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Jesucristo, singular e inevitable

¿Cuál es la imagen que tiene de Jesucristo?


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¿Quién es Jesucristo? Tal vez esta sea la pregunta más importante a ser hecha en este mundo enloquecido y en nuestra vida fugaz. La singularidad de la persona y vida de Jesucristo refulgen en las Sagradas Escrituras con paradojas más allá de la posibilidad e imaginación de cualquier mente prodigiosa.

Su nacimiento virginal contradijo la ley natural. Con doce años de edad su conocimiento fascinó a doctores en el templo en Jerusalén. Vivió 30 años de su corta existencia en una oscura y pequeña aldehuela. Dedicó solo tres años y medio a su ministerio e impactó el mundo de tal manera que la historia fue dividida en antes y después de él. Sin distinción de clases vivió para servir. Curó a miles de personas enfermas. Abrió los ojos de los ciegos de nacimiento. Los mudos hablaron y alabaron.

Por su palabra, expulsó incontables demonios. Purificó a leprosos dándoles salud y una piel como la de un niño. Resucitó a la hija de Jairo, al hijo de la viuda de Naín y a Lázaro, ya en estado de putrefacción después de cuatro días en su sepulcro. Sus manos multiplicaron panes y peces y alimentaron a miles de personas hambrientas. Jesucristo era único e inevitable. No había cómo no percibirlo.

Anduvo sobre las aguas, calmó la furia de los vientos y del mar. Y los hombres atónitos decían: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo 8:27). Muchos definen a Cristo como el judío más talentoso e inteligente de su tiempo. Pero, ¿quién fue él realmente? ¿Un gran profeta? ¿Un médico poderoso? ¿Un maestro venido de Dios? ¿Un genio extraordinario? Si por un lado es deshonestidad torcer lo que alguien dice de sí mismo, es señal de humildad e integridad interpretar correctamente sus palabras. Jesucristo reivindicó nada más y nada menos que la divinidad (Juan 8:58; 14:9).

Tan vital es saber quién era y dijo ser él, que preguntó a sus discípulos sobre quién decía el pueblo que era él. Respondiendo, le dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas” (Mateo 16:14). Las multitudes descuidadas tienen una idea superficial de Jesucristo. Seguirlas es errar en lo crucial, porque no son opiniones lo que el hombre necesita, sino la verdad. No es teología, es Dios. No es meramente religión, es Cristo.

El conocimiento de la persona de Jesucristo es resultado de la revelación divina. Probando a sus discípulos, les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15, 16). Jesús afirmó al discípulo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (versículo 17). La Biblia no solo contiene la Palabra de Dios, sino que es su Palabra. Y las Escrituras retratan a Jesucristo no como casi Dios, sino como el verdadero Dios (1 Juan 5:20); no como casi hombre, sino como el verdadero hombre (Juan 20:27, 28). “Nuestro Salvador no era dos personas, sino que tenía dos naturalezas dentro de una persona”.2

Es la mayor de las paradojas de Cristo. ¿Cómo puede ser pleno Dios y pleno hombre? Su naturaleza divina y su naturaleza humana fueron unidas en él. Y el misterio de la encarnación. Él es el Dios Creador (Juan 1:1-3) y sin perder nada de su divinidad se hizo hombre para salvarnos del pecado (versículo 14; Filipenses 2:5-8). Él es el Dios eterno (Hebreos 1:8; 1 Juan 5:21) y Dios con nosotros (Mateo 1:23). Él es único. No fue engendrado ni creado. Siendo Dios, se humilló extremamente naciendo de mujer (Isaías 7:14; Lucas 1:34-35).

Por la encarnación se convirtió en el segundo Adán, sin pecaminosidad o tendencia al mal (Romanos 5:14; Hebreos 7:26). ¿Cómo sería el Salvador de los miles de millones de perdidos que contaminan el planeta Terra se él fuera exactamente como uno de nosotros, contaminado por naturaleza pecaminosa y pasiones? Él fue uno entre nosotros, pero no uno de nosotros.

Fue afectado por limitaciones de la naturaleza física humana3, pero no fue infectado por el pecado. Él es el Señor Justicia nuestra (Jeremías 33:16), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Juan 1:29). Aquel que nos ama y con su sangre nos libertó de nuestros pecados (Apocalipsis 1:5). Creo de todo corazón en mi bendito Señor y Salvador Jesucristo. Amigo, ¿usted ya aceptó a Cristo como su Señor y Salvador? ¿Cuál es su problema? Él le ayudará. Vaya a él.

Wilson Borba

Wilson Borba

Sola Escritura

Las doctrinas bíblicas explicadas de manera simpe y práctica para la vida cristiana

Bachiller en Teología, con maestría y doctorado en la misma área por el Centro Universitario Adventista de Sao Paulo (Unasp). Fue profesor y director del Seminario Adventista en Ecuador, y hoy es docente y director del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología (SALT) de la Faculdade Adventista da Amazônia (Faama), en Brasil.