No apunten las armas...
Nuestro deber es ajustar el enfoque y ayudar a los niños a soñar con las realidades eternas.
¿Sería un sueño o una pesadilla? Me desperté angustiada, con el corazón latiendo acelerado. La escena que acababa de ver era terrible y presentaba detalles muy reales. Allí estaban niños inocentes, tan distraídos con lo que hacían que ni se habían dado cuenta de las armas pesadas que los estaban apuntando. Había armas de todo tipo: revólveres, ametralladoras, fusiles… Por más que me esforzaba, no lograba ver quien sostenía los objetos letales. En un primer momento, recuerdo haber pensado: “Solo puede ser el enemigo el que hace esto ¡Qué cobarde! Son solo niños”. Antes que la indignación me ofuscara, sentí el impulso de mirar con más atención. Mientras mi campo de visión se ampliaba simplemente no puede creer lo que vi.
Parece la introducción de un libro de suspenso. Me gustaría que fuera, pero esa experiencia sucedió de verdad. Mi noche había sido tranquila, pero en las primeras horas de la mañana mi sueño quedó interrumpido. Intenté volver a dormir, pero fue imposible. No lograba borrar la imagen a causa de su impacto. No era el enemigo quien estaba sosteniendo las armas contra los niños. Eran los propios padres.
Armas disfrazadas
Todavía sin saber si había sido un sueño (tal vez motivado por mi recurrente preocupación con ese asunto) o solo una fuerte impresión, comencé a orar: “Señor, ¿por qué hacen eso?” Entonces entendí. Ellos no sabían que eran los responsables de la destrucción de sus propios hijos, pues las armas estaban muy bien disfrazadas. Con mucha astucia Satanás las había envuelto y colocado en las manos de los padres, para que ellos mismos hicieran el trabajo sucio.
Como usted sabe, el disfraz es una de las estrategias preferidas del enemigo. Y él tiene atractivos para todos los gustos. No siempre ofrece la tentación de la misma forma. A veces parecerá tan inocente que engañará hasta a los padres más cuidadosos.
En cierta ocasión, una madre me contó su experiencia. Ella dijo que tuvo que cambiar la cortina recién adquirida del cuarto de su hija después que sucedió algo inusitado. Todas las noches antes de colocar a la hija para dormir, la madre tenía la costumbre de orar con la niña, darle un beso de buenas noches y apagar la luz del cuarto. Sin embargo, un día ella tuvo que volver para buscar algo que se había olvidado. Para no despertar a la hija decidió no encender la luz. Al entrar en la habitación oscura, notó que los detalles en la delicada cortina estaban brillando. Cuando se acercó para ver de cerca, se quedó perpleja. ¡Los copos de nieve, en verdad, eran calaveritas! Un detalle que solo pudo notar en la oscuridad.
En otra situación, después de haber participado de un congreso de adolescentes, me sentí sumamente feliz con la lucidez de una niña que vino a hablar conmigo. Con mucha madurez, ella contó sobre la manera como se sintió impresionada a abandonar determinadas lecturas cuando se dio cuenta de que eso estaba perjudicando su relación con sus padres, su comportamiento y hasta su lenguaje habían cambiado negativamente. Recién cuando decidió, no solo dejar de leer esos contenidos, y con valentía poner fin a su “colección”, que, de acuerdo con su testimonio, logró volver a relacionarse bien con sus padres. Ella dijo que no se daba cuenta de cuán ciega estaba. Los padres, con seguridad, también comprendieron que no debían pagarle ese tipo de literatura a su hija, pues el efecto destructivo se puso en evidencia en el comportamiento de la niña.
Siempre me emociono con la precisión de los textos de Elena de White. Vea lo que ella escribió hace 120 años atrás: “¡Cuánto se entristece Jesús, el Redentor del mundo, al mirar una familia cuyos hijos no aman a Dios ni respetan su Palabra, sino que están todos absortos en la lectura de cuentos. El tiempo empleado de esta manera os quita el deseo de haceros eficientes en los deberes domésticos; os descalifica para encabezar una familia, y si persistís en esa práctica os iréis enredando cada vez más en los lazos de Satanás...” (El hogar cristiano, p. 379).
¿Cuál es el sentido?
Este año se realizó un famoso evento en San Pablo que, según los organizadores, logró reunir más de 700 mil visitantes en el período de una semana. Bajo el tema “Historias en todos los sentidos” la Bienal del Libro fue considerada un verdadero éxito. Creada con el propósito de incentivar la lectura y conquistar nuevos lectores, la tercera mayor feria internacional del libro (solo está detrás de la Feria del Libro de Frankfurt y de la Feria Internacional de Libro de Turim) desde 2008 ha procurado contemplar el público infanto-juvenil. En 2014 ese objetivo quedó bastante explícito.
Pero, la Bienal del Libro de 2016 fue mucho más internacional en sus acciones para conquistar, de una vez por todas, una generación nueva de lectores. Se proyectaron los mayores y más lindos estantes para atraer a los niños y los adolescentes. Los expositores ya entendieron quienes tienen, en realidad, el poder para influenciar a la hora de comprar los productos. Y fue exactamente eso lo que me preocupó.
Elegí uno de los estantes dirigidos al público infantil, y me quedé algunos minutos observando el comportamiento de las personas. La negociación entre padres e hijos sucedía más o menos en este nivel: Los hijos con edades entre 8 y 11 años, daban una vuelta por el estante y volvían con la cesta llena de libros. Los padres entonces decían: “Ok. Vamos a llevar estos seis libros, pero son los regalos del Día del niño, de Navidad y del cumpleaños. ¿Combinado? Observé que pocos padres se preocupaban con el contenido de los libros. Algunos no tenía siquiera el cuidado de leer el texto de la contratapa o verificar los títulos del índice. La mayoría se sentía feliz al ver a sus hijos interesados en los libros, y eso parecía ser suficiente. ¿Será que es eso lo que ha facilitado el disfraz de ciertas armas? La gran novedad de este año estaba retratada en los enormes banners de propaganda esparcidos por el lugar: juegos y películas ahora en la versión escrita. Gran parte de ellos ya no escondía su incontestable carga ocultista. Es triste decirlo, pero la “carnada” de hoy ha sido lanzada con el anzuelo oculto en muchas y muchas páginas de historias fascinantes.
No me entienda mal. Soy totalmente a favor de los libros de lectura. Trabajo con eso, y hasta me emocioné cuando me di cuenta de que la idea original de que la humanidad tuviese libros surgió en la mente de Dios. (Ya mencioné eso en posts anteriores). Fue él mismo quien orientó a sus siervos a escribir, para que las historias fueran transmitidas de padres a hijos, para que su pueblo nunca quedara sin instrucción, para que el hambre del alma fuera saciada con las palabras de verdad y justicia. En el Cielo hay libros… Daniel y Juan los mencionan. El salmista David, también. Vea lo que dice: “Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma; ¿no están ellas en tu libro?” (Salmo 45:8).
Así, el problema no está en los libros, sino en el contenido que algunos de ellos transmiten. Por eso, mi mensaje a los padres es: Por favor, no apunten las armas hacia sus hijos al elegir los libros, los entretenimientos, los juguetes, los games y hasta su ropa y los materiales escolares. Nuestro deber es ajustar la dirección y ayudar a los niños a soñar con las realidades eternas. Como padres responsables no podemos financiar bajo ninguna hipótesis el armamento pesado que el enemigo procura usar contra nuestro bien más precioso.
Mientras estaba resisando este texto, alguien me envió la triste noticia de un adolescente de 13 años que, para cumplir un desafío con amigos, después de perder el partido de un juego on line, terminó ahorcándose con una sábana. ¿Sabe dónde? En el dormitorio del padre. Intentaron reanimarlo, pero el chico finalmente falleció.
¿Qué armas pueden estar siendo apuntadas hacia su hijo? Entienda mi repetición como una urgencia: Por favor, no financie las municiones del enemigo. Y, sobre todo, no sostenga usted mismo el arma que puede hacer que su hijo pierda la salvación.