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Canadá me detuvo por un paseo en avión, relata periodista

Todo acto traerá consecuencias, explica el periodista de Adventist Review.


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Por Andrew McChesney, Adventist Mission

En lo alto del cielo azul me sentí como si estuviera en la cima del mundo. La vida era más complicada en el suelo. (Pixabay)

Viajé por cerca de veinte países en los últimos seis meses y nunca enfrenté un problema con las autoridades de migraciones.

Hasta que llegué a Canadá esta semana.

Mi plan era visitar la escuela misionera adventista del séptimo día para los niños indígenas canadienses a fin de escribir historias para Adventist Mission [Misión Adventista].

El oficial de migraciones me miró un poco incómodo al controlar mi pasaporte en el aeropuerto de Edmonton, Alberta. Colocó un gran sello rojo en mi tarjeta de inmigración y dijo que tendría que pasar por otro pasillo.

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En otro sector del aeropuerto, un segundo oficial de migraciones pasó mi equipaje de mano por un scanner y dijo: “¿Así que usted tuvo problemas con migraciones en el pasado?”

“No, que yo sepa”, respondí, sin imaginar qué podría haber motivado el comentario.

El oficial tomó mi pasaporte y fijó la mirada en la pantalla del computador por un tiempo que me pareció una eternidad. Finalmente, se volvió hacia mí y dijo: “¿Qué tiene para decirme en relación al día 17 de marzo de 1992?”

Entonces entendí de qué estaba hablando. Ese fue el día cuando robé un avión en los Estados Unidos y volé hasta Canadá.

Un adolescente enojado

Crecí en una familia misionera, pero no desarrollé una relación personal con Jesús. Mis padres se divorciaron y volvieron a los Estados Unidos cuando yo tenía quince años. Eso me transformó en un adolescente resentido y egocéntrico.

Después de terminar la enseñanza media, me matriculé en Walla Walla College (actual Walla Walla University), en el estado de Washington, Estados Unidos, e inmediatamente me inscribí en las clases de vuelo. Siempre quise ser piloto y poco después estaba volando solo en un Cessna 152 de dos lugares. En lo alto del cielo azul me sentí como si estuviera en la cima de mundo.

Cuando estaba en la tierra, mi vida era más complicada. Era rudo y desobediente con mis padres. Hice amistades que Dios no podía bendecir. Mis pensamientos estaban continuamente enfocados en mí mismo. Después de un año, reprobé el curso, pero todavía podía volar porque no había concluido las clases de vuelo que ya había pagado.

El día 16 de marzo de 1992, firmé la retirada de un Cessna 152, en el Aeropuerto Regional de Walla Walla para la práctica de vuelo. Volando alto sobre la tierra, me enojé conmigo mismo y con todas las injusticias que percibía con mis 19 años. Consideré el fin de todo. Entonces direccioné el avión hacia en dirección opuesta de mi casa.

Cuatro horas después el puntero del marcador del combustible indicó que el tanque estaba casi vacío y yo no tenía idea de donde aterrizar. Abajo se extendía un paisaje con ríos, lagos y bosques montañosos. Busqué un claro. Entonces apareció una pista pequeña.

Después de aterrizar el avión y de estacionar al lado de un hangar cerrado, quedé imaginando dónde podría estar. El sol se estaba poniendo y el frío de la noche llenaba el aire. Mi chaqueta liviana ofrecía poca protección contra el frío. Yo tenía solo cinco dólares en el bolsillo.

Encontré un teléfono público en las cercanías disqué “0” para hacer una llamada gratuita al operador. Respondió una voz de mujer con acento británico. Le expliqué que estaba perdido y le pregunté si ella podría decirme de donde estaba llamando. La mujer, incrédula, me preguntó cómo alguien podría no saber su ubicación. Ella me dijo que el teléfono estaba ubicado en Trail, Columbia Británica.

Entendí que mi nueva vida comenzaría en Canadá.

Dormí en el avión y gasté buena parte de mi dinero en el desayuno, la mañana siguiente, en un McDonald cercano. Después caminé casi trece kilómetros hasta la ciudad de Rossland y casi sintiéndome congelado, llamé al número telefónico de emergencias pidiendo ayuda. Un oficial de la policía me encontró y al ver que había cruzado la frontera sin pasaporte o autorización, me llevó directamente a la prisión.

Esa tarde llegó mi madre para llevarme a casa. Su rostro estaba rojo de tanto llorar y la angustia brotaba de sus ojos. Había pasado la noche sin dormir, pensando que podría haber tenido un accidente aéreo.

“Cuando él no volvió, los oficiales del colegio notificaron al departamento de Policía de Walla Walla”, informó el diario Walla Walla Union-Bulletin. “Y desde el amanecer, comenzó una búsqueda aérea involucrando varias agencias”.

Las autoridades canadienses me dejaron en libertad sin cobrar fianza. El colegio tampoco me procesó.

25 Años de cambio

Mi visita a Canadá esta semana fue la primera desde 1992.

Sucedieron muchas cosas a lo largo de 25 años. Concluí mis estudios universitarios y trabajé por 17 años en un diario en Rusia, incluyendo casi ocho años como editor jefe. En 2006 comencé a buscar a Jesús por primera vez y fui bautizado. Después de eso, busqué a mis padres y otras personas a quien había ofendido y les pedí perdón. Me contacté con el Walla Walla College e hice la restitución. Inicié una vida nueva.

Pero entonces el oficial de migraciones me detuvo en el aeropuerto de Edmonton y me preguntó sobre 1992.

“Yo era un joven tonto”, respondí. “Hice una estupidez”.

El oficial me hizo algunas preguntas más y examinó mi equipaje de mano. Después que cerré el equipaje, él se dirigió a otro oficial de migraciones y conversó con él en voz baja. Yo oré.

Al volver, me miró por un momento y me dijo: “Lo voy a dejar entrar a Canadá” y selló mi pasaporte.

Le agradecí y le pregunté si una entrevista similar me esperaría cada vez que visitara Canadá en el futuro.

“No sé”, dijo. “Dejaré anotado que le dimos permiso hoy. Pero una vez que usted está en el computador, nunca lo olvidaremos”.

Las consecuencias siguen a cada acción. La Biblia dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gálatas 6:7, 8).

Debido al egoísmo, yo sembré una acción en 1992. Un cuarto de siglo después estoy recogiendo los resultados. Dios me perdonó, mis padres me perdonaron y también otras personas, pero Canadá mantiene el registro permanente de mi error.

“Pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. No hay perdón, ni siquiera el de Dios, que pueda cambiar la realidad de enfrentar las consecuencias por nuestros actos.

Comencé una vida nueva cuando entregué mi corazón a Jesús, pero esta semana entendí que mi vida antigua me seguirá hasta el regreso de Jesús. Isaías 65:17 promete: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”.  Gracias al perdón de Dios, los cielos no mantendrán registro permanente de mis errores.