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Se necesita "brasilidad" en la misión

La brasileña Ana Paula usó su nacionalidad para que otras personas se interesen en conocer a Jesús.


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En medio de tensiones políticas más acaloradas durante estas últimas semanas, hablar de brasilidad puede no traer buenas referencias en este momento, pero es justamente el lado bueno de ser brasileño en la misión que quisiera  compartir con ustedes.  Luego de casi dos meses viviendo en Egipto, un país con muchas diferencias culturales en relación con Brasil –comenzando por el idioma árabe, el clima y otras costumbres completamente diferentes a las nuestras- fui abordada por una de las misioneras norteamericanas que vivía allí hace más de cinco años.

Estábamos saliendo de su casa camino a nuestra pequeña iglesia en el campus del pequeño colegio con régimen de internado donde vivíamos. Ella caminaba un poco más adelante y súbitamente se detuvo y se dio vuelta para hablar conmigo. Solo estábamos ella y yo sobre la callecita de arena que une las cuatro casas de los empleados del pueblo.

Con una mirada penetrante, tomó mi brazo como si estuviera intrigada con alguna cosa y comenzó a hablar algo más o menos así:

– No logro entender muy bien todavía, pero lo que está sucediendo con ustedes es sorprendente.  Lo que ustedes conquistaron en dos semanas, ni bien llegaron, a nosotros nos costó años construir.

Tuve que pedirle que se explicara mejor. Parecía que había comenzado a hablar de la mitad del tema hacia adelante. Entonces, la misionera me dijo en pocas palabras lo que me hizo reflexionar bastante sobre nuestro comportamiento en aquel lugar, otras conversaciones y observaciones que ya habíamos oído con respecto a la presencia del  brasileño en el campo misionero y del brasileño en sí por el mundo.

Aquella noche, aquella señora con mucho más experiencia que nosotros, estaba queriendo compartir cuán feliz y sorprendida estaba por la relación que estábamos construyendo con las personas de allí. Nos dijo que había percibido una conexión impresionante. Algo realmente diferente. “Ellos confían en ustedes. Se sienten a gusto, van a todos lados con ustedes. Esto es muy bueno”, me dijo ella con un brillo en los ojos, por ser algo que todo misionero busca: sentirse aceptado y parte de la nueva comunidad donde vive.

Confieso que aquella noche me tomaron por sorpresa. No imaginaba que nuestra simple presencia allí causaría algún impacto en tan poco tiempo. No hicimos nada en especial. Acabábamos de llegar, estábamos todavía en el período de adaptación completa. Es verdad que estábamos sintiéndonos muy bien entre ellos, pero para nosotros eso también tenía mucho que ver con la forma como ellos nos recibieron. Desde nuestro primer día nos sentimos abrazados por aquella comunidad. Nuestras primeras fotos no nos permiten olvidar aquel momento.

Durante dos meses, viviendo una realidad completamente diferente a la nuestra en muchos aspectos, no realizamos nada extraordinario. Es verdad que estábamos allí de corazón, ¿y qué más brasileño que eso? Somos todo corazón, emoción, vivimos así en general, con lo bueno y lo malo de eso, ¿no es cierto? El proyecto que administrábamos estaba apenas saliendo del “papel” en aquel período. Éramos tan solo los primeros brasileños que vivían entre ellos. Y así fue que comprendimos un poco mejor lo que significaba ser brasileño en tierras extranjeras.

Nuestra brasilidad abre puertas en el mundo.  Y tú necesitas entender esto con humildad y al mismo tiempo como algo muy bueno para realizar un gran trabajo para Dios adonde vayas.  Tenemos amigos brasileños trabajando en Tailandia, en Mongolia, en China, en Europa, en África de punta a punta, en Canadá, en Sudamérica, y en otros lugares.

Hemos oído y vivido experiencias sorprendentes de puertas y corazones que se abren a los brasileños, simplemente por ser brasileños, y el trabajo fluye de una manera que impresiona. El trabajo no deja de ser intenso y desafiante, pero hemos causado un impacto diferente por nuestro modo de ser. Estoy hablando de la reconocida forma de ser amigable, alegre. Del gusto por conversar, abrazar, reunirnos con amigos. Del calor humano que en general, nuestro pueblo tiene. Generalmente nos adaptamos con más facilidad, nos acostumbramos a vivir entre personas diferentes, tenemos una pluralidad de estilos, gustos y sabores sin igual. Por ser un pueblo sufrido en muchos aspectos, también nos adaptamos con más facilidad. Hemos visto a una generación de aventureros y soñadores que pensando a futuro y, con los pies en la tierra, han realizado muchas conquistas en diferentes áreas.

Voy a dejar la “perspicacia” y aquel lado negativo del “jeitinho brasileño” de lado en este artículo, porque con seguridad todavía tenemos mucho que aprender y cambiar, pero como cristianos y brasileños, tenemos un mensaje de oro y somos queridos prácticamente por todo el mundo. Necesitamos valorar esto, porque las personas nos han observado tratando de entender “por qué esos brasileños son tan queridos por dondequiera que pasan”. ¿Por qué no usar esta fuerza natural tan nuestra en la misión?

El lado bueno de nuestra brasilidad es hacer que te sientas más capaz aún de realizar un gran trabajo para Dios. Tal vez todavía estás esperando aquel motivo para avanzar en tus planes de ser un mensajero en la línea de frente en un país completamente diferente. Sabe que naciste en un país y creciste entre personas que te hicieron admirable y querido en muchos aspectos, simplemente por ser brasileño. ¡Sigue adelante! La camiseta verde y amarilla fuera de los estadios y protestas arranca sonrisas y tiene mucho éxito por todo el mundo.

Ana Paula

Ana Paula

Misión y voluntariado

Hasta dónde llegan las personas que se colocan en manos de Dios para servir en la misión de predicar el evangelio

Periodista y escritora, fue voluntaria en Egipto entre 2014 y 2015, donde vive actualmente con su esposo, Marcos Eduardo (Zulu), y sus hijas, María Eduarda y Anna Esther. Es autora del libro Desafio nas Águas: Um resgate da história das lanchas médico-missionárias da Amazônia (CPB).