¿Cómo la iglesia puede conectar a los excluidos digitales?
Ofreciendo educación para niños y adolescentes.
“Muchas de las cosas que decimos en relación a la crisis de la Iglesia están enfocadas en la arena superficial del estilo; ellas no penetran en el meollo de la cuestión. En el corazón de buena parte de la resistencia contra la Iglesia está la conservación de egoísmo y de egocentrismo. Una cosa es tener una preferencia; otra es exigir que las preferencias de determinada persona estén contempladas por sobre las necesidades de los que están sin Cristo”.
El párrafo de arriba es de Erwin McManus, autor de “Uma Força em Movimento – Espiritualidad que transforma a cultura”, editado en Brasil por Garimpo Editorial. El texto de Mc Manus parece suave como la brisa, pero su reflexión tiene el peso de una tempestad devastadora. McManus defiende que la Iglesia asuma su vocación de cuerpo de Cristo, de organismo vivo, para ser la fuerza divinamente creada y capacitada para transformar el mundo. La apelación es directa: o el cristianismo abandona la atrofia de un cuerpo acomodado a su crecimiento secular o verá su declinar ante una sociedad irónicamente sedienta de espiritualidad.
Estoy leyendo el libro lentamente. Está todo anotado, subrayado, con trazos tortuosos sobre textos de pura inspiración. Fui leyendo esta obra y me pregunté, por ejemplo, cómo la Iglesia puede ser relevante en una parte de Brasil que vive en la oscuridad digital aún en una sociedad acostumbrada a vivir online.
La rutina de una vida cada vez más conectada se tornó tan banal que nos olvidamos de ese Brasil offline. No está presente en nuestras planificaciones. No hablamos de él en nuestros proyectos de evangelización. No lo contemplamos cuando buscamos soluciones de comunicación para hacer que el evangelio del reino llegue a todos.
Pero existe. Datos de 2014 de la ICT Statistics Database, agencia especializada de las Naciones Unidas para tecnologías de información y comunicación, divulgados por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), señalan que de cada 100 brasileños, 51 son usuarios con acceso a Internet. En Chile, de acuerdo con la misma agencia, son 67 usuarios con acceso a Internet por cada 100. Los datos corroboran otra estadística, esta vez de la Pesquisa Nacional por Amostra de Domicilio (PNAD), de 2012. Muestra, por ejemplo, que en el Estado de Bahia, solo 46% de los domicilios tiene acceso a Internet.
El 5 de mayo, la Folha de Sao Paulo (diario) publicó un reportaje afirmando que el 25% de los celulares brasileños no tienen acceso a la conexión con Internet, restringiéndose a la función básica de llamar y atender. Es uno de cada cuatro celulares de Brasil. El reportaje, que llamó a esos aparatos de “Burrofones”, mostró que la ciudad campeona del celular simple es Juazairo, un municipio con economía basada en la agrucultura por irrigación. Una señal de que no siempre la falta de acceso a Internet pasa por la cuestión económica.
En ese contexto, la Iglesia tiene ante de sí una posibilidad extraordinaria de relevancia. Un gran desafío que el país tiene es entrar definitivamente en el siglo XXI, y eso incluye acceso a la cultura digital. Para muchas Iglesias, ese desafío representa una oportunidad de evangelización. La Iglesia puede mobilizar voluntarios y además la estructura de sus templos para crear un sistema de educación digital capaz de servir a comunidades que carecen de ese tipo de servicio.
Por lo menos veo dos maneras de comprometerse con esta propuesta. La primera es ofrecer educación digital a niños y adolescentes. El lenguaje del programa es el lenguaje esencial de Internet. Así como el dominio del inglés representa actualmente un salto en la carrera y en las oportunidades, el dominio del programa puede representar un futuro mejor para los niños y adolescentes de hoy. Un desafío es tanto para programadores de la Iglesia, ya sea que trabajen en instituciones denominacionales o sean programadores profesionales que profesan el adventismo: abrir espacio en las Iglesias para crear ambientes capaces de enseñar programación para niños y adolescentes sería una iniciativa misionera innovadora y creativa.
La otra propuesta sería crear lan houses en la Iglesia capaces de atraer a los excluidos digitales. Esa iniciativa pasa por el mapeamiento de esas personas, y del conocimiento de la realidad en cada lugar. Me imagino lo increíble del poder evangelizador de Iglesias que tengan lan houses con horarios preestablecidos para atender a la comunidad. Incluyendo en ese proceso cursos de Intenet o de redes sociales, o de trabajos usando herramientas digitales para adultos, especialmente ancianos, uno de los grupos sociales que más sufren con la exclusión.
Son propuestas que ayudarían a la Iglesia a enfrentarse con un problema grave del país. Al mismo tiempo en que sirve a la comunidad, la Iglesia extendería la más preciosa de todas las redes, que es la red de la compasión y del servicio abnegado al otro. Una Iglesia que no vive solo para atender sus necesidades. Termino recordando una vez más a Erwin McManus: “Buscamos una iglesia que supla nuestras necesidades”. Creo que ya escuché esa frase más de mil veces. El fenómeno de los “consumidores de iglesia” marcó de modo profundo la iglesia moderna. La conversación no tiene nada que ver con la relevancia, sino con la conveniencia. El foco no está en servir al mundo; la propia Iglesia llegó a ser el centro de atenciones. Nuestro lema se degeneró. Sustituimos: ‘Somos la Iglesia y estamos aquí para servir a un mundo perdido y caído’ por: ‘¿Qué tiene la Iglesia para ofrecerme?’ Ese movimiento hizo del pastor el único ministro, mientras los miembros de la iglesia se volvieron los únicos destinatarios del ministerio. Lo que se perdió en ese proceso fue un ejército de personas capaces de llevar cura al planeta”.