Gén. 1:2). Él regenera el alma: nacer del Espíritu es nacer de Dios. Él es la fuente de todo conocimiento, el Dador de inspiración, el Maestro, el Guía, el Santificador y el Consolador de la iglesia en todas las épocas. Él moldea nuestros cuerpos, él formó el cuerpo de Cristo como habitación adecuada para la plenitud de la Divinidad. Y él debe vivificar nuestros cuerpos mortales (Romanos 8:11)”.5

Cuidado con el estudio sobre el Espíritu Santo

Debido a nuestra limitación humana, es imposible comprender muchas cosas sobre Dios, su persona y sus obras. En relación con la persona del Espíritu Santo no es diferente: lo que podemos y debemos saber sobre él está revelado en las páginas de las Escrituras, sea o no lógico para la razón humana. Con este cuidado en mente debemos analizar lo que nos dice la Palabra de Dios sobre la tercera persona de la Trinidad. Es extremadamente necesario que se logre una postura humilde en este emprendimiento.

Sin embargo, más que simplemente comprender quién es el Espíritu Santo, debemos experimentar su poder transformador que se describe en las Escrituras. ¿Cómo?

  • Permitiéndole e invitándole a que actúe en nuestro corazón;
  • Colocando nuestra voluntad a su disposición;
  • Haciendo actividades que faciliten su actuación en nosotros (por ejemplo: oración, lectura de la Biblia, testimonio).

Al mismo tiempo, debemos evitar cosas que nos distraigan y nos impidan disfrutar la plenitud de poder del Espíritu. Ejemplos:

  • Actividades que nos alejan de Dios: música, libros y películas que no reflejan la voluntad de Dios;
  • Alimentación que no nos permite concentrar nuestra mente en las cosas divinas;
  • Estilo de vida que nos hace seculares e insensibles a la voz de Dios.

Después de todo, ¿cómo descuidar a aquel que, como el Padre y el Hijo, merece ser adorado y alabado? ¿Cómo podemos ignorar a quien es responsable de nuestra seguridad y salvación?


Referencias:

1Ron E. M. Clouzet. A Revolução do Espírito: Você está preparado? [La revolución del Espíritu: ¿está preparado?] (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2016), p. 106.

2John Miley. Systematic theology, [Teología sistemática] (New York: Hunt & Eaton, 1982), t. 1, p. 262.

3W. G. T. Shedd, A. W. Gomes, org. Dogmatic theology [Teología dogmática]. (A. W. Gomes, Org.) (Phillipsburg, NJ: P & R Pub., 2003, 3rd ed.), p. 269.

4Woodrow Whidde, Jerry Moon y John W. Reeve. A Trindade [La trinidad] (Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, 2003), p. 85.

5Charles Hodge. Systematic theology [Teología sistemática] (Oak Harbor, WA: Logos Research Systems, Inc., 1997), t. 1, p. 5

Adolfo Suárez

Adolfo Suárez

Escuchando la voz de Dios

Reflexiones sobre la teología y el don profético

Teólogo y educador, es el actual decano del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT) y Director del Espíritu de Profecía de la DSA. Máster y doctor en Ciencias Religiosas, con posdoctorado en Teología, es autor de varios libros y miembro de la Sociedad Teológica Adventista y de la Sociedad de Literatura Bíblica.