La muerte de Fidel Castro y el culto al ser humano
El culto a las personas es un fenómeno humanista muy común, contrario a la visión bíblica.
La muerte del comandante izquierdista Fidel Castro, este último fin de semana, genera una serie de comentarios, análisis y despliegue de situaciones de orden social, político y hasta religioso. Voy a dejar lo obvio ya comentado por decenas. Por lo tanto, no voy a entrar en el mérito sobre el régimen comunista adoptado por Cuba hace décadas. Prefiero invitarlos a una reflexión sobre otro aspecto.
Me llamaron la atención los detalles del funeral del líder que dio un golpe en 1959 y asumió el gobierno de Cuba. El gobierno local mandó cremar el cuerpo, o sea, reducirlo a cenizas. Es ahí que vienen los desdoblamientos que me llevaron a pensar un poco.
Según las noticias, las cenizas de Fidel Castro quedarán expuestas donde la población podrá rendir homenajes. Después, comenzará una especie de peregrinación de las cenizas durante cuatro días, donde se recorrerán 13 de las 15 provincias de la isla. El trayecto total será de mil kilómetros hasta la ciudad de Santiago de Cuba.
¿De ícono a ídolo?
Bien, los homenajes a líderes políticos muertos son prácticas bastante comunes desde hace mucho tiempo en todo el mundo, especialmente los que adquieren el título de íconos. Es el caso de Castro, quien, para los simpatizantes de las ideologías relacionadas al comunismo, fue un verdadero ícono. Para la semiótica, el ícono funciona como una imagen que representa un objeto por la semejanza o analogía. Pues ahí está; Fidel representaba en cierta manera los ideales izquierdistas para muchos.
Sin embargo, hay un esfuerzo de algunos en hacer de Fidel Castro más que un ícono. Hacerlo un ídolo. En ese caso, la figura continúa siendo representativa, solo que pasa a ser objeto de culto, y en cierta forma, hasta una cierta adoración, que es diferente de la admiración o del reconocimiento común.
Un dios propio
El ser humano tiene constantemente frente a sí una batalla mental con relación a su cosmovisión. Y que quedó más evidente con el fin de la Edad Media, cuando la llamada Era de la Razón (Iluminismo) resolvió resaltar el pensamiento de que el ser humano necesitaba mirar más hacia sí mismo como la solución para todo. El concepto humanista profundizó un dilema en la vida humana. El de luchar para creer y vivir en base a la creencia de un Dios superior a quien debemos someternos y con quien debemos interactuar; o luchar para despreciar esa divinidad y depositar en el ser humano todas las posibilidades y potencialidad. En palabras más sencillas, o se busca a un Dios mayor o se asume que podemos ser dioses para varias situaciones y contextos.
El culto al ser humano es parte de esa lucha mental y espiritual. El apóstol Pablo, al hablar de la idolatría humana, hace una referencia interesante. En el capítulo 1 y versículo 25 del libro de Romanos, afirma que “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Es más, todo el capítulo 1 de Romanos merece ser estudiado profundamente.
Ventajas de someterse a un Dios superior
La cosmovisión bíblica, que motiva mucho porque no coloca al ser humano como centro de la existencia, sino a un Dios superior y personal. Da más seguridad, porque sé que tengo a quién recurrir y cuento con alguien mayor que yo para tomar las decisiones de la vida.
El culto a los hombres, sean líderes políticos, músicos, religiosos, intelectuales, etc., es un terreno inseguro. Convertir a los hombres en ídolos es exponerse a quien cambia de humor, atiende intereses egoístas, y, por lo tanto, puede hacer lo que bien le parece. No importa quién es el idolatrado. Si es humano, con seguridad tarde o temprano nos va a decepcionar.
En el caso del Dios revelado en la Biblia, la tranquilidad es grande, porque el relato asegura que ese ser es tan amoroso que no se vengó de las criaturas rebeldes. Por el contario, amó tanto, al punto de desarrollar un plan de salvación que implicó la muerte de su propio Hijo.
En el caso de los ídolos humanos, difícilmente prevalecerá el interés por el bienestar del otro. Aun con tantas visiones de inclinación humanista, aparentemente preocupadas en mejorar la vida de las personas, el centro es siempre el placer individual primero. Después el de los demás. Y claro, ni se piensa en un plan para la redención espiritual. Hasta porque en el caso de la línea de pensamiento de idolatría humana, nadie comete pecado, ni tiene culpa de nada. Bajo esa óptica, el ser humano es maravilloso por sí solo; brillante, revolucionario, increíble, digno, sí, hasta de cierta adoración. Por lo tanto, no hay necesidad de un Salvador.
Me quedo, por lo tanto, con el seguro, consistente y esperanzado culto a un Dios mayor que yo, pero que me ama y se relaciona conmigo.