El “patio de vecinos” moderno y las viejas estrategias
Algunos dicen que el tiempo pasado fue mejor. ¿Usted que piensa? Reflexione con este artículo sobre la necesidad de ser testimonios vivos del amor de Jesús a pesar de que los tiempos han cambiado.
Recuerdo en mi tierna infancia, en el área rural del sureste español, bañado por el áureo y cálido sol de levante, cómo esperaba en verano que llegaran las horas de la noche buscando el alivio del sofocante calor mediterráneo.
Era una época en la que no había internet, ni teléfonos celulares, y los televisores aún eran grandes aparatos que no podían salir de la sala de estar de la casa. Pero hacía demasiado calor para permanecer dentro y ver algún programa de televisión, que a la postre, sólo ofrecía dos canales del Estado.
La opción favorita de todos los vecinos, especialmente los niños y niñas, era salir a la calle, al patio de vecinos, cada uno portando su propia silla para, en corro, círculo, o sentados en el suelo, hablar todos juntos. Recuerdo cómo escuchaba a las ancianas vecinas, contando historias, anécdotas de su distante juventud, o a los hombres de piel curtida por el sol y el polvo del campo, dar su opinión sobre las cosas de la vida o comentar la noticia del día, fuera la que fuese.
Siempre deambulaban los gatos del vecindario, cazando polillas, grillos, saltamontes o cualquier bichito que se acercaba a las pocas luces que nos alumbraban hasta avanzada la medianoche. Añoro aquellos momentos en los que niños, adultos y ancianos compartíamos risas, y momentos de sabiduría popular, en los que no faltaban ocasiones en las que mi familia, la única adventista del lugar, aprovechaba para sazonar con algún consejo bíblico o palabras del amor divino a los vecinos que tanto nos apreciaban.
Esa es la cultura del “patio de vecinos” que las nuevas generaciones, salvo que vivan alejados de las grandes ciudades, ya no conocerán nunca… al menos en ese formato, aunque sin saberlo, disfrutan del mismo espíritu de otra manera muy diferente, pero con una estrategia prácticamente igual. Me explicaré a continuación.
Hace poco leí dos artículos interesantes en el blog de PuroMarketing informando que los internautas ya ocupan una de cada tres horas en los medios sociales o “redes sociales”. El 92% de los internautas cuenta con alguna cuenta en al menos una plataforma social, pasando un total de casi dos horas al día conversando y chismeando la vida de los demás en su medio social favorito, con un promedio de 3,5 medios sociales, ya sé que no se puede tener “medio perfil”, pero es la estadística la que nos da esa cifra. Estamos hablando de 1.960 millones de usuarios activos en algún medio social, prácticamente 1/3 de la humanidad entera.
Reflexionando al ver a mis propios hijos, generación prácticamente nativa en la “mobilidad” o “celularidad”, me he descubierto compartiendo mensajes, vídeos, consejos, imágenes con ellos, sus amigos, así como mi esposa interactuando con los amigos de nuestros hijos a través de estos medios sociales. Caí en la cuenta de que, si bien ya no llevamos bajo el brazo una silla para salir a tomar el fresco de la noche en el patio de vecinos, sí que todos llevamos un teléfono celular en la mano para seguir con las mismas actividades de antaño, hablar, reír, compartir, aconsejar, pero de otra manera.
El segundo artículo que leí se titula “Las redes sociales influyen más que la televisión en las decisiones de compra”. No me sorprendió la noticia, pero me hizo pensar de nuevo en aquel patio de vecinos, en los que uno consultaba con sus contiguos prójimos si iba a comprar un auto nuevo, de qué marca, o emprender un nuevo negocio, o sembrar otro tipo de cosecha, para obtener la opinión de las personas de más confianza, sus amigos y vecinos de toda la vida.
Hoy en día, el esquema social sigue siendo el mismo, pero los medios y plataformas han cambiado. Sigue siendo más creíble la opinión de alguien próximo, cercano, que la del comercial que intenta vendernos algún producto. Antes se opinaba o pedía consejo bajo las estrellas en comunidad, ahora se hace frente a la pantalla de algún smartphone, también en comunidad, y después se tomaba una decisión. Ahora no es el gato del vecino el que nos interrumpe saltando en medio del corro de sillas, pero sí algún vídeo de gatitos que compartimos en medio de una conversación virtual. Las cosas no han cambiado tanto como parece.
Toda esta reflexión, con perspectiva de vida, me lleva a reflexionar en nuestra amada iglesia, y en que a menudo somos la “única” familia en el vecindario virtual que de vez en cuando tiene que sazonar a sus amistades en las redes. Confiamos mucho en que la Asociación, la Unión o la División (sedes administrativas de la Iglesia Adventista) hará el trabajo costoso y elaborado a la hora de predicar el evangelio en Internet y las nuevas tecnologías, nos sentimos pequeños pensando “¿y yo qué puedo hacer si los profesionales son ellos?”
Nos infravaloramos, no nos damos cuenta del gran valor y potencial que tenemos cada uno de nosotros. La página web de la Iglesia Adventista está bien, Nuevo Tiempo, ADRA, todo es necesario, pero muchos desde fuera miran con desconfianza pensando que son (somos) “comerciales profesionales” y no dudarán en preguntar opinión a los más cercanos antes de “comprar” esa nueva fe. Sigue siendo prominente la opinión de un amigo, vecino o familiar a la hora de tomar una decisión. Antes bajo una pobre lámpara en la oscuridad, ahora bajo el tenue brillo de una pantalla táctil.
Jesús conocía y conoce nuestra tendencia e inseguridad, y ya en su época ponía en práctica lo que ahora hace la publicidad y mercadotecnia. Un ejemplo, el endemoniado gadareno: “Y el hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le dejase estar con él; pero Jesús le despidió, diciendo: Vuélvete a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios contigo. Y él se fue, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho Jesús con él” (Lucas 8:38-39).
Otro ejemplo, la mujer que entrevistó a Jesús junto al pozo de Jacob: “Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a los hombres: Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo? Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él” (Juan 4:28-30).
Cuando Jesús sanó al paralítico, le dio tres órdenes, y la última nos pasa desapercibida: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (Mateo 9:6). Jesús lo envió a su casa, a dar testimonio de su sanación en primer lugar a sus seres más cercanos y amados.
A Jesús en algunos lugares no le recibieron, en otros lo echaron, y muchos lo tenían por charlatán. Pero Jesús no envió a nadie inútilmente. Sabía que el testimonio cercano, la opinión de alguien conocido puede franquear las barreras que los corazones heridos colocan a su alrededor para protegerse de aquellos que quieren robar el alma y engañar hiriendo lo más íntimo de cada persona. Por eso envió tantas veces a discípulos, a personas recién sanadas, a personas recién restauradas al amor, a hablar en su “patio de vecinos”, en su red social, de las cosas buenas que le han ocurrido en ese día, de lo bueno que es ese nuevo Amigo que ha hecho y que desea compartir con los demás, bien sentado en una silla al fresco de la noche, o bien ante una pantalla táctil que nos azulea el rostro.
Jesús sabe que el testimonio personal es importante, y el gran poder que tiene la opinión de un amigo. Por eso enviaba a los nuevos discípulos al “patio de vecinos” a compartir las novedades de ese día. Por eso mismo, y aún más en la actualidad, Jesús nos repite de nuevo sus palabras: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). Pensemos que lo que cada uno de nosotros comparte tímidamente en su cuenta de red social, en alguna otra parte del país, o del mundo, habrá una pantalla que estará iluminando con su tenue luz el rostro de un amigo, y quizá, el alma de esa persona, para vida eterna, gracias a nuestro humilde pensamiento, compartido con un buen amigo, en “el patio de vecinos” de Internet.