Según un reportaje de la revista Galileu, la belleza es una cuestión de simetría y selección natural. “La simetría es prácticamente sinónimo de belleza”, dijo a la revista el biólogo Walter Neves, de la USP. “Los genes que determinan el lado derecho y el lado izquierdo son los mismos; por lo tanto, potencialmente, todos deberíamos ser perfectamente simétricos”. Pero, según el artículo, la expresión de los genes es influenciada por las condiciones ambientales. Entonces, el individuo que no se alimentó correctamente, tuvo muchas enfermedades o fue afectado por parásitos, por ejemplo, lamentablemente no exhibirá una simetría perfecta.

Para el francés Michel Raymond, investigador en biología evolutiva de la Universidad de Montpellier, esta predilección es un claro indicativo de que nuestra noción de belleza está unida directamente a factores biológicos. “Poco a poco, se realiza una selección para que las preferencias se orienten hacia las características que indican la calidad del individuo. O sea, nuestra noción de estética no es aleatoria. Es selección natural”.

Como siempre, la teoría “explica todo” cumple su misión. ¿Por qué el hombre traiciona? La evolución lo explica. ¿Por qué nos gusta la música? La evolución lo explica. ¿Por qué las personas mienten? Ídem. ¿Por qué los seres humanos tienden a la religión? Darwin tiene la respuesta. ¿Y por qué nos gusta la belleza? Ni necesitamos responder. Pero hablando de simetría, yo quería tener una respuesta. ¿Cómo explicar la simetría bilateral presente de arriba a abajo en la columna geológica? Si esta simetría verificada en prácticamente todos los seres pluricelulares es el resultado de la selección natural, ¿por qué no encontramos los restos fósiles de los menos “aptos”, de los asimétricos, los resultados de “tentativa y error” a lo largo del proceso de la evolución? Para mí, esa simetría (y la misma “belleza superflua” verificada en la naturaleza) apunta al diseño inteligente del Gran Diseñador Yahveh.