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Éfeso: Amor en la era del hielo

El mensaje a la primera Iglesia nos desafía a volver a las “primeras obras”


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Si la iglesia del primer siglo necesitaba volver al primer amor, la iglesia de la era del hielo moral, mucho más. (Imagen: shutterstock)

El frío llegó de verdad este año, como no se veía hace más de una década en Brasil. La secuencia de temperaturas bajas tomó de sorpresa a mucha gente y muchos se enterraron en las colchas y cobertores. En las redes sociales, sobran fotos de termómetros y de paisajes blanqueados. Sin embargo no todo es tan divertido. En la ciudad de Sao Paulo, por lo menos cinco personas que viven en la calle murieron de frío. Después del fin trágico y trivial de esas almas, se produjo una esperada indignación, con discursos moralistas y una acusación a los culpables, especialmente a los líderes políticos.

Sin embargo, el problema va más allá de políticas públicas y expone una crisis de valores. Expone a los que ignoraron los cuerpos helados, cuando estaban todavía vivos. Y lo peor: expone más todavía a los que se dicen siervos de Dios que “descienden de Jerusalén”, pero que pasan de largo por el necesitado (Lucas 10:31) y no ven al desnudo (Mateo 25:43). O sea, nos expone a todos nosotros.

Era del hielo

 Vivimos en una verdadera era del hielo en las relaciones humanas, una crisis de indiferencia mortal. El individualismo extremo se revela en una profunda falta de amor al semejante, reflejo de la ausencia del amor de Dios en el corazón. Ese fío humano, opuesto al calor humano, se manifiesta todos los días en los sorprendentes índices de violencia en el hogar, en las calles, en el choque entre culturas, religiones y países.

Cuando Cristo miró hacia nuestro tiempo, no podría haber dado un diagnóstico más preciso: “y por haberse multiplicado la maldad [anomian], el amor [ágape] de muchos [pollón] se enfriará”. (Mateo 24:12). El Salvador no solo anticipó nuestra era de hielo, sino explicó su causa. El amor-principio, de origen divino (ágape) se enfriaría cuando se multiplicara más la maldad (anomía). ¿Pero qué es maldad? El término “maldad” aparece 19 veces en el Nuevo Testamento, y 12 veces, como “iniquidad” (dos veces en Romanos 6:19), y como “transgresión de la ley (1 Juan 3:4). El pasaje de 1 Juan lo aclara, porque la traducción está determinada por la etimología de la palabra griega anomía (a = “no”, “contra”; nomos = “ley”). Si la esencia de la ley está en el amor a Dios y al semejante (Marcos 12:28-31), la esencia de la maldad se revela en el rechazo a la ley del amor.

Primer amor

En el primer mensaje a las siete iglesias de Apocalipsis, leemos un llamado de regreso al “primer amor”. “Pero tengo contra ti, que has dejado [afekas] tu primer amor [agapen proten]” (Apocalipsis 2:4). A pesar de recibir elogios de Cristo por sus obras, trabajo arduo, paciencia, celo doctrinario y resistencia frente a las mayores pruebas, los efesios habían dejado su “primer amor”. Note que no estaban en el proceso de dejar, o casi dejado, sino ya lo habían dejado, como indican los tiempos verbales de “dejar”, tanto en griego (aoristo) como en la traducción (pretérito perfecto), que expresan una acción acabada. Es posible, que en la lucha contra los “lobos rapaces”, con sus falsas enseñanzas, los efesios habían perdido de vista lo más importante. El problema no era tanto una corrosión teológica, sino una pérdida de la esencia.

Los cristianos de la capital de Asia Menor había recibido el mensaje del evangelio con los brazos abiertos, pero después de algunas décadas su religión era “legalista y sin amor”[1]. Tal vez, la presión de las falsas doctrinas haya desviado el corazón de algunos miembros y generado un clima faccioso en la Iglesia”.[2] En la lucha contra las falsas doctrinas, la Iglesia se olvidó de vivir las verdaderas. Perdió de vista el ágape, el amor-principio que viene de Dios, el mismo tipo de amor mencionado por Jesús y por Juan como vimos. Los efesios no habían dejado solo el amor que viene de Dios, sino estaban dejando el amor a él, y sin duda, el amor tanto por los de adentro como por los de afuera.

La situación particular de esa iglesia representaba el cuadro más amplio del fin de la primera y más pura fase del cristianismo: una iglesia fervorosa, doctrinariamente saludable, pero que, al fin del primer siglo, demostraba cansancio. Tenía amor, pero no como el “primer amor”. Su amor a Dios y a Cristo se estaba enfriando. En relación a los últimos contemporáneos de Jesús, Juan entre ellos, las generaciones nuevas de cristianos dejaban que desear.

Cristo, entonces, va directo al punto: “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido” (Apocalipsis 2:5). Tres verbos enfatizan el consejo de Jesús, que sirve muy bien para nosotros hoy: (1) La iglesia necesita recordar en qué punto de su jornada espiritual dejó su primer amor; (2) también debe arrepentirse de su desvío; y (3) tiene que “hacer las primeras obras”. El amor tiene que ver con la acción, con la práctica de buenas obras (Efesios 2:10; Tito 2:7, 14; 3:8; Hebreos 10:24, 1 Pedro 2:12) y no solo con teorías o bellos discursos vacíos de actitud.

Amor en acción

 Días atrás visité parientes que no pertenecen a nuestra fe, de una forma especial: prediqué en una iglesia cercana a la casa de ellos. Varios fueron al culto y apreciaron el mensaje de exhortación y consuelo. De tarde pude visitar a algunos de esos parientes y conversar con ellos. José, un primo que tiene pasión por la naturaleza y por la fe cristiana, acababa de llegar de un trabajo en favor de los que viven en la calle del centro de Sao Paulo. Él y un grupo de su iglesia le cortaron el cabello y la barba, les llevaron alimentos, limpiaron sus heridas y les aplicaron curativos, entre otros servicios.

Ese día frío, José me contó que una lluvia los había alcanzado por sorpresa. Pero me compartió algo impactante: “Diogo, no me atrae mucho la liturgia, me gusta más ayudar a las personas”. José estaba donde muchos de nosotros deberíamos estar. Nuestra profesión de fe y adoración llegan a ser genuinas cuando son el clímax de un acto cristiano de amor a lo largo de la semana.

Si la iglesia del primer siglo necesitaba volver al primer amor, la iglesia de la era del hielo moral, mucho más. Aunque muchas predicaciones e iniciativas son loables, necesitamos de la rara combinación entre una doctrina sana, fundada en la Biblia, asociada a una fe genuina e impulsada por el amor práctico. Las características del pueblo de Dios en los últimos días no se resumen a la predicación de los verdaderos mandamientos de Dios y la fe de Jesús, si no a la práctica de la ley (Apocalipsis 12:17; 14:12). Solo el amor divino en los corazones humanos puede calentar a las personas en medio del individualismo congelante de este mundo. La maldad enfría el amor de muchos, pero no de todos.

[1] Stefanovic, Ranko, Revelation of Jesus Christ. 2 ed. Berrien Springs, MI: Andrews University Press, 2009, p. 118.

 

[2] Nichol (ed.), Francis D. Comentário Bíblico Adventista do Sétimo Dia. Tatuí, SP: Casa Publicadora Brasileira, vol. 7, p. 823.

Diogo Cavalcanti

Diogo Cavalcanti

Apocalipsis

El universo de las profecías bíblicas y sus respuestas para la inquietudes actuales

Graduado en Teología y en Comunicación Social, con posgraduación en Letras, trabaja en la redacción de la Casa Publicadora Brasileira (CPB). Es uno de los editores de libros, entre ellos, el Comentario Bíblico Adventista del Séptimo Día en portugués.