Oro, incienso y mirra
Dios espera que cada ser humano ofrende lo que sea más preciado.
La experiencia de la adoración vivida por los tres sabios citados en los evangelios nos lleva a una profunda reflexión.
“Los magos trajeron al Salvador las cosas más valiosas que tenían. En esto nos dieron ejemplo. [Debemos] reservar para Cristo lo mejor de todo lo que tenemos: de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro amor” (EGW, Cristo nuestro Salvador, p. 17). “Nuestro oro y plata, nuestras posesiones terrenales más preciosas, nuestros dones mentales y espirituales más elevados, serán dedicados libremente a Aquel que nos amó y se dio a sí mismo por nosotros” (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 46).
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Los magos de oriente que adoraron al recién nacido Jesús lo hicieron de todo corazón, con el propósito de participar en el cumplimiento de la promesa de bendecir a todas las familias de la Tierra por medio de él (Gál. 3:29). El profeta Isaías nos revela: “Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. […]Multitud de camellos te cubrirá; dromedarios de Madián y de Efa; vendrán todos los de Sabá; traerán oro e incienso, y publicarán alabanzas de Jehová. Todo el ganado de Cedar será juntado para ti; carneros de Nebaiot te serán servidos; serán ofrecidos con agrado sobre mi altar, y glorificaré la casa de mi gloria” (Isa. 60:1, 6-7).
Los magos identificados en Isaías 60 son de la misma región cuyos nombres eran de los hijos de Abraham con Cetura (Gén. 25), con quien se casó luego de la muerte de Sara. Eso mostraba la increíble conexión bíblica. “Eran sabios, ricos y nobles filósofos” (EGW, El conflicto de los siglos, p. 315).
EGW, en la página 42 del libro El Deseado de todas las gentes, hace una declaración reveladora: “Los magos habían recibido con gratitud la luz de la verdad enviada por el cielo; ahora esa luz se derramaba sobre ellos en rayos más brillantes. En sueños, recibieron la indicación de ir en busca del Príncipe recién nacido”.
Lo mismo ocurre hoy en Oriente Medio. Muchos reciben la misma luz que conduce a Jesús por medio de sueños. Entonces ellos se entregan totalmente, arriesgando su propia vida para ser fieles a la luz que recibieron y para mantener su fiel adoración a Cristo. Los 25 misioneros enviados de Sudamérica para hablar del Salvador al mundo nos han relatado historias increíbles, las cuales usted puede leer en la meditación “Puesta de sol en la ventana 10/40”, que está disponible en la aplicación Puesta de Sol (bájela aquí para Android y aquí para iOS).
Oro, incienso y mirra son nuestra fe, amor, recursos, comunión y testimonio.
Oro – Fe, amor, recursos
“La fe y el amor son el oro probado en el fuego. Pero en el caso de muchos, el oro se ha empañado, y se ha perdido el rico tesoro” (EGW, El Deseado de todas las gentes, p. 246). “Si hubiese más fe, una fe sencilla y confiada en Jesús, habría amor, amor puro, el cual es el oro del carácter cristiano” (EGW, Dios nos cuida, p. 175).
De acuerdo con el teólogo Augustus Strong, fe (πιστις, pistis), entre otras cosas, significa fidelidad y lealtad.
Incienso – Comunión e intercesión
“Suba mi oración delante de ti como el incienso, El don de mis manos como la ofrenda de la tarde” (Sal. 141:2). Jesús dejó ejemplo en su oración intercesora: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (Juan 17:20).
Mirra - Testimonio
La mirra era usada como óleo de unción. Era aromática, pomada medicinal para curar heridas y para embalsamar a los muertos, como en el caso de Jesús. Todos son ingredientes de un buen testimonio. La reina Ester fue purificada con el óleo de la unción, con mirra, antes de ser presentada al rey Asuero y testificar de su Dios (Ester 2:12).
Dios ofrece su oferta incomparable: JESÚS
“¡Cuán grande fue el don hecho por Dios al hombre, y cuán propio de Dios fue hacerlo! Él dio con una liberalidad que jamás podrá ser igualada, a fin de salvar a los rebeldes hijos del hombre y de inducirlos a ver su propósito y a discernir su amor. ¿No queréis demostrar por medio de vuestros dones y ofrendas que no hay nada que consideráis demasiado bueno para aquel que “ha dado a su Hijo unigénito”?” (The Review and Herald, 15 de mayo de 1900). Debemos “reservar para Cristo lo mejor de todo lo que tenemos: de nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestro amor” (EGW, Cristo nuestro Salvador, p. 17).
La experiencia de la adoración completa y verdadera es la entrega sin reservas de lo mejor de cada uno como respuesta a Jesús por lo que hizo, hace y hará por cada uno de nosotros.