Más que Ban o Ben
Las noticias relacionadas a las profecías deben ser evaluadas no como hechos definitivos, sino como parte de un proceso mayor. Debemos estudiar las profecías y tener cuidado con las previsiones. Una de las mayores equivocaciones de quienes estudian l...
Las noticias relacionadas a las profecías deben ser evaluadas no como hechos definitivos, sino como parte de un proceso mayor. Debemos estudiar las profecías y tener cuidado con las previsiones.
Una de las mayores equivocaciones de quienes estudian las profecías es intentar incluirlas en el periódico de hoy a la mañana o, lo que es peor, hacer lo contrario. Muchos quieren llamar la atención y despertar un clima de euforia, e intentan relacionar grandes profecías bíblicas a hechos puntuales, personalidades y desastres. No faltan ejemplos de eso. Cuando las torres gemelas de los Estados Unidos fueron destruidas, algunos explicaron que el atentado era el cumplimiento de Daniel 8, en el que un macho cabrío vuela, sin tocar el suelo, hasta derribar los dos cuernos del carnero. Sin embargo, un poco más adelante, leemos que el carnero representa a “son los reyes de Media y de Persia” y el macho cabrío “es el rey de Gracia” (versículos 20 y 21).
En el 2013, un clamor sigió al anuncio de la elección del Papa Francisco que, según algunos, sería el “octavo rey”, el último Papa antes del regreso de Jesús. Ese fue un gran error y no tuvo la aprobación de la Iglesia Adventista, ya que la profecía de Apocalipsis 17 trata sobre instituciones y el poder exclusivamente religioso es representado por la ramera y no por el animal cuyas cabezas simbolizan reyes/reinos (Apocalipsis 17:9; Isaías 14:4, 22, 23; Daniel 2:37, 38, 42-44; 7:17).
El fenómeno se repite ahora mismo. Hace algunos días, Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, fue al Vaticano con el objetivo de conversar con el Papa sobre el calentamiento global. Después del encuentro, Ban expresó estar ansioso para leer la próxima encíclica papal, que será la primera que trate específicamente sobre el medio ambiente. Para el líder de la ONU, esa encíclica servirá como una “voz moral sobre el asunto”.
La expectativa por esa encíclica ya comienza a levantar especulaciones. Ese documento ¿defenderá la observancia del domingo como día del planeta, para reducir la emisión de gases del efecto invernadero? La pregunta es válida, sin embargo, debemos ser cautelosos.
Lo mismo se aplica al anuncio de la precandidatura del neurocirujano adventista Ben Carson a la presidencia de los Estados Unidos. Aunque sus chances de nombramiento como candidato por el Partido Republicano sean pequeñas, y su victoria en una disputa electoral esté aún más lejos, algunos ya especulan con lo que representaría su presencia en la Casa Blanca, en términos religiosos y proféticos. Esas especulaciones perjudican más de lo que ayudan. Si, por un lado, agitan a los de adentro de la iglesia (y después los enfrían aún más), para los de afuera, se convierten en evidencia de ignorancia y hasta de fanatismo.
Puntos para pensar
Podemos asumir tres posturas en relación a las profecías: de alienación, alarmismo o atención. Las dos primeras son extremos que deben ser evitados, mientras que la última es la postura bíblica recomendada por el mismo Jesús. Encontramos alienación entre los que no se interesan por estudiar la Biblia o por establecer cualquier conexión entre la profecía y los hechos actuales. En la Biblia identificamos varias profecías de tiempo, que se cumplen a lo largo de la historia e indican el momento que vivimos: una fase de juicio (Apocalipsis 14:6). Además, varias señales indican que el regreso de Jesús está “a las puertas” (Mateo 24:33). Sin embargo, los cristianos espiritualmente alienados adoptan la misma postura de los “burladores”, quienes minimizan la cercanía del regreso de Jesús alegando que “todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 Pedro 3:3 y 4).
En otro extremo, lo alarmistas estudian las profecías, pero no toman en cuenta sus reglas de interpretación, lo que los conduce a graves distorsiones’. Los “indoctos”, o sea, sin conocimiento suficiente, y los “inconstantes”, “tuercen las Escrituras” (según el texto de 2 Pedro 3:16). Cambian instituciones por personas, descolocan la temporalidad, invierten el simbolismo y la literalidad y tienden a querer establecer fechas. Y eso afecta a la iglesia.
El apóstol Pablo tuvo que tratar con ese problema. Los cristianos de Tesalónica tenían la impresión de que el regreso de Jesús era tan inminente que ya ni necesitaban trabajar. El apóstol entonces les explicó que había algunos eventos que debían ocurrir antes del regreso de Cristo y les recordó que “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10).
Para evitar los extremos de la alienación y el alarmismo, Jesús nos recomendó que veláramos. “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor” (Mateo 24:42). Quien vigila no puede dormir; debe estar atento y ser prudente. La postura de la vigilancia rechaza tanto la indiferencia del alienado como la precipitación del alarmista. Combina de modo saludable acción y discreción, al mismo tiempo que preserva la imagen de la iglesia delante del mundo. Daniel es nuestro modelo: aunque recibió revelaciones proféticas sobre el presente y el futuro, mantuvo su discreción en Babilonia, y solamente se manifestó en los momentos adecuados y de manera apropiada.
En vez de intentar ver ciertas noticias como si fueran los cumplimientos puntuales decisivos, podemos verlas como fotografías de un proceso. Sabemos que las noticias armonizan con ciertas profecías, pero debemos recordar que todavía no son su cumplimiento final. Para quien estudia el Apocalipsis, es evidente que los actores del último drama de la historia están tomando sus posiciones. Eso debe mantenernos motivados sí, para velar y orar, pero no para producir sensacionalismo. Debemos decidir si queremos solamente agitar a las personas o ayudarlas a prepararse realmente para el encuentro con Dios.