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En medio del camino había un mendigo

En medio del camino había un mendigo

Es impresionante cuán fácilmente ignoramos las necesidades de las personas, especialmente de los más necesitados, los excluidos y rechazados de nuestra sociedad. Parece que nos volvemos inmunes y hasta incluso ciegos frente al mar de necesidades y su...


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Es impresionante cuán fácilmente ignoramos las necesidades de las personas, especialmente de los más necesitados, los excluidos y rechazados de nuestra sociedad. Parece que nos volvemos inmunes y hasta incluso ciegos frente al mar de necesidades y sufrimiento que hay a nuestro alrededor. Esta ceguera tiene un nombre y se llama omisión.

Somos fruto de la cultura occidental que valoriza mucho las conquistas personales: ser victoriosos en la vida, o tener buen empleo, estudiar en una buena facultad, etc., o sea, tener éxito. Y eso no está mal. El problema es que ese sentimiento nos puede hacer sentir que todos los que no se enmarcan en ese perfil vencedor, son ciudadanos de segunda categoría, y que no merecen nuestro respeto y atención. El resultado es la exclusión social tan visible en nuestros días.

Yo sé que este es un tema complejo y que abarca más que esta pequeña reflexión, pero mi objetivo es llamarle la atención a una realidad que sucede conmigo, con usted, con cualquier persona. Por ejemplo, ¿cuál es normalmente su reacción cuando usted se depara con un mendigo en la calle? ¿Se detiene con la intención de ayudarlo, o lo ignora totalmente, tal vez, desviándose de él? Creo que esta es una reacción tan común y automática que ni siquiera nos damos cuenta.

Aquel mendigo es como una piedra en forma de persona y tiene que ser desviada para no correr el riesgo de lastimarnos, tal vez no físicamente, sino lastimar la realidad de nuestra omisión y desprecio. El mendigo es solo un ejemplo, podría ser un niño de la calle, alguien con el vicio del crack o hasta una prostituta. Todos son como piedras en nuestro camino. Tal vez, como el hombre a quien ayudó el samaritano de la parábola: solo alguien caído al borde del camino.

No sé cuál es su orientación religiosa, pero en mi caso, como soy cristiano, siento que tengo el deber espiritual de mirar de manera diferente hacia aquel mendigo, al niño o al del vicio del crack. Tengo que mirarlos con los ojos de la compasión, de la solidaridad y de la inclusión. Confieso que no siempre he hecho así. En verdad, necesito hacer mucho esfuerzo, pero sigo intentando. Ese esfuerzo solo refuerza mi argumento de cuán fácil es ignorar las necesidades de nuestro prójimo que sufre.

El otro día me deparé con la siguiente frase de la escritora norteamericana Elena de White, que llamó mucho mi atención: “En la providencia de Dios los hechos han sido así ordenados para que los pobres estén siempre con nosotros, con el propósito de que pueda haber un constante ejercicio en el corazón humano de los atributos de la misericordia y el amor” (El ministerio de la bondad, p. 17).

O sea, el mendigo en medio del camino no es una piedra que debemos desviar. Es una oportunidad para que ejercitemos el amor y la compasión. Piense en eso la próxima vez que se encuentre con el mendigo en medio del camino.

Paulo Lopes

Paulo Lopes

¿Quién es tu prójimo?

Una de las vías de desarrollo es la solidaridad.

Paulo Lopes, 48 años, nació en Itapeva, al sur de Minas Gerais. Vive en Brasília, DF, donde actualmente es el director de la Agencia Adventista de Desarrollo y Recursos Asistenciales (ADRA - Brasil), una organización no gubernamental establecida por la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Es Licenciado en Administración de Empresas, y tiene estudios de Teología y Contabilidad, tiene más de 17 años de experiencia en el sector sin fines de lucro. Vivió y trabajó durante 18 años en países como Angola, Mozambique, Armenia, Rusia e India. Está casado con la profesora Edra Lopes y tiene dos hijos, Paul Lucas y Marcos Paulo.