Por el fin de la misión en tercera persona
Una reflexión interesante sobre la misión que ultrapasa las historias y se torna práctica en la vida de los hijos.
En el mes de mayo festejé mi primer día de las madres sosteniendo en mis brazos nuestra pequeña María Eduarda con dos semanas de vida. Usted puede imaginar cuántas cosas cambiaron en nuestra vida en los últimos días. Nuestra rutina y prioridades son casi completamente diferentes. Todo lo que queremos es que ella crezca con salud, con seguridad y en los caminos de Dios. Ese pequeño ser también me hizo reflexionar bastante sobre la misión.
Cuando decidimos que viviríamos en África del norte por un año y medio como voluntarios, tuvimos una buena conversación con nuestros padres. Mi esposo siempre escuchó mucho el consejo de sus padres, y para ese momento no sería diferente. Al hablar con mi suegro sobre nuestra decisión, él oyó algo así: “Pero, ¿necesita ser tan lejos, hijo mío? Tengo la seguridad de que ellos pueden encontrar a alguien para realizar ese proyecto allá. Tú ya realizas un buen trabajo aquí en Brasil”.
A mi esposo siempre le gusta mencionar ese diálogo por donde pasamos al hablar sobre la misión. Convencido de la conducción de Dios para el trabajo que realizamos, él rebatió en seguida: “¿Cómo es eso papá? ¿No fuiste tú quien me dio los libros de grandes misioneros para leer cuando era menor? ¿No fuiste tú quien siempre leyó historias emocionantes de siervos de Dios alrededor del mundo enfrentando los más diferentes desafíos? ¿Ahora, cuando tu hijo quiere servir y estar dispuesto a morir por ese mismo Dios ahí la conversación cambia, ‘es mejor que envíen a otra persona’?”
Un silencio de pocos segundos se produjo en seguida. Hasta que el señor Roberto, hombre sencillo, fiel y temeroso de Dios dijo mansamente: “Tienes razón, hijo. Puedes ir y que Dios te bendiga mucho”. ¿Sería esa su reacción también?
Todos los sábados en la Iglesia Adventista, durante la Escuela Sabática oímos historias emocionantes e inspiradoras de milagros y transformaciones de vida por todo el mundo, a través de la carta misionera. Los relatos vienen de diferentes países alrededor del mundo y de tiempo en tiempo hasta escuchamos algunas historias de América del Sur, cercanas a nosotros.
David Livingstone, Leo Halliwell, Ana y Fernando Sthal, Mary Slessor son algunos de los grandes personajes cuyas historias emocionantes nos cuentan, recuentan y muchos de nosotros las leímos. Sin embargo, como padres y madres ¿estamos preparados para ver a nuestros hijos asumiendo la posición que los hijos de otros tomaron y todavía toman alrededor del mundo en lugares de grandes desafíos y riesgos?
La misión para muchos es inspiradora, pero solo cuando la cuentan en tercera persona. Lo que él, ella o ellos hicieron. Somos una nación con la mayor fuerza joven y la mayor “Iglesia Adventista” en el mundo, pero todavía tenemos muchas más historias para leer que para contar como verdaderos misioneros. Llegó el tiempo (alguno puede decir que ya pasó la hora) de tener una generación capaz de vivir realmente y donar la vida como vivieron y murieron aquellos que pasaron por aquí y por todo el mundo, porque todavía hay mucho trabajo para hacer. “La mies es mucha”.
Como madre deseo que Dios me use para educar a Duda para “ir donde Dios mande” como una misionera “en primera persona”. Que él me ayude a tener el coraje que tantos tuvieron y el corazón que necesito tener para oír su voz y enfrentar los desafíos que tenemos por delante en su nombre.