A un paso de la victoria
Una noche llena de estrellas se convierte en pesadilla. Allí estoy, corriendo y escapando de mis captores. Decenas de cuerpos a los que no logré reconocer sus rostros, pero bien sabía con quién peleaba y de quien huía. La noche era oscura, y sus voce...
Una noche llena de estrellas se convierte en pesadilla. Allí estoy, corriendo y escapando de mis captores. Decenas de cuerpos a los que no logré reconocer sus rostros, pero bien sabía con quién peleaba y de quien huía. La noche era oscura, y sus voces me apesadumbraban. Todos querían tomar mis brazos y piernas para no dejarme ir, pero no podía darme por vencida ni descansar por un segundo, porque me atraparían. En mi mente escuchaba dos voces. Una me persuadía a que escape y la otra a que no huya. Corría y me abría paso entre la gente, me tropezaba y me volvía a levantar. Mis fuerzas se iban perdiendo, pero una y otra vez las retomaba.
Cuando pensé que había sido apresada logré llegar a una atmósfera diferente. De pronto me salieron al encuentro dos ángeles que dibujaban en sus rostros alegría rebosante y gestos de victoria, que me animaron a continuar sin mirar atrás. Me dijeron que estaban conmigo y que nunca me dejarían. También me dieron la gran noticia de que faltaba poco para llegar a la meta. Sí, muy poco para estar a salvo en los brazos de Jesús y vivir para siempre con él, en un lugar donde no existirá más desesperación, solo paz y felicidad. Aquellas palabras calaron hondo en mí.
Con las fuerzas retomadas me coloqué en pié, miré hacia arriba y dije para mí: Jesús, no cambiaría un segundo contigo, por una vida entera sin ti. Quiero vivir a tu lado para siempre. Por favor, ¡ayúdame! Dame fuerzas para continuar.
Abrí mis ojos y volví al mundo real. Allí estaba, otra vez, entre la quietud de la mañana y la voz de mi hermana que en poco saldría para sus actividades.
La famosa escritora Elena G. White, dijo lo siguiente: “Si nuestros ojos fueran abiertos, veríamos los ángeles de Dios en derredor nuestro, y a los ángeles malvados que también están aquí, tratando de destruirnos; pero los ángeles buenos los mantienen a raya”. El Cristo Triunfante, p. 88.2
Desde aquel entonces no dejo de pensar en que sería de mí si hubiese sido tomada prisionera por aquellos seres. Tal vez hubiese estado al borde de la muerte espiritual.
Este sueño me ayudó a fortalecer mi decisión respecto de qué lado quiero estar, ¿de qué lado estas tú? O peor aún ¿estás prisionero (a)? Si sientes que lo estás, no te quedes allí. Con solo mencionar el nombre de Jesús y suplicar su ayuda, vendrá de inmediato en tu rescate. Pero hay una cosa que Él no puede hacer, obligarte. Tú decides si te quedas entre aquellos seres de maldad (sumergido (a) en el pecado) o si sigues a Jesús, donde verás lo que ojo no vio ni oído oyó. ¡Decide hoy a quien seguir!
“Si nuestros ojos fueran abiertos y pudiéramos discernir la obra que efectúan los ángeles caídos con aquellos que se sienten tranquilos y seguros, no nos sentiríamos tan seguros. Los malos ángeles nos siguen en todo momento. Es lógico que los hombres malos estén dispuestos a obrar como les sugiere Satanás; pero mientras que nuestra mente no está en guardia contra sus agentes invisibles, ellos asumen nuevas posiciones y obran maravillas y milagros ante nuestros ojos. ¿Estamos preparados para resistirles por la Palabra de Dios, la única arma que podemos usar con éxito?” Consejos para la Iglesia, p. 604.1 (EGW)
La respuesta que tú y yo debemos dar a la pregunta se encuentra en Efesios 6: 13 al 18: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.
Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.
Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno.
Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”.
Por tanto, el imperativo de Dios para hoy es “Tomad toda la armadura…para que podáis resistir en el día malo…” porque la victoria es segura solamente con Jesús.