Lo que una tesis sobre jugar a los bolos puede enseñar a la Iglesia
La revolución del ciberespacio y la distopía de las instituciones. La evolución móvil hizo crecer exponencialmente el poder en la mano del individuo. El futuro y la cultura individualista en primer plano, exhibida en resolución 4k. Las comunidades di...
La revolución del ciberespacio y la distopía de las instituciones. La evolución móvil hizo crecer exponencialmente el poder en la mano del individuo. El futuro y la cultura individualista en primer plano, exhibida en resolución 4k. Las comunidades dispensan mediaciones organizativas públicas o privadas. La vida parece aquel lema de fin de año de una emisora brasileña: la fiesta es suya, la fiesta es nuestra, y de quien venga.
Revolución del Yo
Comencé a prestar atención a esta “Revolución del Yo” a principios de los años 2000. Fue cuando me encontré con Kevin Kelly, editor de la revista Wired, meca editorial de los heraldos del cibermundo. Leí su libro “Nuevas reglas para una nueva economía”, y entonces Kevin Kelly surgió como una voz nueva y extraña para mí.
Es imposible olvidar a alguien que sugiere olvidar leyes antes inmutables como la oferta y la demanda y que afirma que las computadoras son herramientas obsoletas. Más que eso: preconizar que estábamos “a punto de ser testigos de una explosión de entidades erguidas sobre la base de relacionamientos y tecnología que, en su variedad, emulará los albores de la vida sobre la Terra”.
Nuevas reglas para una nueva economía (en el original: New Rules for the New Economy: 10 Radical Strategies for a Connected World) fue publicado por la editorial norteamericana Penguin en 1999. Las ideas tenían autoridad y contexto. Meses antes, en setiembre de 1998, el mundo conoció a Google. La profecía parecía lista para concretarse.
El asunto era candente y merecía atención. Especialmente para instituciones que pasarían a ser cuestionadas. Gobiernos, escuelas, universidades, iglesias. De repente, el nuevo individuo capacitado por la tecnología y su canto de sirena digital sugería la irrelevancia de esas entidades. Preguntas sueltas en el aire: ¿necesitamos el gobierno para la organización política y social? ¿Necesitamos universidades para la formación académica? ¿Necesitamos la Iglesia para la práctica de una vida religiosa? En el siglo del Yo, la única entidad plausible parecía ser la Usted S.A.
La crisis de las instituciones era nada más una crónica anunciada para quien prestó atención a un profesor de Harvard, Robert Putnam, sociólogo que sorprendió a la comunidad académica con la publicación de Bowling Alone – [Jugando a los bolos solo], en el ya distante año 1993.
Putnam previó la caída de la confianza en las instituciones como uno de los pilares para el declive de la sociedad civil norteamericana. La propensión norteamericana a la participación activa en asociaciones civiles, clubes de padres, iglesias, consolidó ante el mundo entero el poder de la democracia en los Estados Unidos. Los investigadores entendieron que la calidad de la vida pública y la actuación de las instituciones sociales eran influenciadas por normas y redes de civismo. Descubrieron que los buenos resultados en la educación, la pobreza urbana, el desempleo, control del crimen, uso de drogas y hasta la misma salud son más probables en comunidades con compromiso cívico.
Nuevos comportamientos
Cuanto mayor el grado de asociación, mayor es la confianza en las asociaciones y las instituciones. Putnam clasificó esa confianza como capital social: la reputación de las organizaciones crecía a medida que la sociedad participaba activamente de su programa.
Los cambios demográficos, la comunicación electrónica, la inserción de las mujeres en el mercado laboral, la movilidad y las nuevas formas de placer creadas por la tecnología son señaladas por el estudio como responsables de la reducción de esa participación activa en movimientos, escuelas de padres, iglesias, gobiernos. Viene la tesis famosa, personas jugando a los bolos solas. Putnam percibió que los norteamericanos jugaban cada vez más a los bolos, mientras que los clubes de bolos iban dejando de existir. El compromiso cívico declinó. Hasta la misma filiación religiosa, principal forma de participación social americana, sufrió sacudidas debido a este nuevo comportamiento.
Y ese cambio de comportamiento es lo que define el futuro de las organizaciones. Clay Shirky, escritor y profesor estadounidense, un pensador de los impactos sociales y económicos de la Internet, escribió que la revolución social no sucede cuando las personas adoptan nuevas tecnologías. Ocurre cuando adoptan nuevos comportamientos. En julio de 2005, Shirky dio una charla con el tema “Instituciones versus Colaboración”, en la cual compara los costos de coordinación entre grupos de personas en las instituciones tradicionales y en aquellas formadas espontáneamente en la web.
El mensaje de Shirky no quedó claro para muchas organizaciones. De modo inmediato, muchas entidades dejaron de lado su razón de ser para atender necesidades impuestas por las nuevas tecnologías. En el planeamiento estratégico de esas organizaciones, la misión y los valores organizativos quedaron en segundo plano, y la discusión pasó a priorizar qué tipo de video sería más fantástico para hablar con la sociedad, cuál servicio web sensibilizaría más, qué red social moderna merecería figurar en el plano.
Hasta las mismas iglesias sufren para entender ese cambio esencial de los nuevos tiempos. La gran cuestión no es la adopción de nuevas herramientas para comunicar su relevancia social. Lo que parece ser un problema es la necesidad de adopción de nuevos comportamientos, muchos de ellos incompatibles con su vocación, cultura y valores. Las herramientas deben estar al servicio de las denominaciones e instituciones religiosas. Las herramientas deben estar al servicio de este conjunto. Y no lo contrario, como parece estar sucediendo en muchas denominaciones. Culturas maquilladas para caer bien al gusto de la sociedad con comunicación enfocada en el bombo moderno y en el contenido fresco.
La contracultura es la vocación del cristianismo. Ser la sal de la Tierra y la luz del mundo es algo que trasciende formas de gobierno y hasta conceptos de justicia. Dar la otra mejilla a quien le golpea no parece un concepto justo. Pero es un concepto de amor, base social de la acción cristiana. Cuando los valores son dejados de lado, la Iglesia pierde el peso de su capital social. El cristianismo no logra, debido a sus valores y misión, andar al mismo paso de la sociedad. Es el dilema de la Torre de Babel. Cuando la sociedad celebra la integración, la Iglesia se presenta como contradicción.
George Knight, escritor y antiguo profesor de historia de la Iglesia en la Universidad Andrews, escribió: “Cuando una iglesia se vuelve políticamente correcta en todo lo que afirma, y cuando pierde el debido grado de arrogancia santificada en cuanto a su mensaje y su misión, acaba por castrarse, aunque continúe fanfarroneando de su potencia”. – La visión apocalíptica y la neutralización del adventismo, 18. Esa parece ser la métrica ideal para cualquier organización religiosa que tenga el deseo de ser relevante en este mundo nuevo.