La vestimenta y la lujuria sexual
¿La forma de vestirse puede llevar a pecar a otros? Lea este artículo y reflexione.
Recientemente publiqué en mi blog, Bonita Adventista, la carta de desahogo de un joven cristiano sobre la vestimenta femenina. El texto era el trecho del libro Worldliness: Resisting the Seduction of a Fallen World [Mundanalidad: Resistiendo la seducción de un mundo caído], de C.J. Mahoney. La sinceridad del joven fue tan grande que chocó. Al final, difícilmente alguien permite que sus sentimientos queden así, tan explícitos. La mayoría de los comentarios sobre el post fueron increíbles. Me sentí feliz al ver cuántas niñas y mujeres (que son mi público principal) se dan cuenta de que podrían distanciarse más de la lujuria sexual de la que hablaba el joven. Pero no pude ignorar los comentarios que desvirtuaron la franqueza de él al revelar su lucha, tratándolo como alguien sexualmente enfermo. Para la mayoría de las mujeres, la franqueza del joven pudo haber parecido fuera de la realidad porque tenemos una mentalidad generalmente diferente. Nuestra percepción acostumbra ser bien distinta de la masculina.
Algunos asociaron el principio de la decencia a una actitud machista. Aprovecho para decir que promover la decencia en la vestimenta está lejos de ser una actitud a favor de la cultura de la violación. Acabo de leer un tema sobre alertas de la policía y del equipo de Facebook con relación a la exposición que los padres hacen de sus hijos en las redes sociales. Ellos piden que sean más discretos en las publicaciones que involucran a sus niños, principalmente por razones de seguridad y apremios futuros. Ahora yo pregunto: ¿Los niños merecen ser secuestrados? ¿Merecen ser víctimas de la maldad humana? Jamás. El alerta se hace por la realidad del mundo, la cual no podemos ignorar. La exposición exagerada, sea por lo que sea, nunca será algo saludable ni seguro. Conociendo la naturaleza humana y sus malas tendencias, Dios promovió la DISCRECIÓN.
La decencia en el vestir, por ejemplo, es un principio bíblico, y no una regla inventada por nosotros o por cualquier otra persona. No es un plan humano, sino un plan divino. “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia” (1 Timoteo 2:9). ¿Por qué Dios pidió esto? Probablemente por muchas razones, además del deseo masculino, así como hizo pedidos específicos a los hombres, como amar y proteger a las mujeres, así como él amó y protegió a la Iglesia al punto de entregarse por ella (Efesios 5:25).
Los ideales bíblicos en cuanto a la imagen personal son universales, sí, para los hombres y las mujeres. Modestia, discreción, distinción de género y decencia –que son algunos de ellos– deben ser valorados por ambos sexos. Entonces, hombres de turno, no crean que es conveniente que ustedes salgan por ahí con un pantalón “envasado al vacío”, por ejemplo. Y por favor, no usen la vestimenta de las mujeres como justificación para sus actos sexuales. Continúen luchando contra sus pensamientos impuros aunque nadie les facilite las cosas.
¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo! (Mateo 18:7). ¿Qué tal analizar con sinceridad nuestra intención al vestirnos? No somos tan ingenuos como decimos. Tenemos una noción amplia sobre la impresión que el vestir causa y la forma como ella influencia nuestro marketing personal. Obviamente el mundo no gira en torno al ombligo de los hombres ni al ombligo de las mujeres, pero no se permita creer que usted no tiene nada que ver con las luchas de los otros, o que nadie tiene nada que ver con las suyas. Influenciamos la vida de otros individuos cada instante.
Responsabilidad individual, resultados colectivos
Si usted trata de negar eso, puede estar actuando como bien habló la presentadora Darleide Alves, de la TV Novo Tempo: “Gente, gente… Quien cree que está todo liberado y nadie tiene nada que ver con eso, lea al apóstol Pablo, al decir: “Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. […] De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis” (1 Corintios 8:9, 12). ¿Quiere hacer lo que bien le parece y piensa que nadie tiene nada que ver con eso? Caín dijo lo mismo: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?”
Leí la opinión de alguien que decía que la carta del joven cristiano sobre la vestimenta femenina había sexualizado el cuerpo de la mujer. Considero gracioso cómo las mujeres reaccionan con naturalidad al apoyo de los medios para que se vistan para seducir, que se maquillen para estar sensuales, que sean delgadas, que dejen a los hombres a sus pies con un bello escote, que se hagan atractivas con una boca roja… Veo muchísimos comentarios así diariamente. Eso sí es sexualizar el cuerpo femenino. ¿Por qué nos tragamos ese tipo de cosas sin siquiera cuestionar?
Muchas personas consideraron una exageración la descripción del joven sobre la lucha contra sus deseos sexuales. Hubo quien escribió que él era enfermo por sentir todo eso. Por favor, no menosprecien las batallas espirituales de las personas. TODOS nos enfrentamos a batallas, y solo quien decide luchar contra su naturaleza pecaminosa sabe cuán difícil es. Hasta Pablo, quien era el sujeto, vivía una batalla interior constante y reconocía la suciedad de su corazón: “Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. […] ¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:18, 19, 24). David también reconocía sus debilidades: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo139:23, 24).
Sea en el asunto de la apariencia o en cualquier otra área de la vida ¿ha hecho como David? ¿Le ha pedido a Dios que sondee sus intenciones (hasta incluso en su vestir)? ¿Le ha pedido que analice sus pensamientos? ¿Ya se preguntó por qué es tan importante para usted la exposición de su cuerpo? ¿Le ha pedido a Dios que lo convenza de que sus motivaciones son equivocadas? ¿Le ha pedido que lo guíe por el camino eterno? Recuerde que “Todos los caminos del hombre son limpios en su propia opinión; pero Jehová pesa los espíritus” (Proverbios 16:2).